sábado, 26 de diciembre de 2009

Jimarson y la... (III)

Regresar caminando era también estudiarse un poco. Se molestaba con esa depresión, su depresión, que lo acompañana casi constantemente. Para evitarla fijaba su atención en el pasado, a veces se animaba a planificar un futuro. Un porvenir colmado de realizaciones personales y exedido en horas de sueño. Intentaba incluir a Mariana en cualquiera de las variables sin resultados positivos, desde hacía tiempo ya que sentía que la pelea por mantener esa casa tan bien decorada lo estaba consumiendo, y que su mentira, una que otrora prometió felicidad y estabilidad emocional, lo terminaría devorando sino se animaba a cortarla de cuajo. "Los roles", pensó, mientras un nene en un triciclo lo rebasaba ágil por su flanco derecho. "Si va tan rápido después no va a poder frenar". Y se vió en una casa que no quería. "¿Entenderá si le explico la charla con Jimarson?... no creo, se va a sentir tocada, siempre sale con eso de que él no la quiere, que se inmiscuye en nuestra pareja, que yo se lo permito, que yo tal cosa, que tendría que ser más hombre y arreglar las cosas puertas para adentro... no, no va a entender". El triciclo volvía desde la esquina, a toda velocidad, por el centro de la vereda. Las ruedas eran duras, plástico o similar. El conductor endemoniado pasó junto a Robertino fingiendo un intento de colisión, soltando una carcajada y dándose vuelta para regalarle una sonrisa. "Es la testosterona, tiene menos que yo, es feliz". Clima otoñal, niño en triciclo y ahora un cigarrillo y el recuerdo del café. Jimarson, a sus ojos, estaba un tanto loco. No entendía esa manía por mantenerse a salvo del mundo, la necesidad perenne de su amigo por interpretarlo todo, por hacer de ese análisis una regla con la cual conducirse... uff, lo agobiaba. Pero muchas veces tenía razón, muchas. Volvía a Mariana, a sus reproches, a los abrazos, caricias... se quedaba en lo bueno, evitaba lo malo, lo malo... porque con eso, con lo negativo, se le iban las cuadras, una tras otra, y se olvidaba de sus pasos ligeros y el mundo se le hacía ajeno. Dudaba mucho, pero la duda nacía ahí donde él se abandonaba. Abandono, Jimarson y café.
:- Este tipo y sus roles- y se descubrió hablando solo, como un loco, en medio de la brisa de otoño y el cigarrillo sin encender. No tenía fuego, el objetivo del tabaco envuelto era entretener-se-lo-los. "Ahora cuando llegue lo voy a tener al boludo este con sus roles en un oído y a Mariana con su ´¿te pasa algo?´ en el otro... es tan dificil llevar un triángulo amoroso con un tipo como Jimarson...", y se tentaba. El toldo amarillo del almacén de Doña Paula marcó el giro a la izquierda y esos últimos cuarenta metros de soledad. Descansaba en la vereda la bicicleta sin asegurar de Clarita y la modesta motito de Julieta. Seguramente una reunión, algún tema trascendental y él que llegaba con sus roles. Estaba mal predispuesto, lo sentía hasta en el cigarro que no dejaba de dar vueltas. Pensó en inventarse alguna descompostura, en obligarse a dormir en penumbras, en hacer oídos sordos a ese sinfín de palabras complejas, de apreciaciones cultas...
:- ¿No encontrás la llave tontín?- y estaba ahí, con su sonrisa hermosa, el vestido floreado y el pelo recogido por un broche que era una mariposa. No pensaba en su rol ni en sus palabras, era así, no se iba a extrañar de ser ella misma para entender lo que en el café habían teorizado con tanto desdén. Robertino repasó los roles, la vió hermosa y se torturó, todo en un segundo.
:- No sé, creo que todavía no las busqué. ¿Cómo te diste cuenta que estaba acá?.
:- Estás hace un ratito pavo, ví una figura y supuse que eras vos. Entrá, el aire está fresco- y le dió un beso suave, y él pensó en "dicotomía" y se entregó, una vez más.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Jimarson y la... (II)

:- El de allá se nos va eh- señalando a un anciano que reposaba sobre una esquina, notablemente apagado.
:- ¿Te parece?- la vista en la lágrima, o en los restos de ella.
:- Si, o se nos va o se hace el dolido mejor que yo.
:- ¿Eh?
:- Claro, eso de la esquina del café, cara de dolor, el circo che, el circo.
:- Ah.
:- El mismo que hacemos nosotros acá, porque esta charla la podríamos tener en cualquier lado, pero a mi me gusta el rol, interpretarlo.
:- Ah.
:- Dejá eso tarado, que no me gusta cuando estás depre- y Robertino dejaba de mirar la taza y lo enfrentaba sonriente.
:- No estoy depre, solo pienso, ¿no es mi rol?
:- Si, pero también tenés que expresar lo que pensás, sino no somos interesantes para nadie, y yo quedo como el forro que te trae acá para retarte, como si fueses un chico.
:- Qué densos tus roles.
:- Serán densos, pero al menos no usás la palabra discurrir, ¿no? Son roles densos pero más libres- y le pellizca un cachete, con un "tonto" que el otro conoce, y sonríe.
:- No seas puto, que la gente después dice cosas.
:- ¿Por ser puto o porque te guste que lo sea?
:- Ambas me parece.


:- ¿Levantando la mano así te sentís poderoso?
:- No, solo llamo a la mesera.


La segunda lágrima, el tercer cortado. Estaban entretenidos. Robertino poco a poco se abandonaba a ser él frente a ese amigo que lo forzaba, que lo empujaba a olvidar algunas cuestiones y simplemente transcurrir. El café aportaba el resto, en el depositaban las palabras complicadas, las representaciones, los motivos para la risa. Sentados en esa mesita para dos se liberaban de todo. Jimarson había empezado con el rito, pero en un principio concurría solo, los escogía a la pasada, desde su inglesa despintada, rotosa.
:- Tengo ganas de mear, aguantame, no te me vuelvas a deprimir- y se levantó manso.
:- Che, tu bragueta- y la risa.
:- ¿Viste? Me quedé sin cierre en este pantalón, ahora vengo y te cuento.
Usaba las camisas largas, por eso no se le notaba lo del cierre, pero era una constante. O estaba bajo o no estaba. Pensó en la lágrima, en la calidad, en la espumita dulce, en la cualidad de su amigo sin cierre para escoger siempre con acierto estos sucuchos de muerte.
:- Listo, y hasta me lavé las manos.
:- Meas poco vos.
:- No, es el cierre.


:- El problema de los roles es que a vos te duelen, vos entendés, pero te duelen igual.
:- ¿Eh?
:- Claro, no te hagas el tarado, por algo te dije lo de discurrir.
:- ¿Esa palabra es un rol?
:- No gil, usarla.
:- Explicá- y un sorbo divertido, mirándolo, esperándolo, porque Jimarson era un tipo de crear conceptos.
:- Es parte del papel que jugás para Mariana.
:- ¿Un papel?
:- Dios... si, un papel- y un sorbo, para darse tiempo-. Vos no te sentís cómodo así, lo sé porque te conozco, vos no sos un tipo de hablar en dificil, si te puedo definir con una palabra como "buenudo" es porque no sos un tipo complicado. A ella le cabe un "snob", ¿entendés?, y a los snob les gustan las palabras como "discurrir".
:- Creo que voy entendiendo- sorbo, cucharita, espumita dulce.
:- Tu problema arranca cuando tomás conciencia de todo eso, de lo que tenés que hacer para no perderla, porque tenés miedo... no sé si de perderla, sino de estar solo. Pero no sos vos, jugás un papel para que ella no te deje y después de un tiempo notás que efectivamente estás solo, inclusive frente a sus ojos, solo. Perdón que te largue todo esto eh, pero me resulta divertido, además vos lo sabés, muchos lo saben, la gente piola se da cuenta de estas pavadas, por eso le rehuye a los tontos.
:- ¿Nosotros en qué lugar estaríamos para vos?
:- En el medio, recién dándonos cuenta, tenemos 24 años che... pero a mi al menos me gusta jugar con esto que voy entendiendo. Ahora sé que si llueve puedo venir a un café así, con un libro, ponerme contra una ventana, leer, esperar que pase una minita culta o culturosa y...
:- ¿Y qué?
:- Y al menos me gano el derecho a hacerme el interesante.
:- ¿Vos ves todo así?
:- No, todo no, mucha gente escapa a eso... pero la mayoría, la masa es la masa.
:- Si, la masa es la masa- sorbo al unísono, mirada cómplice, fraterna.
:- ¿Entendés por qué me cansé de verte así?
:- ¿Así como?
:- Depre, depre por jugar un papel.
:- Ah.
:- Si vas a jugar un papel, disfrutalo, no lo padezcas, y no te enamores de los personajes, por favor.
:- Qué ganso sos eh, mirá que venir a preocuparte tanto...
:- Ganso no, sos mi amigo, y me jode que aunque entiendas las cosas mejor que yo las sufras igual, tu dicotomía es...
:- ¿Dicotomía?- mirada cómplice y una sonrisa que se esbosa.
:- Perdón, perdón.
:- Ahora sos vos el que usa palabras eh.
:- Me dejé llevar, es el café.
:- Guardalas para cuando te quieras levantar a alguna mina de esas que decís que te levantás así.
:- Sirve, sirve- risas.
:- Los viejos nos miran che, no tenemos que hablar de minas, esto es un templo de la impotencia.
:- Será un templo, pero acá todos piensan en conchas eh.
:- Pensamos.
:- Pensamos, concedo.
:- ¿Y las minas jugarán mucho con nosotros?
:- Y si, para mi que la cadencia de algunas oculta el manejo de hilos secretos.
:- ¿Para tanto?
:- Andá al baño, hay un espejo.

martes, 22 de diciembre de 2009

Jimarson y la hipocresía.

:- ¿Discurrir o transcurrir?
:- No sé, no me vengas con esas palabras, sabés que a mi no me gustan.
:- No seas ganso.
:- Pero te hablo en serio, no me gustan esas palabras.
:- ¿Qué palabras?
:- Las difíciles...- y un sorbo al café.
:- ¿Qué te pasa ahora?
:- Nada, pero estoy dormido y no tengo ganas de andar pensando en palabras, con pensar lo que decís es suficiente.
:- Pero sin esas palabras...
:- ¿Sin esas palabras qué? No seas gil, ¿querés?- revolver con una cucharita de plástico, cucharita descartable.
:- Solo necesitaba usarlas, por eso pregunté.
:- Pero te podes hacer entender con otras, pero son otras que no van a quedar tan bien- otro sorbo, afirmación y sonrisa-. Ahora quedó bien.
:- No me hagas sentir boludo.
:- No te hago sentir boludo, solo no me gusta cuando estas así.
:- ¿Así cómo?
:- Culto, culturoso.
:- Es la costumbre... los amigos de Mariana, ¿viste?
:- Por suerte dejé de ir a tu casa... ¿Estás bien vos?
:- Y, no.
:- ¿Y no qué boludo?
:- Y no, no estoy bien.
:- ¿Viste? Sabía que buscándote ibas a largar.
:- ¿Buscándome?... sos un pajero- sonrisa, mano levantada, camarera y sonrisa.
:- ¿Qué vas a pedir?
:- Y, ahora que parece que vamos a hablar en serio... lágrima, queda bien.
:- Como discurrir.


:- Los baños están limpios, no es como los de siempre.
:- Acá el depre sos vos che, a mi no me gustan los baños cagados.
:- A mi tampoco, solo los viejos.
:- Estás a un paso de la necrofilia, ¿sabías?- Jimarson iba por el segundo cortado y Robertino se acomodaba sereno.
:- Un viejo con plata es tentador, además solo buscan cariño... con la próstata, viste...
:- No seas gráfico.
:- Vos empezaste.
:- Contame de tus problemas de pareja, dale, quiero hablar en serio.
:- ¿Cuáles problemas?
:- Usaste la palabra discurrir, vamos...
:- Dejá eso de lado che, no seas denso.
:- ¿Te entendés con Mariana?- los ojos que no se encuentran porque uno mira el cortado y otro la ventana.
:- ¿Qué tengo que responder?- y la vista encontrada, ahora si, quitando cualquier duda.
:- No respondas, dejá.
:- ¿Contento?
:- No, porque nunca me gustó ver como te abandonás, ¿vos tenés miedo?- la taza, la lágrima y las facturas con pastelera.
:- ¿Miedo?
:- Dale gil, miedo a quedarte solo, eso.
:- ¿Vinimos acá a discutir obviedades?
:- Es un café de viejos, no seas pretencioso- un sorbo largo, casi un trago, aprovechando que el interlocutor prueba el tentempié-. Acá lo que importa es que otra vez te estás abandonando... nunca fuíste de hablar en difícil, esas cosas les gustan a los que quieren ser algo más de lo que son... vos estabas bien así, transcurriendo, si es que querés usar esa palabra para algo.
:- ...
:- En serio loco, cortala con tu inseguridad, me cansa verte así hace tanto ya, si esta boluda te quiere cambiar... disculpá eh, pero me aburrí, soy tu amigo para algo, para no dejar que seas otro, sobretodas las cosas. Vos sos medio gil, mirá que estar acá... che, ¿me escuchás?
:- Si, claro.
:- ¿No tenés nada para decir?
:- ¿Y qué querés que diga?
:- Algo.
:- ¿Algo como qué?- sorbo, y sorbo del otro, así se escuchan y se miran.
:- Algo de todo esto.
:- Ah... y...- sorbo, preparándose-. Vos sabés que tengo miedo, si, y que no sé hacerme valer... que se yo, estoy cansado de esto, de las presiones... es feo tener que ser culto y progre, leer, mirar una foto durante 10 minutos para no parecer un bestia...- y los ojos desvarían en esos momentos.
:- Disculpá, pero a mi no me gusta dejar que te tragues esto solo.
:- ...no, no pasa nada, en serio, si todo esto lo pienso todos los días.
:- ¿Y qué vas a hacer?
:- No sé, la verdad que ya no sé...
:- Robertino, creo que sabés lo que vas a hacer.

Tostadas.

:- ¿De dónde venís?
:- De caminar nomás, no te preocupes- y los pies mojados traspasaban el umbral, chorreando gotas más grandes que las de esa lluvia que lo obligaba a ser un rumiante, una vez más. Le gustaba el agua entre los dedos, tomar conciencia poco a poco de eso, de la viscosidad que se instalaba entre sus medias. Sentía junto a esa lucidez el crecimiento de otra, de una que acompañaba una capacidad analítica increíble pero tortuosa: disfrutaba de maltratarse con los fantasmas del pasado. Tenía bien trazado el camino para estas jornadas. Recorría sin cesar veredas de vainillas, onduladas por árboles de tilo. El aroma de su infancia y la textura del amor, con eso empezaba. Luego la entrada a algún ph, quizás un auto viejo lleno de barro y unos chicos jugando en la lluvia. Se quebraba, si, las lágrimas en sus ojos eran frecuentes (quizás por eso le gustaba caminar debajo de la lluvia) cuando esa bola que se formaba en su garganta se hacía imposible... y ahí tenía que tomar el atado de cigarros común, la bolsita toda aplastada, e intentar ese circo de encender un cigarrillo en medio de la tormenta. Todo, todo en él era un cliché. Los recuerdos inclusive.

:- ¿Te preparo unos mates?
:- No tenés que ser tan tolerante.
:- ¿Tolerante con qué?
:- Con esto digo, con la lluvia y mis caminatas, si hasta te enchastro el piso... y aunque ambos sabemos que no somos muy limpios esto ya es un abuso.
:- No seas pelotudo che, estamos grandes y sos mi amigo- y José partió raudo hacia la cocina, pensando en los amargos y ubicando en su mente esa bolsa de bizcochitos que habían comprado dos días atrás.
Robertino se quedó en el sillón del living, entre hilos, telas, ropas. Se quedó en calzones, tomó algunas prendas (quizás sucias) para cubrirse y aguardó por ese pulmoncito de solitarios recostado en el sillón (gracias Julio). Una pollera floreada invadía su mente. No era específicamente un recuerdo, era una cadencia. Ahora estaba en un repasador que se mecía lentamente, colgando del respaldo de una silla. A José le encantaban los repasadores, se encargaba metódicamente de diseminarlos a lo largo de la casa con el fin de que no le falten en caso de que la pava chorree por el pico. El repasador, la cadencia, las flores. Robertino la recordó, el aroma de la almohada y el color de las tostadas.
:- ¿Querés algo de comer?
Estaba en los desayunos y en el trabajo en el periódico local, rumiando sus épocas de cronista de paupérrimos eventos culturales. El reposo era carnívoro, un sillón que lo devorava de a poco y la ropa que se tornaba cálida lo mantenían aislado.
:- Che, ¿me escuchás?
:- ¿Eh?
:- Te estaba preguntando algo.
Si, en su cabeza esos dos, el auto con barro y las flores en la pollera que espera en la silla a que su propietaria salga de la cama abandonando un desayuno con unas tostadas bronceadas.
:- Che.
:- ¿Qué?
:- Que te estaba preguntando algo.
:- ¿Qué me estabas preguntando?
:- Si querés algo para comer.
:- Ah, si, unas tostadas, pero dejá que me encargo yo.

Y así, después de tanto...

lunes, 21 de diciembre de 2009

José, Manual Básico para el entiendimiento de. (II)

:- Gracias- suficiente para ambos. Lavado, ya sin espuma. Frío, para colmo. Ninguno quería seguir.
:- ¿Te vas a levantar?
:- No vengas con preguntas estúpidas.

José salió del cuarto en dirección a la cocina, bufando contagiado ya del mal humor de su amigo. Cuando llegó a esa mesa desordenada, a la pileta con ollas, platos, cubiertos y vasos, a la mesada con restos de comida y diarios viejos, decidió limpiar un poco. Ese desastre seguramente empujaba a los habitantes de esa casa a no salir de sus camas, a deprimirse por lo gris de sus vidas. Igual él no era así, Pedro y Robertino si, pero él no. Limpió por ellos entonces, limpió concienzudamente, utilizando todos los productos de limpieza que descansan en el bajomesada de cualquier hogar decente.
:- ¿Qué hacés?
:- Limpio.
Y siguió con la grasa pegada a la cocina.
:- ¿Por qué?
Estaba ahí desde tiempos lejanos, desde ese pollo que se recalentó hasta quemarse en el sartén negro, negro mugre.
:- Che, ¿qué te pasa?
Agua caliente y esperar un tiempo a que afloje.
:- A veces me canso.
:- ¿Y por eso limpias?
Pasó su vista por la mesa, algunas cajas de pizza, papeles baratos para envolver comida… cosas que se tiran y ya, después una rejilla húmeda y la mesa está limpia y reluciente.
:- Si.
Abrió el cajón de abajo, ese donde siempre dejaban las bolsas. Sacó dos, se las dio a Rober. Con sus manos le indicó que las mantenga abiertas y comenzó a arrojar dentro de estas todo lo que en la mesa reposaba.
:- Vos no sabés lo complicado que es soportar a un viejo de mierda como vos.
El cesto de basura no dijo nada, solo observó como su amigo, como ese que había perdido el trabajo por su culpa y ahora lo despertaba todos los días, religiosamente, con los mejores mates que había tomado jamás, le planteaba un problema, y el problema era él.
:- No entiendo por qué tenés que andar complicándote la vida al pedo.

José, Manual Básico para el entiendimiento de.

:- ¡José!


:- ¿Qué?



:- Traeme un mate.

:- No jodas.


:- Dale che, recién te estabas tomando uno, te escuché.

:- ¿Qué escuchaste?


:- Cómo le tirabas el chorrito de agua.


:- Ahora te llevo.



:- ¿Con o sin?
:- Sin.

:- Mirá que no llueve eh.


:- Sin dije, no empecemos.
:- Pará un poquito que voy para allá, no me hagas gritar que se me van a caer todas las cosas.

Otro día. Uno más, similar, casi calcado. José mateaba solo, tranquilo, esperando ese pedido en tono altanero. La cuestión del azúcar era fundamental, normalmente relacionada con la lluvia, indicaba el ánimo del recién amanecido. Se conocían demasiado, muchas veces pensaban que la convivencia había manchado con sus costumbrismos a la otrora desestructurada amistad. Robertino lo esperaba acostado, disfrutando de su cuerpo inerte, inentendiblemente cansado.

:- ¿Y hoy?
:- Nada che, unos amargos nomás.

Se sentó, apoyó su espalda contra las almohadas-respaldo y tomó el mate con una sola mano, pese a las advertencias sobre la temperatura del mismo que hacía José constantemente, día tras día. Ninguno se cansaba del otro, representaban sus papeles a la perfección, rara vez fuera de lugar. Robertino tanteó el mate con un sorbo corto, estaba realmente caliente. Se miró los pies, los tenía cubiertos por dos pares de medias y aún así estaban congelados. Recordó un viejo par de zapatillas, unas botitas de básquet muy cálidas, número 37, era joven. Sin darse cuenta, entre calzados imaginarios y gustos musicales matutinos, comenzó a sonar en el minicomponente algo de Toquinho. José siguió el silencio levantando levemente la persiana, acomodándose una silla cerca de donde estaba su amigo y luciendo, prolijamente en su rodilla derecha, el repasador recién estrenado. Le gustaban los repasadores, especialmente los cuadrillé, en tonos rojos.

:- Qué lindo eh.
:- Lo compraste vos, al pibe de acá a la vuelta.
:- Está rico el mate.

Cebó para si mismo, el chorrito casi pegado a la bombilla, y al otro lado la yerba casi seca. La pava colgando de la mano derecha, sin tocar el piso, para no enfriar el agua. El mate en la izquierda, que lo sostiene con vehemencia. José no era de pensar mucho, Robertino lo había forzado a olvidarse de él, ahora vivía los recuerdos de su amigo. Miró la pila de almohadas y al viejo que se dejaba hundir en ellas.
Estaba preocupado, no sabía bien por qué últimamente Robertino no salía de estas depresiones diarias, es más, eran tan seguidas que ya no les valía el título de diarias.

:- Tengo ganas de algo negro, ¿sabés? Me estoy sintiendo medio muerto… no sé vos, pero esto de ser un viejo a mi no me resulta mucho, me sale mal. Nunca me acostumbré al paso del tiempo, a las responsabilidades, siempre las evadí un poco, las fui dejando para más adelante, se fueron venciendo, esas cosas. Ahora de viejo como que no tengo ninguna, ¿entendés? Y siento que tengo que hacer algo, es raro...
:- Tomate un mate.
:- ¿Me entendés? Estamos tan al pedo que podemos hacer lo que queremos, pero nos tiramos acá, a pensar boludeces y dejar que la vida nos deprima. Creo que te ayudé a vos, ahora tenés la oportunidad de caminar por fuera de la plaza esa, ¿te parece? Hagamos un viaje negro, salgamos de acá.
:- Yo hago lo que quiero eh, estoy tranquilo en mi casa.

Tan simple.

sábado, 19 de diciembre de 2009

El trauma adolescente II.

:- Por eso nunca te dije nada, para que después no andes lleno de preguntas.
:- ¿Nada de qué?
:- Que te quería y esas huevadas.
:- Ah.
:- Ah, si. Porque mirá como estás, y todo por un par de Te Amo de mentira.
:- Y...
:- Y nada bobo, vos sos muy boludo para relacionarte con forras como yo, ¿no te das cuenta?
:- ¿Por qué te hacés cargo?
:- Porque también te traté mal.
:- ...
:- Si, lo sé, y por eso muchas veces no te quiero ver, y me siento cuestionada, y te digo todas esas boludeces que generan una distancia enorme entre los dos, porque sé que hice muchas cosas mal, y porque un poco me gustás y no me cabe pensar que podés estar mal por mi culpa.
:- Pero ahora no tenés nada que ver.
:- No vine para que te hagas el superado eh.
:- ¿Superado?
:- Ajá.
:- ¿Superar qué?
:- Superarme a mí.
:- A vos no te superé, solo estoy resignado. Sabés que me gustás, como yo a vos, pero no resulta, nos terminamos lastimando.
:- Si, lo sé, pero no te hagas el superado, es solo eso. No vamos a terminar cojiendo.
:- ¿No?
:- No.
:- No te creo.
:- No me creas.
:- Lo mismo dijiste cuando nos vimos después de la pelea.
:- ¿De cuál de todas?
:- De todas, boluda.


:- ¿Nos vamos a quedar acá?
:- ¿Vos querés hacer algo?
:- No sé, solo pregunto.
:- Vamos para casa entonces.


:- ¿Y ahora?
:- Qué tarado.

El trauma adolescente.

:- Solo me asustaste, pero no te odio.
:- No me odiás pero...
:- ¿Pero qué?
:- ...
:- No empecemos, ¿ok?
:- ¿Por qué decís que iba a empezar?
:- Porque siempre empezás, por eso.
:- ¿Y vos qué estás haciendo ahora?
:- ¿Haciendo yo?
:- Claro, siempre hacés esto, intentás remarcar que ya no nos podemos dar un beso, pero cuando volvés acá nos vemos, o no nos vemos pero sé que estás y vos obviamente sabés que estoy, porque a esta ciudad siempre vamos a volver y...
:- ¿Y qué?
:- Y hacés cosas sabiendo que yo sé que estás acá.
:- No digas boludeces, ¿querés?
:- No te hagas la boluda vos tampoco.
:- ...dame un cigarrillo.
:- No tengo.
:- Agarrá de los míos, están en mi mochila.
:- ¿Son los de siempre?
:- Si, de esos que te gusta fumar cuando te metés porquería por la nariz.
:- Ya no lo hago más.
:- En ese entonces tampoco lo hacías.
:- ...tomá, ¿tenés fuego?
:- Si.


:- ¿Y en qué andás acá?
:- Nada, lo que te conté.
:- ¿Y la chica esa?
:- ¿Cuál?
:- La que te histeriqueaba.
:- Ah, sigue.
:- ¿A vos te gusta que te boludeen?
:- Y... no, me cansa, pero soy boludo, es eso, si vos te cojiste a alguien frente a mí y me seguiste gustando, pese a que me hiciste mierda.
:- Sos un hijo de puta.
:- No, soy medio pelotudo nomás, si a vos te molesta que te diga las cosas así, jodete, pero entendé que lo único que tengo para defenderme son mis palabras, porque más allá de eso no hago nada... y siempre la mierda se hace un camino, y a mi me sale por la boca. A vos por el cuerpo, por todos tus poros, a otras por la histeria, por las cachetadas y las contestaciones... pero bueh, a mi a veces por la boca, porque aguanto y me pudro. Y si, me hiciste mierda, ¿te molesta pensar en que te garchaste a un par de tipos frente a mi? Jodete loca, porque vos lo hiciste, yo no, y no vengas a poner esa cara... me hacés sentir lejos...
:- ¿Lejos de qué?
:- De vos.

Jimarson IV

:- ¿Y qué hablaron?
:- Nada, boludeces, siempre que vuelve da vueltas, y si presiono desaparece.
:- (...)
:- Eso, por eso digo "nada", porque ya no hablamos, creo que hace para mi un personaje.
:- No seas boludo.
:- Es que no tengo otra forma de justificarla.
:- No la justifiques, empezá por ahí.
:- Me decís eso pero vos...
:- ¿Yo qué?
:- Vos sos igual.
:- Ah, si, pero no te da crédito para seguir siendo un boludo. El hecho de que yo sea igual a vos no te hace menos ni más eh.
:- (...)
:- ¿Y qué vas a hacer?
:- ¿Con qué?
:- Con ella.
:- Creo que nada, porque no tengo mucho poder en esta ruptura constante... solo dejo que las cosas sucedan, fijate que intenté aclarar las cosas y le entró por un oído y le salió por el otro.
:- ¿Y vos crees que hablándolo conmigo vas a lograr algo?
:- (...)
:- Claro, si esto te va a servir.
:- Y, capaz que duermo mejor, es lo único que quiero, dormir tranquilo y despertar sin ganas de saltar de la cama.
:- ¿Para tanto?
:- Si sigo sin olvidar, si. Se me oxidaron esos mecanismos parece, ya no estoy para cambiar el modelo tan seguido, la posmodernidad va muy rápido para mi gusto.
:- Desamor, eh.
:- Si, eso.
:- Pero ya lo pasaste... tengo un amigo que dice que sirven como vacuna, que uno ayuda a superar mejor el otro y así... que se yo, a mi mucho no me parece, pero a él le resulta, porque cambia de mina bastante seguido y no lo veo mal.
:- Quizás no se enamora.
:- Andá a saber... a él le gustan mucho los envases, eso suma. No podés quedar tan pegado afectivamente a una persona que no brinda más que un buen cuerpo y una linda sonrisa...
:- Si le inventás un contenido si podés.
:- Eso te pasa a vos, creador de fantasías.
:- A mi y a muchos eh.
:- ...
:- Pasame un mate.
:- Esperá que le cambio la yerba.



:- ¿Te conté que la otra vez le comenté una charla nuestra?
:- ¿Cómo que le comentaste?
:- La leyó.
:- ¿De dónde?
:- Yo se la mostré, quería que sepa cómo hablábamos, porque le dije que a veces me hacés bien y bueh... quería que entienda el por qué.
:- ¿Y qué dijo?
:- Le pareció terrible y fuera de lugar.
:- Qué exagerada.
:- Si, es así con todo. Es una vida drástica.
:- ¿Y vos querés eso?
:- La vida drástica no, a ella nomás.


:- Ahí quedó mejor, aunque le falta un poco al agua ahora

Mucho tiempo después de los Tres Baldes de Pintura*

:- Che, teléfono.
:- ¿Eh?
:- Teléfono, tomá.
:- ¿Quién es?
:- ¿Cómo que quién es?
:- Ah...
:- ¿Ah?
:- Es una mujer, después me vas a tener que explicar.
:- ¿Quién es esa que te pide explicaciones?
:- No pasa nada tonta, es Mariana.
:- ¿No pasa nada es Mariana?
:- Si, no pasa nada, ¿qué querés escuchar?
:- Bueno, te dejo hablar tranquilo, me voy a preparar mate.
:- ¿Con quién estás?
:- Con María.
:- ¿Y esa quién es?
:- Si vas a empezar ahorrame el disgusto y cortá el teléfono.
:-...
:- ¿Para qué llamás?
:- Porque creí que...
:- ¿Creíste que?
:- Hace 5 minutos que bajé del tren y estoy mirando el mar. Antes de ayer estaba en españa, haciendo la post de sonido para una película y terminé y decidí buscarte, y creí que me esperabas.
:- ¿Esperarte?
:- Si... eso, pero...
:- Pero no, porque no che, porque ya no... está todo bien con vos, pero nunca aprendiste a respetarme. Te tengo que cortar, porque María está preparando el desayuno y se va a enojar sino voy y le explico que no pasa nada, que vos decidiste llamar pensando que otra vez iba a estar ahí para que olvides a no se quien, para que se te pase no se qué. Chau Mariana, no llames, no me hace bien esto.
:- Pero...
:- Es tarde...
:- ¿Y qué hago yo?
:- Mirá el mar como lo miré yo todas las veces que esperé que aparezcas.

Tres Baldes de Pintura*

:- Che, ¿por qué no me avisaste de esto?
:- Porque no...
:- ¿No qué?
:- ¿Qué querés que diga?
:- Por qué no me avisaste.
:- Porque no te quería ver, ¿no es obvio?

Y era un capricho nomás, porque ahí cuando cumplía una función ella lo llamaba, le pedía ayuda y lo utilizaba durante unos días, a veces semanas, nunca meses. Caminaba con él, recorrían barrios y contemplaban árboles. Era un escape, una puerta a esas otras cosas que la mayoría no ve, que solo unos pocos, los que no corren, pueden darse el lujo de mirar. Ella corría, claro. Tenía objetivos que cumplir, una pila de compromisos y un sinfín de responsabilidades. Su escape, el masculino, rehusaba convertirse en una persona productiva y vivía arreglándose con poco, sin pensar en una vejez agradable ni en una madurez llena de logros. Así andaban, siempre en caminos diferentes, hasta que la vida responsable, correcta y progresista la aburría y un llamado o una carta indicaban que era el momento para otros días en paz, tiempo de reencuentro cíclico en el que ya jugaban unos papeles rumiados y por momentos tediosos. Por lo general sus mejores momentos eran los desayunos porque no compartían mucho. Él los preparaba y se los llevaba a la cama, sin palabras ni comentarios, desarrollando el rito en el más hermético silencio. Estaban bien y ya, sabían que no iba a durar mucho porque eran diferentes, ninguno estaba dispuesto a moverse al ritmo del otro.

Eran ciclos estáticos en la vida de Robertino. Cada regreso de Mariana lo ponía en un lugar neutro, cómodo. Ella le hablaba de muchas cosas, de todo lo que hacía, de las artes que manejaba porque se juntaba con esa gente, con los que las hacen. Él escuchaba, como no hacía nada no tenía qué contar, solo darle alguna noticia de uno de los suyos, o describir algún árbol, un perro callejero, algo curioso acontecido entre la última desaparición y el actual reencuentro.

:- ¿Y no estás haciendo nada?
:- Y, no, lo que te dije.
:- Pero salir a sacar fotos con Jimarson es un hobby.
:- Como digas.

Y se angustiaba, y se le iban las ganas de contarle todo lo que incluía ese nada tan grande que él cuidaba con esmero. Ella no veía en ese nada la particularidad de Robertino, y Robertino no veía en sus innumerables clichés particularidad alguna en Mariana. Pasaron dos noches juntos, volvieron a fracasar en eso que la gente hace casi exclusivamente de noche pero mantuvieron el ritual de los desayunos con cara de "acá no pasó nada". Transcurría la tercer mañana cuando él
entró al living con tres baldes de pintura.

:- ¿Vas a ponerte a pintar ahora?
:- Si, ¿por?
:- ¿No podés esperar a que me vaya?
:- ¿Pero quién te crees que sos?