sábado, 16 de enero de 2010

Zanahorias. (III)

:- Tenemos que dejar la adolescencia, ¿no te parece?.
:- ¿Eh?
:- Claro, la adolescencia, lo de buscar diferencias y similitudes... eso.
:- ¿A qué viene todo esto?
:- Mariana y sus colegas, lo que me contaste, la cena.
:- Ah.

Estaban en una plaza, sentados en un banco de plaza. No era grande el sitio verde, los juegos en la arena se podían contar con los dedos de una mano y la vieja calesita derruida y abandonada seguramente no soportase más de trescientos kilos de niños. El banco no tenía respaldo, era de esos que son una piedra rectangular grande apoyada sobre dos más pequeñas, cuadradas. Jimarson usaba sus brazos, tensos, para sostenerse, y Robertino se arqueaba sobre si mismo, adormecido. Era un día de verano con viento sur, nubes y clima tolerable. Luego de presentar la documentación pertinente para convertirse en empleados temporales del diario local decidieron descansar ahí, en ese banco, y pulir algunos temas, temas que siempre pulían, hasta no saber si quedaban asperezas o ya no quedaba nada. El sueño los vencía por momentos, aparecía de golpe con una brisa y tardaba en irse, lo ahuyentaba alguna pregunta, un perro, una mujer.

:- Si, tendría...- bostezo.
:- Ajá, no podés seguir escudándote en eso. No por defender a Mariana, sino por vos. Si ella no resulta bien, pero entendé que no somos tan particulares tampoco... que tenemos nuestra gente, que en esa "no pertenencia" que ves vos hay una pertenencia a algo, por eso esta amistad, ¿no?.
:- Creo que entiendo, pero tengo un sueño che...- bostezo-, creo que...-bostezo-, la puta madre.
:- Eso te pasa por hacerte el ácido en una cena boluda.
:- Tampoco voy a dármelas de eso eh, solo fuí y me cansé.
:- No seas bolú, vos primero... bah, está bien así como sos, pero dejá de aislarte, nada más. Y no seas tan cerrado, algunas personas de esos grupos podrían caerte bien.