sábado, 15 de junio de 2013

Pastelera

            Cuatro horas, seis u ocho. Horarios legales de trabajo. Ilegal nueve, diez, once. El trabajo infantil. El trabajo de mujeres con un embarazo avanzado o el de jubilados. Quizás el chico del kiosko de diarios sea hijo del dueño. Igual está mal. Ningún chico de esa edad (aparentemente rondando los 10), debería estar en una caja de hierro, en pleno invierno. Pobre pibe che. Y suelta su gracias maestro. Maestro de nada. De la indiferencia.

:-          ¿Quétepasaquetenésesacaralarga?
:-          Nada, el frío.

            Éramos tan revolucionarios de pequeños. Carlitos tenía barba, yo no me duchaba y Juan hablaba lindo. Creíamos que estas cosas sociales podían cambiar con las intenciones puras, bondadosas e inocentes.

:-          ¿No me vas a decir?
:-          Es que no es nada relevante.

            Carlos. Carlos con dos pibes y unas horas cátedra. Carlos que se viste bien, decora su barba con ambos, zapatos y unas gafas prolijas, de marco seleccionado.

:-          ¿Pero por dónde andás?
            Juan se fue para el norte. Por Carlos lo sé. Es maestro.
:-          ¿Te acordás de mis compañeros del colegio? Te conté hace un tiempo.
:-          Si, ¿les pasó algo?
:-          No, pero por ahí ando.

            Inevitable. Le encantaba meter su mano en el bolsillo, jugar con su encendedor y hacerlo volver. Claro que no era un proceso rápido. Él volvía despacito, en trescientos metros aproximadamente. Volvía pasando por una mueblería, asombrándose por una cajonera muy barata, riéndose porque María pretendía comprarlaparapintarladecolores.

:-          Te vendría bien tener una cajonera de colores. Podés poner las medias sueltas, los papeles del trabajo, los negativos y todas esas cosas que tienen que ir en cajones porque si las dejás por ahí, viste…
            Doscientos metros. La cajonera había quedado a quince. Florista, floristadechapaverde. Una señora con su radio y su antena. Dos baldes de agua, tijeras, calentador, pava, mate y bizcochos. Estaba casi en esquina. Hablaba con el carnicero que desde la puerta de su comercio bien surtido vigilanteaba la zona. Imposible no volver.
:-          Si, deme uno, para la fresca.
            Y se extendió el brazo argentino justo detrás de ellos. Doscientos treinta metros, las flores a treinta.

:-          Volvamos a tomar mate, me dieron ganas.
            Mates, colcha, cama con migas.
:-          A mí también, pero caminemos un poco más, hasta la panadería.

            Siguieron pegados, en aparente simbiosis. Encendedor, cigarrillos. Colgaban el uno del otro. La panadería les devolvió el alma. No era sólo lo salado. La pastelera. A los dos les parecía que la pastelera había nacido para el mate. Facturas. Facturas y regreso despegados. Él llevaba la bolsa, María volvía a repasar a la florista, la cajonera…

:-          A vos te puso mal el chiquito.
:-          …
:-          Aunque sepa que no sirve para nada, le voy a dar las facturas.
:-          …
:-          No me digas nada. Ya sé que no sirve, ya sé que todo que te lleva lejos no cambia, pero déjame hacerlo.
:-          ¿Así nos sentimos mejor?

:-          Quizás. Así no nos cae mal el mate.