martes, 10 de marzo de 2009

Mariana II

:- Cuando pueda, voy a bajar la Luna con una cuerda, para vos.

:- No me digas esas cosas Robertino, no estamos para andar boludeando.

Fijó nuevamente su vista en el apunte y siguió leyendo. Ella ahí, perfectamente concentrada en ese montón de letritas fotocopiadas una y mil veces, esas letras que si apurás un poco la vista parecen ser todas la misma. Ella estaba ahí, en esa silla de cuerina mal cosida. Estaba ahí, tomando esos mates amargos que él le alcanzaba con timidez, con veneración. Hasta con esos bizcochitos salados la adoraba. Por más que estuviesen un poco húmedos.

Él estaba en ella, y en él. Pendiente de la temperatura del agua, de las masitas saladas que nunca comía y de que no refresque mucho porque se estaba haciéndo de noche y no quería que ella quiera volver a su casa al darse cuenta de eso. Por eso estiró esa reunión de estudios. Aunque él ya sabía todo, porque era una persona aplicada. Ahora era más aún, porque no quería que ella lo encuentre en falta.

Después venía el "vos tenés un 8, y yo un 6", "tuviste mala suerte, tu tema era más jodido", "no, vos sos más inteligente, no hagas grupo conmigo, te retraso", "no digas pavadas, Mariana". La misma discusión, calcada. Ella que jugaba, y él que disfrutaba de ella.