jueves, 4 de junio de 2009

Infancia

Parte I

I

Robertino Ariel Sánchez vino al mundo de forma natural, con cachetudos 3,600 kilogramos. Sus padres no lo buscaron, como a ninguno de sus hijos, pero tampoco hicieron nada por evitarlo. Conocían el mecanismo de hacer bebés, lo disfrutaban y pagaban las consecuencias. Se habían casado con la idea de vivir independientes de toda criatura hasta los treinta años, pero esa edad los encontraba ya con dos nenes y una nena. Robertino llegó tiempo después, fue el sexto y sus progenitores ya acariciaban los 38. Vino a cerrar una serie de hermanos un tanto exitosa.

Día nublado, fresco y solitario en la ciudad costera, su familia lo esperaba reunida en el café de la clínica ya relajada por tantos partos anteriores. Mario, su papá, asombró a todos cuando decidió repentinamente presenciar el parto, sobreponiendose a su aversión a la sangre. Robertino, cabezón y rubio, obligó al obstetra de toda la vida a realizar un corte en la vagina de su madre para así salir con comodidad. El señor Sánchez aguantó con normalidad, tal era su asombro en el primer parto de su vida. Al cabo de una hora y algo más Betito estaba limpio, siendo llevado a los brazos de su madre.

II

César

:- ¿Viste que a la casa de al lado llegó un nene?
:- Si, lo ví, es medio negro.
Era el único borrego en su barrio. Los siete años le quedaban chicos pero los amigos del barrio lo dejaban de lado en la mayoría de los juegos. Estaba solo, ellos en los doce y él con siete. Su mamá casi que lo forzaba a frecuentar a sus compañeros de colegio pero él se aburria, hacer la tarea y jugar a los videojuegos no lo llenaban en lo mas mínimo. Disfrutaba de su bicicleta, en ella lograba escaparse lejos como casi ningún niño lo había hecho jamás a su edad. Pedaleaba tanto que llegaba a un parque muy al sur, un lugar grande con un lago con cisnes a pedal. Sabía que estaba lejos porque lo veía siempre desde el auto de su papá, cuando iban a la ciudad vecina con todos sus hermanos a visitar a la tía Florencia.
:- No digas así, no queda bien.
:- ¿Marrón?
Le gustaban las tareas del hogar. Ayudaba como podía a su mamá con la cocina, era bueno haciendo bizcochuelos. Se paraba en un taburete para poder batir los huevos en la mesada, creyéndose grande y con autoridad como para retar a sus hermanos que se acercaban a molestar. Al momento de la harina se quitaba esos lentes de grueso marco rojo que fueron motivo de burla cuando los eligió, con esa seguridad que lo marcó de pequeño.
:- Sos pavo eh- No lo podía retar, sabía que entendía bien el humor de los grandes y sus palabras inocentes hacía tiempo que no eran tal cosa. Victoria era rígida e inquebrantable, no hubiera existido otra forma de controlar a sus hijos, pero Robertino despertaba en ella sentimientos que los otros no, notaba en el más chico de su prole algo que lo distinguía. Muchas veces este le exigía explicaciones demasiado argumentadas, en su afán de conocer el por qué Betito se volvía pesado e insoportable. Esta vez no, la estaba buscando, se le notaba en la sonrisa.
:- Se llama César Páez, es el sobrino de Marta.



:- ¿Viste que llegó un nene nuevo al lado?
:- ¿Quién te dijo?
:- Mamá, ¿vamos a verlo?
:- ¿Vos no estabas ayudando a mamá?
:- Si, pero ya terminé, ahora tenemos que esperar un rato y comemos torta.
Eugenia, la cuarta de la camada, lo siguió sin chistar, curiosa. Cruzaron despacio el patio de adelante, mientras los demás jugaban a la pelota y rompían las plantas. Era una casa normal, un lote grande y una construcción casi cuadrada al medio, de cuatro habitaciones pequeñas. El patio de atrás era la envidia del barrio, en el Mario había instalado una parrilla con asador incluído. Aparte de esto solo tenía césped y unos soportes para un techo de lona desmontable que estaba por llegar cualquiera de estos días. El de adelante era diferente, rodeado por plantas florales era el lugar elegido para jugar a cualquier cosa, desde la escondida a la pelota. Victoria tenía que cuidar a los gritos a sus criaturas de pétalos sensibles de las bestias infantiles.
:- Tocá el timbre vos, sos la que más viene a visitar a Marta.
:- No te hagas, vos también venís por el café con leche- se mordía el labio y lo sobraba.
:- No me gusta que me hagas así.
Tocó el timbre. Del otro lado de la puerta estaba el nene nuevo marrón. César, pensaba Robertino, César. Lo iban a invitar a comer torta como habían hecho con Camila, la otra sobrina de Marta.
:- Hola purretes- le gustaba besarlos y abrazarlos. Los quería mucho, eran más que su familia. Ella era del barrio desde pequeña, al igual que los padres de estos dos chicos que ahora llamaban a su puerta. Se había criado junto a Victoria, eran mejores amigas desde las primeras palabras. Marta era música, daba clases de canto y tenía una banda de rock bastante conocida que Mario escuchaba todos los días. El decorado de su casa era extraño, discos y fotos de músicos, cuadros por todos lados, espejos y porta sahumerios. Eugenia estaba fascinada con todo, imitaba a su tía hasta volver este mimetismo algo preocupante.
:- Tengo una sorpresa para ustedes.
:- Ya sabemos- la mirada cómplice.
:- ¿Les dijo mamá?
:- Si, no le tenés que contar porque es una buchona.
:- No le digas así, le voy a contar.
:- ¡Chicos!- Robertino reaccionario, Eugenia la informante. Siempre iguales, Marta se divertía viendo a la señorita y al machito.

Siguieron a la tía bien de cerca, el hombre en la retaguardia porque su hermana siempre pensaba que el cuco estaba cerca. Se escuchaba la tele, un dibujito de esos que daban siempre a las seis de la tarde. Ninguno de los dos era de mirar mucho la caja boba, su papá les había enseñado a no prestarle mucha atención porque podía dejarlos idiotas, además tenían tantos juguetes y tanto pasto que pasar las horas bajo techo aún no era considerada una opción viable. El nene nuevo miraba con atención, un tigre con un tipo arriba peleaban a espadazos contra un cádaver con una capa.
:- César, vinieron dos primos a verte- se dió vuelta al instante, sabía de la existencia de ellos gracias a Camila. Su mamá le contó de sus primos tiempo atrás, antes de la primer visita de su hermana. Ahora Inés, la hermana de Marta, estaba radicada en la ciudad después de luchar mucho tiempo por el traspaso en su trabajo. Vivían a unas diez cuadras, en un chalet de ladrillo a la vista sin patio de adelante.
:- Hola- a Robertino la mano y a Eugenia un beso. Tenía ocho años pero era un señor, se paraba derechito y estaba vestido como para ir a un lugar importante. Los hermanitos Sánchez se presentaron y se sentaron a mirar la tele, mientras Camila iba a comprar unas galletitas.
:- ¿Por qué estás vestido así?
:- Callate Robertino querés- se rieron César y Robertino, uno de ella y el otro de él.
:- Él también se rie, mirá- lo señalaba y más se reían, Eugenia intentó mantenerse seria pero largó una carcajada peor que la de ellos. Poco a poco se fueron silenciando con miradas, el primero en retomar la palabra fue César.
:- Mi mamá me mandó así a lo de la tía, no sé por qué.
:- Parece que te van a embautizar.
:- Bautizar, bruto.
:- Pensé que era...
:- No, me viste así para ir a lugares importantes.
:- ¿Acá es importante?
:- No sé.
:- No sé, mamá nos viste así para ir a los lugares paquetes.
:- ¿El supermercado?
:- No, ahí no nos lleva así, ¿para qué preguntás si sabés?
César se divertía con la discusión, Eugenia se molestaba con las preguntas tontas de su hermanito. Victoria siempre le pedía paciencia, todos en la casa entendían que Robertino era de preguntar mucho las cosas aunque las entendiese a la primera, él creía que todo tenía una pata más. Se cansaron rápido y el tigre volvió de los comerciales. El feo de la capa era malo, eso era algo indudable. Robertino lo cuestionaba, decía que el otro le pegaba igual, no diferenciaba por qué uno era malo y el otro bueno. Otra discusión, César esta vez tomó partido por su primo. Pasaban los minutos y los pobres y feos malos cobraban de lo lindo frente al tigre y el señor del pelo rubio. Marta entró con galletitas de chocolate y chocolatada fresca. Como siempre acercó la mesita de patas cortas con los individuales de animales salvajes. Los vasos de vidrio con bichitos de la suerte eran menos conocidos, se ve que era una situación importante. Robertino entendió el asunto y aceptó la ropa de César como natural. Ahora la adulta se acercaba al tv y cambiaba el canal. Noticias.
:- Si pongo algo aburrido dejan de mirar y charlan.
:- ¿Nos vas a obligar?
:- No, se obligan solos.
:- Ahmmmmm- Eugenia se mordía el labio y la sobraba.
:- ¿Cuándo yo no estube no hablaron?- Ahí le contaron de la discusión y los varones defendieron al esqueleto. Marta también, para decepción de Eugenia, dijo que ella tampoco entendía por qué los buenos eran buenos si terminaban pegando igual que los malos. Les explicó que en el mundo pasaba lo mismo, que los buenos mataban gente porque decían ser buenos pero terminaban siendo como los malos. Después los llevó a la imposición de un sistema sobre otro y demás cuestiones que solo a uno de los niños interesaban.
:- ¿Y Camila?- preguntó por su amiga para no escuchar más el discurso de su tía traidora, que le había dejado sola en la batalla contra los hombres. César le explicó que estaba un poco enferma, gripe o alguna cosa que da mocos.