domingo, 24 de octubre de 2010

Edmilson Riveiro (Echimilson en estos lados)

:- Ey Edmilson, ve a espantar a las palomas.

Sus rodillas morenas y huesudas eran parcialmente cubiertas en su extremo superior por un jean precariamente cortado. Él corría con eso, corría a las palomas. Sus pies morenos y huesudos eran parcialmente cubiertos por la tierra. Él corría con ellos, corría a las palomas.

:- Mantenlas lejos del pan para los pollos.
:- ¿Y por qué no entramos el pan para los pollos hasta que los pollos lo quieran?
:- Edmilson... solo quítalas.

Espantar palomas podía transformarse en deber de tiempo completo. Instalaba su pesadez de hora de siesta bajo la parra mientras comía uvas y escupía las semillas a las ratas voladoras.

:- Edmilson... las uvas calientes hacen mal a la panza.
:- Pero mamá, sino querés que las coma así poné algunas dentro de agua...
:- Edmilson...

No era tonto, como todos los niños. Él sabía que después de una tarde de espantador de palomas armado con semillas de uva el dolor de panza era algo insoportable. En el inodoro pasaba sus segundos más solitarios, compadeciéndose de si mismo a la espera de que termine el calvario. Era más bien un baño humilde, el agua se calentaba en uno de esos calefones eléctricos que se enchufan exclusivamente cuando alguien quiere tomar una ducha. "En cinco minutos Edmilson, ni uno más", él sabía esas minucias.

Le gustaban sus vacaciones, estar sin hacer nada esperando a que su madre le de alguna tarea simple, transformable en un juego en un abrir y cerrar de ojos. Ella se contentaba viéndolo cuidar del pasto, creyendo que él lo hacía por gusto, pero no era así, Edmilson admiró desde muy pequeño a su padre, sin que nadie lo sepa imitaba el ir y venir de sus piernas cuando pasaba la máquina de cortar el pasto, o más de una vez se esforzó por lograr esa cadencia al carpir el borde del patio con la azada heredada por tantos. Le gustaba ser hombre.

Así como disfrutaba de lo anteriormente dicho también tenía espacio para un amigo, el pequeño Jimarson, un vecino jocoso y un tanto bobalicón que cada día por medio entraba a su casa con una pelota en mano, presuroso a partir hacia la plaza del barrio para medirse en un enfrentamiento futbolístico (conformado por todos los niños del lugar) lleno de puntapiés y golpes francos a la canilla. Ambos niños eran sumamente habilidosos y más de una vez se vieron forzados a abandonar los partidos después de un caño carente de respeto.

:- El pan es pan Edmilson, aquí no comemos con galletones.

Si bien nunca fue veloz siempre fue confiable, por eso varios gerontes de la cuadra recurrían a él cuando lo veían pasar con la bolsadehacerlosmandados. Solo una persona no tenía que llamarlo. María Aparecida fue su amiga muchos veranos: anciana amable que supo encontrar en él un amigo, un nieto y un hijo.

:- Es que no quedaba otra cosa ma...
:- Edmilson...

Así transcurrieron las vacaciones de este muchacho mientras fue un niño, entre mandados, vecinos, mandatos familiares, las ganas de ser hombre, un amigo y el fútbol. Su relación con María Aparecida merece un capítulo aparte, ya que ocupa un espacio en su vida física y sentimental como no ocuparon las palomas o la parra.

Edmilson Rivero, poeta.