Usar boxer tiene sus ventajas, pero a veces las bolas se pegan al tronco y los pelitos tiran. Era una mañana de eso, una mañana de bolas pegadas y pelitos que dan tirones. También notó que le faltaba una media. Muy de a poco sus pies comenzaron a buscar entre las sábanas a la fugitiva, a esa media azul con el elástico estirado que andaba sin su pie por la cama desordenada. La encontró rápido y sus manos la volvieron a su lugar, las mismas manos que despegaban esas bolas pringosas.
:- ¿Vas a salir de la cama?
Era José desde la puerta, como tantas mañanas. Lo esperaba como siempre, amargo en la derecha y la pava colgando desde la izquierda. Su boca (la de Robertino), acostumbrada al aire caliente de las horas de la noche, respiró el fresco matutino y respondió con un "si" tímido, una afirmación que daba a su amigo la sapiencia de un estado de ánimo decadente.
:- Qué viejo de mierda que sos.
Era José desde la puerta, como tantas mañanas. Lo esperaba como siempre, amargo en la derecha y la pava colgando desde la izquierda. Ya no necesitaba acostumbrarse al fresco matinal, ahora asomó una mano con un fuck you mientras la otra jugaba con la pringosidad de sus bolas. En su cabeza seguía la chica con el vestido floreado y la impotencia de sus cincuenta y pico.
:- ¿Querés un mate?
La respuesta era la misma de todos los días, de todos esos días. José sabía de las depresiones de Robertino y Robertino sabía que José sabía de sus depresiones, entonces se debaja ayudar sin prisa. El mate llegaba a su mano, tibio y en silencio. El cebador se retiraba a la cocina, ahí aguardaba. El mate volvía con su amigo, siempre lo lograba sin importar lo mala que haya sido la noche.
:- ¿No tenés pantalones?
:- No- tomando el segundo mate del día, mirando la mesa que luce un mantel plástico nuevo, con frutillas chiquititas.
:- No seas pelotudo.
Los ajenos a ese mundo no entendieron jamás como Rober pasaba sus primeras horas en soledad. Tomaba esos mates en silencio, las piernas abiertas para ventilar sus partes y los pies en las pantuflas. Era un viejo depresivo como casi todos, musculosa blanca para dormir, boxer y pantuflas. Mates, amargos, amigo ex policía. En su cabeza estaban las flores, las bicicletas de la juventud y todas esas revoluciones posibles. Quizá en esto último radicaba la diferencia, quizá por eso era un casi y no un como. En su cabeza vivía la libertad adolescente, contestataria y rebelde. Era un tipo que se arrimaba a los sesenta con las ganas de vivir de un pibe de veinte. José lo dejaba amasar el plan del día tranquilo, mientras le pasaba los mates mirándolo sin chistar hasta que Robertino se levantaba y emprendía su aventura pasiva, su camino de tres metros.
:- Hoy tengo que hacer algo, ¿te parece?
:- ¿Eh?
:- Sos un lerdo vos- se levantó acomodando el calzón que se empecinaba en mostrar su nalga derecha y enfiló para el baño. Una ducha, eso era hacer algo para él. Buscó la toalla más peluda y quitó del picaporte el calzoncillo que ahí se secaba para dejarlo a mano, sabía que encontrar otro era casi imposible. Su casa tenía una ducha envidiable, era ese lugar el más cuidado por los tres. Se quitó las prendas algo sucias y se animó a la calidez de un chorro amigo. El agua en la frente, como siempre que necesitaba pensar. Repetía religiosamente todos esos clichés cinematográficos que tanto lo habían aburrido, ahora sabía que frente a otras personas estos le daban un cierto aire de misterio. Sus recuerdos lo llevaron a un conductor televisivo, a una afirmación idiota y al recuerdo de una ex. Se masturbó, le gustaba hacerlo al principio para disimular los restos con el jabón y el shampoo. Diez minutos bastaron para cerrar el paso de agua y pararse frente al espejo como un ser renovado, estaba feliz con el resultado de ese baño matinal. El día comenzaba igual a tantos otros, pensaba en la plaza y las pulseras, las mujeres y los vestidos, las flores y el odio.