Se esperaban, a veces uno, a veces el otro. El café quedaba cerca de la casa de Rober, Jimarson era el que debía moverse por tener auto. Era una mañana como cualquiera, las hojas cayendo como cualquier otoño invitando a una melancolía de lágrima con dos media lunas. Ambos disfrutaban de repetirse, de simular un encuentro profundo con sus libros sobre la mesa, con la cámara esa que ya estaba un tanto vieja pero él negaba cambiar. Hoy el caminante aguardaba por el motorizado, no tenía libros ni cámara, se había quedado dormido y salió rápido, pensando en el retraso y no en el motivo del encuentro.
En una mesa dos viejos con el Clarín, en otra uno que se pide un Gancia con unas papitas y él que se decide por la imagen que debe dar y encarga un cortado. Tiene sueño, repasa la ducha y la paja y se maldice, cuando se despierta cansado sabe que debe evitarla pero cada vez que entra al baño, cada vez que se expone a la lluvia de agua tibia y corre hacia atrás el cuero que cubre a su amigo, este se despierta y lo invita al placer. No podía, desde que la descubrió no pudo dejarla.
Tenía sueño.
:- No me quedaron sobrecitos de azúcar, te traigo la azucarera.
El pulgar respondió por él, el azúcar es azúcar venga en un sobre de papel o en un tarro de vidrio. Le importaba poco, se dormía. Con esfuerzo intentó traer a su mente turbada los temas del día, los asuntos tan trivialmente importantes que lo forzaban a encontrarse con su amigo en ese bar de viejos que les gustaba por trillado. Miraba la foto de Pichuco, pensaba en la Semana de las Artes y Mariana sonidista. Ya no pasaba nada con ella, solo pensaba. Llegó el cortado y las facturas, también la servilletita debajo de la taza y la cucharita con un poquito de mugre adherida. Un poco de azúcar en frasco de vidrio, revolver despacio, como si una mujer lo hubiera dejado la noche anterior. A lo lejos el ruido del quinientoscuatro y la sonrisa que viene con la idea de Jimarson recién levantado, improvisando una disculpa que no necesita.
Estaba bien el cortado, todo estaba bien en ese lugar que se daba el gusto de conocer a sus clientes, por escasos. Las facturas no eran un lujo pero si se humedecían en el café quedaban como cualquiera. Vió estacionar en frente al Peugeot, todavía tenía el barro de la encajada. Su amigo salió despacio, prestando atención a no dejar nada dentro pero tampoco sacaba sus carpetas, no traía nada en sus brazos. Antes de cruzar en dirección al café miró bien a ambos lados, dió con su pie en las costras de barro del coche. Cruzó, se vieron, se rieron.
:- Che, no traje nada.
:- Saludá primero, pelotudari.
Se puso de pie, un abrazo con palmaditas en la espalda y un beso en el cachete.
:- ¿Contento?
:- No, no me esperaste.
:- Parecés una mina, ¿te tengo que acomodar la silla?
:- Haceme una paja mejor.
Hablaban fuerte, los viejos ya no se asombraban de estos dos jóvenes de treinta y algo. Eran los únicos que emitían algún sonido, sin contar el tv de catorce pulgadas que colgaba del rincón de las camisetas de clubes barriales. Al principio no fueron bien recibidos, los consideraban unos maleducados que solo venían a perturbar el orden de cementerio que reinaba entre los gerontes. Robertino supo romper el hielo en varias ocasiones hasta dejarlo bien molido, el alcohol, el Fernet Branca era el encargado de acercar generaciones.
:- ¿A qué vinimos me querés decir?
:- La reunión de los jueves che.
:- ¿Qué reunión de los jueves boludo?
:- Esta.
:- Vos me hacés caminar al pedo nomás, si esta semana no laburamos.
Le preguntó a su amigo que tomaba, si estaba bueno y demás cuestiones de consumidor dubitativo. Pidió lo mismo, como siempre. Se levantó al baño, la rutina era la acostumbrada y la camarera, la señora del dueño (los doblan en edad) preparó dos jarritos, no tenía que esperar a que le diga Robertino que necesitaba otro para no dejar solo a su amigo.
:- ¿No meás antes de venir?
:- ¿Qué te importa?
:- Siempre repetimos lo mismo, ¿te das cuenta?
:- ¿Estás sensible?
:- Dormido, tenía ganas de quedarme en casa, no de venir a tu reunión de los jueves.
:- Nuestra che, venimos acá a comentar cosas fundamentales de la vida.
:- Vamos a estar acá, comentando tus cosas fundamentales de la vida, toda una vida.
:- No, los jueves nomás.
:- Mirá...
:- ¿Qué?
:- Estoy dormido y vos en vivo.
:- No, es que no la pongo hace rato, entonces viste... uno se pone rápido.
:- Ah...
La segunda tanda para Robertino, la primera para Jimarson. El mismo tempo para el azúcar, la vejez simulada y el rito del café con un amigo.
:- Corré el pie boludo, yo llegué primero.
:- Chupame la pija.
:- Vos me hacés esperarte en esta mesa... la próxima me siento en una más grande, acá no entramos los dos, vos siempre te estirás todo.
:- Qué sensible, menopáusica.
Jimarson se levantó a llevar el azúcar, la mesa era realmente pequeña y no le gustaba como quedaba ese tarro ahí, no colaboraba con el balance de cuadro.
:- ¿De qué vamos a hablar?
:- De nada, tomemos el café y si seguís dormido te llevo a tu casa.
:- Es para matarte eh.
:- No seas ganso, si después me llamás para tomar mates.
:- Pero hoy tenía unas ganas de dormir...
:- Estás cojiendo mucho, tenés que aflojarle che, sino te me vas a consumir.
:- Envidia se llama eso, además el sexo no te consume.
:- La paja en la ducha entonces.
:- ...
:- ¿Le das?
Robertino y el café, un sorbo largo y esa expresión de "claro boludo, como vos".
:- Bueno, yo también y no vengo así, muerto en vida.
:- No estoy muerto en vida, solo que anoche... bueh, cosas de pareja.
:- ¿Discutieron?
:- No, no, cogimos mucho, eso nomás.
:- Vos me largás así... cuando la agarre a Flor la mato.
:- ¿Se van a ver?
Jimarson y el café, sorbo largo y esa expresión de "claro boludo, me extraña".
:- Dale ganso, contá.
Jimarson y el café, sorbo largo (muy) y esa expresión...
:- La puta que te parió, seguro que me hiciste venir para contarme esa huevada.
:- Jaja.
:- ¿Para eso? Te voy a cagar a patadas, nos podemos ver más tarde si me querés contar que te vas a cojer a Flor.
:- Más tarde no che, no tengo tiempo hoy.
:- Chupame un huevo.
:- No, tengo que mantener el aliento fresco.
:- ¿A qué hora la ves?
:- Ahora en un rato, después de llevarte.
:- Portate bien eh, no quiero reclamos después, no te hagas el desinteresado porque la vas a cagar de nuevo.
:- Si, ya sé que la tengo que cuidar, querer, respetar, todas esas cosas que hacen confiables a los tipos... solo es que antes no tenía ganas, ahora si.
:- ¿Vas con el auto así?
:- Claro, tampoco tengo que ir con un cartel que diga regalado- las manos señalando en el pecho el lugar del hipotético letrero.
:- Siempre un duro eh.
:- Así son las cosas, vos el blando y yo el duro, ¿no?.
:- Vos el boludo que me hace venir acá para juntar un poco de coraje.
:- Áspero... tomemos el café que se enfría.
Dejaron de prestarse atención y se concentraron en el tv de colores saturados. Noticias, el mundo y sus problemas, los viejos que comentan y cotejan el Clarín con el noticioso. Robertino les pide el suplemento deportivo, lo lee mientras Jimarson sigue con sus facturas, esperando que termine, vaya a mear y se decida a salir del café. Mucho fútbol, muchos boludos que corren detrás del esférico y así dan sentido a la vida de miles de personas. Se quedó pensando en su amigo con la amiga de su ex mientras chusmeaba con desgano las noticias de los burros. Jimarson y la mano en el hombro de Robertino, "¿vamos?".
:- Dale.
viernes, 5 de junio de 2009
Trabajo (Infame)
De a poco Rober volvió a ser lo que era.
Ya no más reuniones hasta las 10 de la mañana con la menesunda de por medio. Ahora dormía como un trabajador, a las diez de la noche.
Trabajaba mucho, dormía lo acostumbrado por todos los que trabajan y comía donde el tiempo lo encontraba.
Estaba solo. Con diescinueve años y un futuro enorme, pero solo. Sus amigos de la infancia lo habían dejado a un lado después de lo que le hizo a Milagros. Su familia procedió de manera similar. Su padre lo expulsó del hogar apenás se enteró del aborto a patadas. Su madre no habló con él siquiera, simplemente le alcanzó un bolso con ropa limpia y planchada. Esa tarde salió por la puerta de atrás y nunca más volvió. Tenía diescisiete.
Un año más tarde estaba robando estereos. Los autos aparcados eran blancos fáciles. Un trapo, el codo y chau. Así pago vicios y comidas durante un año más. Vivienda no, estaba en una casa ocupada. No faltó jamás en su vida el sexo, la comida y la música. Las drogas eran como el aire, mejor ni nombrarlas.
Después de los stereos decidió buscar trabajo. En el transcurso de ese día (cuando se decidió) encontró algo: era ayudante en un taller de pintura automotor. Rober aprendió en poco tiempo las inclemencias de un trabajo arduo, de un horario completo y del olor a pintura.
Ya no más reuniones hasta las 10 de la mañana con la menesunda de por medio. Ahora dormía como un trabajador, a las diez de la noche.
Trabajaba mucho, dormía lo acostumbrado por todos los que trabajan y comía donde el tiempo lo encontraba.
Estaba solo. Con diescinueve años y un futuro enorme, pero solo. Sus amigos de la infancia lo habían dejado a un lado después de lo que le hizo a Milagros. Su familia procedió de manera similar. Su padre lo expulsó del hogar apenás se enteró del aborto a patadas. Su madre no habló con él siquiera, simplemente le alcanzó un bolso con ropa limpia y planchada. Esa tarde salió por la puerta de atrás y nunca más volvió. Tenía diescisiete.
Un año más tarde estaba robando estereos. Los autos aparcados eran blancos fáciles. Un trapo, el codo y chau. Así pago vicios y comidas durante un año más. Vivienda no, estaba en una casa ocupada. No faltó jamás en su vida el sexo, la comida y la música. Las drogas eran como el aire, mejor ni nombrarlas.
Después de los stereos decidió buscar trabajo. En el transcurso de ese día (cuando se decidió) encontró algo: era ayudante en un taller de pintura automotor. Rober aprendió en poco tiempo las inclemencias de un trabajo arduo, de un horario completo y del olor a pintura.
Tardes de mate
Las tres de la tarde de un martes cualquiera. Afuera las nubes cubren el cielo y el aroma a noche de lluvia aún persiste. Rober escucha desde su cuarto el sonido de un auto transitando el asfalto húmedo.
Dos o tres vueltas en la cama. La mano izquierda aparece de entre las sábadas y toma el control remoto. Prende el tv. Ahora su pelo asoma, seguido de la totalidad de su cabeza. Siente la nuca algo transpirada al igual que sus manos. No hace frío, lo sabe porque puede sacar los pies fuera de su trinchera nocturna. La mano izquierda continúa con el contro remoto, el zapping veloz está a punto de terminar, nunca encuentra nada para ver a las tres de la tarde.
:- ¿Estás despierto?
Sin mirar dentro de la habitación, aunque la puerta lo permita, Jose pregunta a su amigo. Estaba acostumbrado a recibir la respuesta después del segundo o tercer intento, o a conformarse con un mute que lo invitaba a seguir camino. Mute. A la cocina sin chistar: primero la hornalla y después la pava llena hasta arriba, porque viene Rober en un rato.
Dos bolsas de supermercado alcanzaron para quitar todo eso que se había juntado en la mesa de la cocina. En la alacena están siempre los bizcochitos, al lado del mate. Con los años aprendieron a organizarse, ahora los bizcochitos van al lado de la yerba y del mate, ya no tienen que buscar eso por las "mañanas". Ambos prefieren los salados, de grasa. Solo Pedro tiene gustos extraños, a veces aparece con cosas dulces o unos bizcochitos que vienen con azúcar negra. El agua esta a punto, Jose toma lugar en una de las cabeceras, en la que le permite mirar hacia la ventana. Con delicadeza coloca en la mesa el posa pava, sus gordos dedos pueden moverse bastante bien. El primer chorro de agua cayó al mate mucho antes de que esta llegue al punto, la yerba se humedece con agua tibia. Ahora coloca la bombilla. La descarga del inodoro, Rober está por llegar.
:- ¿Pedro?
:- Salió.
:- ¿Sigue mal por lo de Camila?
:- No, creo que tiene un trabajo.
Los dos son capaces de tomar una pava entera, mano a mano. Rober tiene una vista un tanto gris: Jose, pared y heladera. Jose: Rober, ventana y árbol de tilo.
:- ¿Estás mejor vos?
:- ¿De qué?
:- El otro día andabas como un boludo, de eso.
:- Ah, si, a veces me da, es como la alergia.
Dos o tres vueltas en la cama. La mano izquierda aparece de entre las sábadas y toma el control remoto. Prende el tv. Ahora su pelo asoma, seguido de la totalidad de su cabeza. Siente la nuca algo transpirada al igual que sus manos. No hace frío, lo sabe porque puede sacar los pies fuera de su trinchera nocturna. La mano izquierda continúa con el contro remoto, el zapping veloz está a punto de terminar, nunca encuentra nada para ver a las tres de la tarde.
:- ¿Estás despierto?
Sin mirar dentro de la habitación, aunque la puerta lo permita, Jose pregunta a su amigo. Estaba acostumbrado a recibir la respuesta después del segundo o tercer intento, o a conformarse con un mute que lo invitaba a seguir camino. Mute. A la cocina sin chistar: primero la hornalla y después la pava llena hasta arriba, porque viene Rober en un rato.
Dos bolsas de supermercado alcanzaron para quitar todo eso que se había juntado en la mesa de la cocina. En la alacena están siempre los bizcochitos, al lado del mate. Con los años aprendieron a organizarse, ahora los bizcochitos van al lado de la yerba y del mate, ya no tienen que buscar eso por las "mañanas". Ambos prefieren los salados, de grasa. Solo Pedro tiene gustos extraños, a veces aparece con cosas dulces o unos bizcochitos que vienen con azúcar negra. El agua esta a punto, Jose toma lugar en una de las cabeceras, en la que le permite mirar hacia la ventana. Con delicadeza coloca en la mesa el posa pava, sus gordos dedos pueden moverse bastante bien. El primer chorro de agua cayó al mate mucho antes de que esta llegue al punto, la yerba se humedece con agua tibia. Ahora coloca la bombilla. La descarga del inodoro, Rober está por llegar.
:- ¿Pedro?
:- Salió.
:- ¿Sigue mal por lo de Camila?
:- No, creo que tiene un trabajo.
Los dos son capaces de tomar una pava entera, mano a mano. Rober tiene una vista un tanto gris: Jose, pared y heladera. Jose: Rober, ventana y árbol de tilo.
:- ¿Estás mejor vos?
:- ¿De qué?
:- El otro día andabas como un boludo, de eso.
:- Ah, si, a veces me da, es como la alergia.
Mariana
Caminaba sin prisa, tan solo veinte cuadras y algo más lo separaban de la escuela de fotografía. Estaba llegando tarde, como siempre. Su mano derecha jugaba con el encendedor, escondido en el bolsillo derecho, a cubierto del frío. No le gustaba detenerse en las esquinas, era temerario para cruzar a punto tal de enfrentar los autos a fuerza de insultos y ademanes. Siempre tomaba el mismo camino, desde pequeño era una persona que solo interrumpía sus rutinas cuando era estrictamente necesario pero a veces no podía mantener un orden en su vida, tenía grandes períodos de inestabilidad en los cuáles la única constante era la marihuana y algún dolor angustioso. Ahora estaba bien, trabajaba y estudiaba lo que quería, sin tener que rendir cuentas a nadie.
:- ¡Beto!- un llamado interrumpió sus cavilaciones, sus geniales ideas de fotógrafo amateur y artista desdeñoso. Volteó lentamente, el encendedor se le zafaba en ese girar constante y el bolsito de la cámara golpeaba su cintura.
:- ¿Qué te pasa?- era Mariana, la chica que siempre se cruzaba en ese camino que era de él. Estudiaba sonido en un instituto que estaba de camino a la escuela, por eso se habían conocido, hace más de un año. Ahora ella cursaba algunas materias en la escuela, le gustaba la fotografía fija y evacuaba con Robertino las dudas que la ausencia de un ciclo básico le habían dejado.
:- Nada, venía jugando con un encendedor.
:- Ah- a ella le gustaba esa cuestión misteriosa que él parecía trabajar tan finamente. Ahora le decía algo de un encendedor que no estaba a la vista, quizás lo tenía en la mano derecha, escondida siempre en el bolsillo.
:- ¿Me vas a acompañar?- se quedó mirándola porque lo miraba, le pareció lo más adecuado preguntarle antes de volver a su camino. Era una chica linda, le gustaba en secreto. Tenía cierto talento para dibujar y lograba maravillas editando sonido. Tantas cuadras caminadas lo volvieron conocedor de esa muchacha: lectora de Cortázar, disfrutaba mucho del blues y de los postrecitos de dulce de leche. Apenas dieron los primeros pasos buscó unos caramelos en su morral porta cámara y se los alcanzó fingiendo desinterés. Mariana disfrutaba y se enternecía con estos pequeños actos, Robertino era cobarde y no podía pedirle un beso.
:- ¿A dónde vas hoy?
:- Cursamos juntos, pavo.
Los días de la semana se confunden fáciles cuando uno tiene veintitrés y se mantiene y estudia. Solo ubicaba el domingo, el día libre. Le gustaba el pavo cariñoso que ella le soltaba sin fijarse, le daban más ganas de besarla. Muchas veces le había pasado esto, ya en muchos encuentros los impulsos de decirle algo eran parados en seco por la cobardía que ganó gracias a tantos sinsabores.
:- Pava vos, que siempre andas encontrándome en mi camino.
:- Nuestro camino, egoísta de mierda.
:- ¿Querés venir a casa después de la facu?
Esquina. Estiró sin darse cuenta el brazo derecho para impedir que avance sobre el asfalto, un auto doblaba sin mirar y sin luz de giro.
:- Sacaste la mano del bolsillo.
:- ¿Y?- era un duro, siempre era un duro.
:- Qué tipo ganso que sos- tomó su mano derecha y le dió un beso tierno, de esos que se dan después de mucho tiempo de estar guardados. Solo así se animó Robertino a besarla, a tomarla del mentón como en las películas y darle un beso lento, en los labios, sin lengua. Después la mano en su mano y a cruzar la calle. Las cartas estaban jugadas, días y días pasaron desde el primer encuentro a la primer palabra, meses y meses pasaron desde la primera palabra al primer beso.
:- ¿Te vas a seguir sentando conmigo?
:- ¿Por qué hacés esa pregunta?- preguntaba porque era raro, porque tardó tanto tiempo que ella tuvo que darle un beso que diga si, me gustas.
:- Mariana, no te pongas pava, soy lento nomás, tarado no- se colgó del brazo dueño de la mano que no jugaba más con el encendedor. Lento, si, muy lento. Pensaba en el después de clases, en la casa de Robertino sola para los dos y en lo que podía suceder. La habían educado bien, no le gustaba la idea de acostarse a la primera aunque todo era muy confuso y el tiempo de espera le servía de justificación. ¿Tantas ganas le tenía? Se olvidó de la cursada, se olvidó de las fotos que tenía que presentar y de la cámara con hongos. Todo era ese brazo, ese pibe que caminaba lento pensando en vayaasaberunaque, el beso en los labios sin lengua que parecía de película.
:- ¿Y vos? ¿vas a venir a casa después?
:- Si- y un beso en el cachete para confirmar que caminaban así, así como si no hubiesen perdido todo ese tiempo desde que se dió cuenta que el chico del piloto curioso caminaba de lunes a viernes por esas calles, a esas horas.
:- ¡Beto!- un llamado interrumpió sus cavilaciones, sus geniales ideas de fotógrafo amateur y artista desdeñoso. Volteó lentamente, el encendedor se le zafaba en ese girar constante y el bolsito de la cámara golpeaba su cintura.
:- ¿Qué te pasa?- era Mariana, la chica que siempre se cruzaba en ese camino que era de él. Estudiaba sonido en un instituto que estaba de camino a la escuela, por eso se habían conocido, hace más de un año. Ahora ella cursaba algunas materias en la escuela, le gustaba la fotografía fija y evacuaba con Robertino las dudas que la ausencia de un ciclo básico le habían dejado.
:- Nada, venía jugando con un encendedor.
:- Ah- a ella le gustaba esa cuestión misteriosa que él parecía trabajar tan finamente. Ahora le decía algo de un encendedor que no estaba a la vista, quizás lo tenía en la mano derecha, escondida siempre en el bolsillo.
:- ¿Me vas a acompañar?- se quedó mirándola porque lo miraba, le pareció lo más adecuado preguntarle antes de volver a su camino. Era una chica linda, le gustaba en secreto. Tenía cierto talento para dibujar y lograba maravillas editando sonido. Tantas cuadras caminadas lo volvieron conocedor de esa muchacha: lectora de Cortázar, disfrutaba mucho del blues y de los postrecitos de dulce de leche. Apenas dieron los primeros pasos buscó unos caramelos en su morral porta cámara y se los alcanzó fingiendo desinterés. Mariana disfrutaba y se enternecía con estos pequeños actos, Robertino era cobarde y no podía pedirle un beso.
:- ¿A dónde vas hoy?
:- Cursamos juntos, pavo.
Los días de la semana se confunden fáciles cuando uno tiene veintitrés y se mantiene y estudia. Solo ubicaba el domingo, el día libre. Le gustaba el pavo cariñoso que ella le soltaba sin fijarse, le daban más ganas de besarla. Muchas veces le había pasado esto, ya en muchos encuentros los impulsos de decirle algo eran parados en seco por la cobardía que ganó gracias a tantos sinsabores.
:- Pava vos, que siempre andas encontrándome en mi camino.
:- Nuestro camino, egoísta de mierda.
:- ¿Querés venir a casa después de la facu?
Esquina. Estiró sin darse cuenta el brazo derecho para impedir que avance sobre el asfalto, un auto doblaba sin mirar y sin luz de giro.
:- Sacaste la mano del bolsillo.
:- ¿Y?- era un duro, siempre era un duro.
:- Qué tipo ganso que sos- tomó su mano derecha y le dió un beso tierno, de esos que se dan después de mucho tiempo de estar guardados. Solo así se animó Robertino a besarla, a tomarla del mentón como en las películas y darle un beso lento, en los labios, sin lengua. Después la mano en su mano y a cruzar la calle. Las cartas estaban jugadas, días y días pasaron desde el primer encuentro a la primer palabra, meses y meses pasaron desde la primera palabra al primer beso.
:- ¿Te vas a seguir sentando conmigo?
:- ¿Por qué hacés esa pregunta?- preguntaba porque era raro, porque tardó tanto tiempo que ella tuvo que darle un beso que diga si, me gustas.
:- Mariana, no te pongas pava, soy lento nomás, tarado no- se colgó del brazo dueño de la mano que no jugaba más con el encendedor. Lento, si, muy lento. Pensaba en el después de clases, en la casa de Robertino sola para los dos y en lo que podía suceder. La habían educado bien, no le gustaba la idea de acostarse a la primera aunque todo era muy confuso y el tiempo de espera le servía de justificación. ¿Tantas ganas le tenía? Se olvidó de la cursada, se olvidó de las fotos que tenía que presentar y de la cámara con hongos. Todo era ese brazo, ese pibe que caminaba lento pensando en vayaasaberunaque, el beso en los labios sin lengua que parecía de película.
:- ¿Y vos? ¿vas a venir a casa después?
:- Si- y un beso en el cachete para confirmar que caminaban así, así como si no hubiesen perdido todo ese tiempo desde que se dió cuenta que el chico del piloto curioso caminaba de lunes a viernes por esas calles, a esas horas.
Trabajo II (mentira)
:- ¿Qué querés hacer?
:- ¿Por qué crees que quiero hacer algo?
:- Porque te duchaste, por eso.
La última vez que lo vió limpio fue por trabajo, aunque le duró poco. La anterior por una mujer. No era complicado de entender Robertino, José comprendió eso rapidamente. No sabía si lo quería como amigo o como hermano, pero lo cuidaba como a un hijo. El ritual de los mates había terminado y solo restaba calentar algo más de agua para llenar el termo y seguir a su amigo que estaba pronto a partir. Lo perdió de vista cuando se fue al living, escuchó algunas bolsas crujir y algún que otro cierre relámpago. Algo estaba preparando, seguramente tenía alguna idea en mente para ese día despejado. El equipo de mate siempre listo se enlistaba solo, con un par de bolsitas de bizcochos y alguna vacía para la yerba usada quedaba ferpecto. Incluyó un libro, un escritor latinoamericano un tanto resentido por la dominación europea. También el arma, no le gustaron nunca los villeros. José estaba listo, pronto para seguir al itinerante Robertino, conocedor de plazas y zaguanes.
:- ¿Dónde andás?- no obtuvo respuesta, decidió buscarlo. Robertino estaba llenando de cosas su morral de los años mozos, cabeza gacha y concentrada en la tarea de completar ese escondite de recuerdos.
:- ¿Qué estás metiendo ahí?
:- Un par de libros, tengo ganas de releer algunas cosas.
:- ¿Libros tuyos?- cuando su amigo leía sus cosas era porque le picaba la nostalgia.
:- Si, pero no te preocupes, estoy bien.
Salieron cerca de las dos de la tarde. Ninguno pensó en Pedro, a veces se dedicaba a trabajar como hacen las personas de bien. Robertino iba delante, caminaba tranquilo como siempre. José lo notó más flaco, en mejor forma. Estaban convertidos en dos viejos decentes, él siempre cubría su cuerpo retacón con pilchas "bien" ya que el ex policía del barrio no podía lucir como un pordiosero (guardaba para sus concubinos tal look).
:- Vos seguime, hoy vamos a pasarla bien- de la nada esas palabras que escuchó a la pasada, como si no fuesen para él. No apuró el paso, solo siguió la malla cuadrillé y las ojotas negras con tiras colorinches. Desde atrás su caminar, su candencia, lucía aún más ajena a todos, lo hacía admirable. Miró el sol, miró lo celeste del cielo y las vecinas de nalgas firmes. Ojalá fuese un buen día, ojalá Robertino olvidase a esa chica del vestido floreado.
:- ¿Por qué crees que quiero hacer algo?
:- Porque te duchaste, por eso.
La última vez que lo vió limpio fue por trabajo, aunque le duró poco. La anterior por una mujer. No era complicado de entender Robertino, José comprendió eso rapidamente. No sabía si lo quería como amigo o como hermano, pero lo cuidaba como a un hijo. El ritual de los mates había terminado y solo restaba calentar algo más de agua para llenar el termo y seguir a su amigo que estaba pronto a partir. Lo perdió de vista cuando se fue al living, escuchó algunas bolsas crujir y algún que otro cierre relámpago. Algo estaba preparando, seguramente tenía alguna idea en mente para ese día despejado. El equipo de mate siempre listo se enlistaba solo, con un par de bolsitas de bizcochos y alguna vacía para la yerba usada quedaba ferpecto. Incluyó un libro, un escritor latinoamericano un tanto resentido por la dominación europea. También el arma, no le gustaron nunca los villeros. José estaba listo, pronto para seguir al itinerante Robertino, conocedor de plazas y zaguanes.
:- ¿Dónde andás?- no obtuvo respuesta, decidió buscarlo. Robertino estaba llenando de cosas su morral de los años mozos, cabeza gacha y concentrada en la tarea de completar ese escondite de recuerdos.
:- ¿Qué estás metiendo ahí?
:- Un par de libros, tengo ganas de releer algunas cosas.
:- ¿Libros tuyos?- cuando su amigo leía sus cosas era porque le picaba la nostalgia.
:- Si, pero no te preocupes, estoy bien.
Salieron cerca de las dos de la tarde. Ninguno pensó en Pedro, a veces se dedicaba a trabajar como hacen las personas de bien. Robertino iba delante, caminaba tranquilo como siempre. José lo notó más flaco, en mejor forma. Estaban convertidos en dos viejos decentes, él siempre cubría su cuerpo retacón con pilchas "bien" ya que el ex policía del barrio no podía lucir como un pordiosero (guardaba para sus concubinos tal look).
:- Vos seguime, hoy vamos a pasarla bien- de la nada esas palabras que escuchó a la pasada, como si no fuesen para él. No apuró el paso, solo siguió la malla cuadrillé y las ojotas negras con tiras colorinches. Desde atrás su caminar, su candencia, lucía aún más ajena a todos, lo hacía admirable. Miró el sol, miró lo celeste del cielo y las vecinas de nalgas firmes. Ojalá fuese un buen día, ojalá Robertino olvidase a esa chica del vestido floreado.
Jimarson II
Un poco de barro en sus pies pero la cámara a salvo. Jimarson más prolijo, escogió ir detrás de Rober para ver bien donde pisar.
:- A eso de las once cae el remolque, avisame así rajo antes.
:- Yo me voy antes, hoy me toca de pelotari.
:- De pelotudo te toca, mirá como nos vinimos a encajar por esta verga.
Tres cuadras hasta la plaza, no iba a llegar ningún auto por ese camino. El cielo estaba despejado pero el frío era notable, el viento soplaba fresco y constante. Casas bajas y blancas y el bramar constante del mar completaban el paisaje.
:- Sino fuera por la gente este lugar sería hermoso.
:- Qué mañana positiva che.
:- Vos encajaste el auto.
Llegaron a la curvita que les permitiría ver la plaza. Esas tres cuadras eran largas pero las terminaron en veinte minutos. Estaban Flor y Mariana con el sonido.
:- Allá están tus amigas, andá a saludar.
Sin prisa caminó la plaza de una punta a la otra y subío en la improvisada torre de sonido. Luces y colores, los tableros eran impresionantes. El lugar estaba bien preparado, iba a ser una buena inauguración. Las chicas se dieron vuelta al minuto, estaban concentradas terminando algún arreglo para él incomprensible. Flor estaba igual, bonita y con sus abrazos. Mariana lo odiaba un poco, no podía perdonarlo.
:- ¿Cómo va todo?
:- Bien, no compart...
:- Mariana, basta- la mano derecha de Florencia fue directo a la boca de Mariana.
:- ¿Ya sabés lo de María?- el esfuerzo era inútil, ahora la mano luchaba con otra que la quitaba de la boca.
:- Vos no vengas a provocarla.
:- No, yo vine a saludar- los ojos se llenaron de lágrimas y su mano dejó de pelear con la de Florencia, Mariana estaba derrotada.
:- Sos un hijo de puta vos...- lo quería tanto.
:- No te pongas así pava- él también, pero no como ella, que igual dejaba que la abrace para consolarla por no tenerlo.
:- ¿Cómo andás Jim?
:- Bien Flor, ¿vos?
:- Bien, expulsada.
Otra charla de Mariana y Robertino. Habían pasado años desde que se quisieron como pareja por última vez, ella lo había dejado después de volver dos veces y él ya no soportó. Al tiempo Mariana quiso volver pero era tarde, como siempre. Ahora hablaban bien, tomaban unos mates mientras llevaban una charla agradable. María y actualidad fueron los temas. A Mariana le costaba aceptar, habían pasado algunos después de él pero era el único que extrañaba, el único que recibía una puteada cuando aparecía después de más de un año. Encima volvía como si nada, en un evento igual de pelotudo que cualquiera, que cualquiera de esos otros a los que nunca jamás apareció.
:- ¿Y la querés?
:- ¿Ya hablaron?
:- Si, ahí esta, mejor. ¿Ustedes?
:- Le saqué el teléfono- Jimarson ganador, como siempre.
:- Ya lo tenías, tarado- Florencia ganadora, como siempre.
Robertino los abandonó en el centro de la plaza, metros delante de la torre de sonido, que estaba tirada más hacia el fondo del terreno. Se dirigió al escenario, a contemplar la muchedumbre que se iba aglutinando frente a las tablas. Parecía que estaban todos reunidos en la otra plaza de la localidad, a unas cinco cuadras normales para el norte, por el camino de asfalto, el que Jimarson no quiso tomar porque era apenas más largo. Bandas, murgas y teatro, eso era lo seleccionado para el día. También se repartían unos folletos con textos de autores zonales, su amigo conductor había colado unos cuantos de los suyos en tal impreso. Lo desplazaron de su confortable sitio de pacífica contemplación y se dirigió nuevamente a la torre. Ahí se instaló un buen rato, mientras la plaza se colmaba en tan solo unos cuarenta minutos. Pensaba en María, en como estaría durmiendo, en su vuelta y en el pasado. Lo había lastimado, eso pasaba a menudo. La había perdonado, punto. Estaba planificando con ella, muchos de sus actuales esfuerzos la tenían como beneficiaria y se sentía bien cuando se daba cuenta de eso. Revisó la cámara, todo en orden. Cargó la otra con igual paciencia que la anterior. Mariana lo miraba sin hablarle, una tenue sonrisa esbozaba en sus labios y un qué lejos te fuiste se tatuaba en su alma. Levantó la cabeza y la vió viéndolo, sonrió y continúo sus labores.
:- Che, voy a sacar unas fotos y a charlar con la gente, en un rato vengo.
Antes le decía lo mismo pero con un Te Amo al final, un Te Amo grande como una casa. Eso fue lo único que pensó mientras él bajaba esa escalera que sería una tortura, porque tenía vértigo desde chiquito, quizá desde nacimiento. En un costado de la plaza se despedían Flor y Jim, ambos tenían que cumplir labores. Desde la cábina telefónica de la esquina Rober avisó a sus amigos que no iba a llegar al club, estaba retrasado en Santa Clara y aún no había comenzado la cosa. Jim lo vió dentro y corrió a pedirle que atrase el remolque una hora, ahora que estaba bien con Florencia tenía por que quedarse un rato más.
:- Qué tipo pajero que sos, es por Flor, ¿no?
:- A eso de las once cae el remolque, avisame así rajo antes.
:- Yo me voy antes, hoy me toca de pelotari.
:- De pelotudo te toca, mirá como nos vinimos a encajar por esta verga.
Tres cuadras hasta la plaza, no iba a llegar ningún auto por ese camino. El cielo estaba despejado pero el frío era notable, el viento soplaba fresco y constante. Casas bajas y blancas y el bramar constante del mar completaban el paisaje.
:- Sino fuera por la gente este lugar sería hermoso.
:- Qué mañana positiva che.
:- Vos encajaste el auto.
Llegaron a la curvita que les permitiría ver la plaza. Esas tres cuadras eran largas pero las terminaron en veinte minutos. Estaban Flor y Mariana con el sonido.
:- Allá están tus amigas, andá a saludar.
Sin prisa caminó la plaza de una punta a la otra y subío en la improvisada torre de sonido. Luces y colores, los tableros eran impresionantes. El lugar estaba bien preparado, iba a ser una buena inauguración. Las chicas se dieron vuelta al minuto, estaban concentradas terminando algún arreglo para él incomprensible. Flor estaba igual, bonita y con sus abrazos. Mariana lo odiaba un poco, no podía perdonarlo.
:- ¿Cómo va todo?
:- Bien, no compart...
:- Mariana, basta- la mano derecha de Florencia fue directo a la boca de Mariana.
:- ¿Ya sabés lo de María?- el esfuerzo era inútil, ahora la mano luchaba con otra que la quitaba de la boca.
:- Vos no vengas a provocarla.
:- No, yo vine a saludar- los ojos se llenaron de lágrimas y su mano dejó de pelear con la de Florencia, Mariana estaba derrotada.
:- Sos un hijo de puta vos...- lo quería tanto.
:- No te pongas así pava- él también, pero no como ella, que igual dejaba que la abrace para consolarla por no tenerlo.
:- ¿Cómo andás Jim?
:- Bien Flor, ¿vos?
:- Bien, expulsada.
Otra charla de Mariana y Robertino. Habían pasado años desde que se quisieron como pareja por última vez, ella lo había dejado después de volver dos veces y él ya no soportó. Al tiempo Mariana quiso volver pero era tarde, como siempre. Ahora hablaban bien, tomaban unos mates mientras llevaban una charla agradable. María y actualidad fueron los temas. A Mariana le costaba aceptar, habían pasado algunos después de él pero era el único que extrañaba, el único que recibía una puteada cuando aparecía después de más de un año. Encima volvía como si nada, en un evento igual de pelotudo que cualquiera, que cualquiera de esos otros a los que nunca jamás apareció.
:- ¿Y la querés?
:- ¿Ya hablaron?
:- Si, ahí esta, mejor. ¿Ustedes?
:- Le saqué el teléfono- Jimarson ganador, como siempre.
:- Ya lo tenías, tarado- Florencia ganadora, como siempre.
Robertino los abandonó en el centro de la plaza, metros delante de la torre de sonido, que estaba tirada más hacia el fondo del terreno. Se dirigió al escenario, a contemplar la muchedumbre que se iba aglutinando frente a las tablas. Parecía que estaban todos reunidos en la otra plaza de la localidad, a unas cinco cuadras normales para el norte, por el camino de asfalto, el que Jimarson no quiso tomar porque era apenas más largo. Bandas, murgas y teatro, eso era lo seleccionado para el día. También se repartían unos folletos con textos de autores zonales, su amigo conductor había colado unos cuantos de los suyos en tal impreso. Lo desplazaron de su confortable sitio de pacífica contemplación y se dirigió nuevamente a la torre. Ahí se instaló un buen rato, mientras la plaza se colmaba en tan solo unos cuarenta minutos. Pensaba en María, en como estaría durmiendo, en su vuelta y en el pasado. Lo había lastimado, eso pasaba a menudo. La había perdonado, punto. Estaba planificando con ella, muchos de sus actuales esfuerzos la tenían como beneficiaria y se sentía bien cuando se daba cuenta de eso. Revisó la cámara, todo en orden. Cargó la otra con igual paciencia que la anterior. Mariana lo miraba sin hablarle, una tenue sonrisa esbozaba en sus labios y un qué lejos te fuiste se tatuaba en su alma. Levantó la cabeza y la vió viéndolo, sonrió y continúo sus labores.
:- Che, voy a sacar unas fotos y a charlar con la gente, en un rato vengo.
Antes le decía lo mismo pero con un Te Amo al final, un Te Amo grande como una casa. Eso fue lo único que pensó mientras él bajaba esa escalera que sería una tortura, porque tenía vértigo desde chiquito, quizá desde nacimiento. En un costado de la plaza se despedían Flor y Jim, ambos tenían que cumplir labores. Desde la cábina telefónica de la esquina Rober avisó a sus amigos que no iba a llegar al club, estaba retrasado en Santa Clara y aún no había comenzado la cosa. Jim lo vió dentro y corrió a pedirle que atrase el remolque una hora, ahora que estaba bien con Florencia tenía por que quedarse un rato más.
:- Qué tipo pajero que sos, es por Flor, ¿no?
Jimarson I
A tientas le costaba encontrar las zapatillas, pero si prendía la luz se despertaba y se ponía a dar vueltas un rato y después era dormir si o si hasta las tres de la tarde. Desistió pronto de la búsqueda por complicada, entonces se levantó y en la cocina estaba esperándolo un par de alpargatas que asomaba en la pila de ropa sucia. Yogur de frutilla con cereales azucarados, zapping en el tv que entra justito arriba de la heladera. En la pantalla, en rojo, decía mute. Desde la radio sonaba Jimmy Smith y comenzaba a clarear, despacio. Tenía que estar a horario, era el comienzo de la Semana de las Artes en su ciudad, Jimarson iba a pasar a recogerlo a las ocho. Cuando María no lo veía le gustaba sentarse en la mesa y apoyar los pies en las sillas. Enjuagó la taza y pasó un trapo a las sillas, para que no se avive. Fue al baño, hizo lo primero, lo segundo, se cepilló los dientes y se lavó la cara, todo en ese orden. Casi separando los burletes de la puerta con sus dedos, abrió la heladera sin hacer ruido alguno. Agarró la botellita de agua fría, fiambre, tomate, lechuga y otras cosas para hacer sanguches. Cerró la puerta y con un veloz, pero silencioso, movimiento se acercó al placard del pasillo y tomó su arma de pelotari. Le tocaba, turno a las once en punto en el club. Sudar un poco, que lo hagan correr los viejos.
:- Chau, Te Amo- beso en la frente, todo muy suave y despacito.
:- Yo también- en voz muy baja, pero sin parecer dormida.
:- ¿Estabas despierta?
:- Si, te escuché en la heladera.
:- ¿Por qué no me avisaste?- dos o tres besos, en la boca, seguidos.
:- Porque siempre me mandás a la cama- puchero, para que le den más besos, en la boca.
La bocina los interrumpió, Rober ya estaba encima de ella soltándose el cinturón. Le dió mucha bronca, pero era un evento importante y la masticó, como ella le había enseñado sin quererlo. Un beso más largo y a acomodarse la ropa mientras María lo masturbaba por sobre el pantalón, era un momento dificil para coordinar operaciones motrices. Salió apresurado, casi corriendo.
:- Dormí.
Ella en el medio de la cama de dos plazas abre sus piernas y su mano derecha comienza con un recorrido descendente por su cuerpo.
:- Al menos hacete una paja, ¿no?
:- ¿Me das cinco minutos?
:- En la calle no- su brazo derecho indicó el asiento del acompañante, la puerta se abrió lentamente, con tempo de lamento-. Cuando volvés la tenés ahí, no se te va a ir.
Escuchaban la misma radio, solo que Jimarson tomaba café con leche mientras manejaba. Le gustaba hacerlo todo con leche, no usaba agua. Rober podía tomarlo, era bastante tolerable preparado de esta manera incluso para un estómago endeble como el suyo. Estaban lejos del sitio, la presentación era en un pueblo vecino y el viaje les tomaría unos cuarenta minutos. El sol entraba por la ventana derecha, era traicionero, era de siesta. Los asientos cómodos, el pino aromático colgando del retrovisor y la calefacción al mínimo lo invitaban a dormir, pero no podía dejar a su amigo que lo había ido a buscar de onda, sin compañía.
:- Es un lujo andar así.
:- Es cómodo, si- tranquilo ya, en la ruta que acompaña a la playa desde que existe la ciudad.
:- A mi me da gases la vibración del motor- tomándose el vientre mientras parsimonioso observa el mar-. Esos barquitos, debe ser alucinante estar ahí a esta hora.
Abrió su bolsito con calma, sabiendo lo que iba a hacer. Primero las porciones del bizcochuelo de vainilla que parecía esponja: María estaba feliz de que a él le guste tanto. Después cargar el rollo en la cámara, como siempre, con esa calma que lo exenta de errores.
:- No vengas a joder ahora eh.
Sabía que cuando la preparaba era porque iba a sacar, aunque a él no le gustaba tanto que lo anden jodiendo mientras manejaba. Espero a que su amigo termine el ritual, a cada minuto que pasaba sus nervios iban en aumento. Ese era el problema, porque le gustaba que le saquen fotos. Se ponía nervioso, no entendía nunca si le tocaba hacer cara de algo o solo estarse normal. El quinientoscuatro andaba lindo, prefirió pensar en eso y en lo bien que estaba de pintura. Iban a noventa, clavado.
:- ¿Cara de qué?
:- De que vas manejando y son las ocho de la mañana.
:- Pero sin reirte.
Dos fotos y apareció la entrada al pueblo. Richard Holmes fue lo último que escucharon antes de apagar la radio para dar paso al sonido lejano de la prueba de sonido.
:- Ahora como siempre, yo busco cosas interesantes y vos sacás fotos y hablás con los hombres- poniendo segunda porque era una calle de tierra con muchos pozos, mirando siempre hacia delante.
:- ¿Por qué decís eso todavía?
:- La costumbre- puteando al mundo con un colpe al volante, estaban encajados.
:- Chau, Te Amo- beso en la frente, todo muy suave y despacito.
:- Yo también- en voz muy baja, pero sin parecer dormida.
:- ¿Estabas despierta?
:- Si, te escuché en la heladera.
:- ¿Por qué no me avisaste?- dos o tres besos, en la boca, seguidos.
:- Porque siempre me mandás a la cama- puchero, para que le den más besos, en la boca.
La bocina los interrumpió, Rober ya estaba encima de ella soltándose el cinturón. Le dió mucha bronca, pero era un evento importante y la masticó, como ella le había enseñado sin quererlo. Un beso más largo y a acomodarse la ropa mientras María lo masturbaba por sobre el pantalón, era un momento dificil para coordinar operaciones motrices. Salió apresurado, casi corriendo.
:- Dormí.
Ella en el medio de la cama de dos plazas abre sus piernas y su mano derecha comienza con un recorrido descendente por su cuerpo.
:- Al menos hacete una paja, ¿no?
:- ¿Me das cinco minutos?
:- En la calle no- su brazo derecho indicó el asiento del acompañante, la puerta se abrió lentamente, con tempo de lamento-. Cuando volvés la tenés ahí, no se te va a ir.
Escuchaban la misma radio, solo que Jimarson tomaba café con leche mientras manejaba. Le gustaba hacerlo todo con leche, no usaba agua. Rober podía tomarlo, era bastante tolerable preparado de esta manera incluso para un estómago endeble como el suyo. Estaban lejos del sitio, la presentación era en un pueblo vecino y el viaje les tomaría unos cuarenta minutos. El sol entraba por la ventana derecha, era traicionero, era de siesta. Los asientos cómodos, el pino aromático colgando del retrovisor y la calefacción al mínimo lo invitaban a dormir, pero no podía dejar a su amigo que lo había ido a buscar de onda, sin compañía.
:- Es un lujo andar así.
:- Es cómodo, si- tranquilo ya, en la ruta que acompaña a la playa desde que existe la ciudad.
:- A mi me da gases la vibración del motor- tomándose el vientre mientras parsimonioso observa el mar-. Esos barquitos, debe ser alucinante estar ahí a esta hora.
Abrió su bolsito con calma, sabiendo lo que iba a hacer. Primero las porciones del bizcochuelo de vainilla que parecía esponja: María estaba feliz de que a él le guste tanto. Después cargar el rollo en la cámara, como siempre, con esa calma que lo exenta de errores.
:- No vengas a joder ahora eh.
Sabía que cuando la preparaba era porque iba a sacar, aunque a él no le gustaba tanto que lo anden jodiendo mientras manejaba. Espero a que su amigo termine el ritual, a cada minuto que pasaba sus nervios iban en aumento. Ese era el problema, porque le gustaba que le saquen fotos. Se ponía nervioso, no entendía nunca si le tocaba hacer cara de algo o solo estarse normal. El quinientoscuatro andaba lindo, prefirió pensar en eso y en lo bien que estaba de pintura. Iban a noventa, clavado.
:- ¿Cara de qué?
:- De que vas manejando y son las ocho de la mañana.
:- Pero sin reirte.
Dos fotos y apareció la entrada al pueblo. Richard Holmes fue lo último que escucharon antes de apagar la radio para dar paso al sonido lejano de la prueba de sonido.
:- Ahora como siempre, yo busco cosas interesantes y vos sacás fotos y hablás con los hombres- poniendo segunda porque era una calle de tierra con muchos pozos, mirando siempre hacia delante.
:- ¿Por qué decís eso todavía?
:- La costumbre- puteando al mundo con un colpe al volante, estaban encajados.
jueves, 4 de junio de 2009
Trabajo
Sobre tres cuestiones discurrían los días de Rober: el sexo, la comida y el sueño. El aseo personal era algo más bien ocasional. Por las mañanas (la tarde para los seres normales) le gustaba comer Criollitas con Patè de Foie. Sin duda alguna lo acompañaba su bebida favorita, la chocolatada Zucoa fría. Después de dos horas de llenar su estómago encendía la pc para leer las noticias y escuchar un poco de Progresivo
(Pink Floyd, Yes, etc.).
:- Volviste a copar la computadora.
:- Pedro, no jodas. Andá a jugar a la pelota o a ver si llueve.
:- Me voy a tomar una cerveza al patio, pero cuando vuelva quiero la computadora.
:- Camila no te va a escribir.
La misma discusión y el mismo cruel remate. Así entraba en la recta final de su resumen informativo y se disponía a salir a la calle. Rober escogía sus mejores prendas, sus mallas más decentes y las más pulcras ojotas. Aún guardaba algunos pares de Rigazzio nuevos para ciertas
ocasiones. Ese día era una de esas. El par de Rigazzio y un Le Uthe nuevo fueron determinantes a la hora de tomar una ducha. No podía estrenar tales prendas con esa cantidad de material fecal adherido a sus bajos instintos.
Hora y media a temperatura constante bastó para dejar a ese proyecto de ciruja convertido en una persona presentable. Calzó los jeans en un movimiento y fijó las Rigazzio a sus pies casi a la perfección. Para terminar el look remató con una camperita Adidas que siempre tuvo muy
cuidada. Así salió a buscar trabajo, así se despidió de Pedro y José. Ninguno de los dos entendió mucho el porqué, pero tampoco esto los atormento por demás.
Pasaron dos días casi y volvió Rober. Pelo corto y afeitado, feliz por tener un trabajo decente y prometiendo solvencia económica. Rober estaba renovado, pero sabía (sabían) que no era auténtico.
Fin.
(Pink Floyd, Yes, etc.).
:- Volviste a copar la computadora.
:- Pedro, no jodas. Andá a jugar a la pelota o a ver si llueve.
:- Me voy a tomar una cerveza al patio, pero cuando vuelva quiero la computadora.
:- Camila no te va a escribir.
La misma discusión y el mismo cruel remate. Así entraba en la recta final de su resumen informativo y se disponía a salir a la calle. Rober escogía sus mejores prendas, sus mallas más decentes y las más pulcras ojotas. Aún guardaba algunos pares de Rigazzio nuevos para ciertas
ocasiones. Ese día era una de esas. El par de Rigazzio y un Le Uthe nuevo fueron determinantes a la hora de tomar una ducha. No podía estrenar tales prendas con esa cantidad de material fecal adherido a sus bajos instintos.
Hora y media a temperatura constante bastó para dejar a ese proyecto de ciruja convertido en una persona presentable. Calzó los jeans en un movimiento y fijó las Rigazzio a sus pies casi a la perfección. Para terminar el look remató con una camperita Adidas que siempre tuvo muy
cuidada. Así salió a buscar trabajo, así se despidió de Pedro y José. Ninguno de los dos entendió mucho el porqué, pero tampoco esto los atormento por demás.
Pasaron dos días casi y volvió Rober. Pelo corto y afeitado, feliz por tener un trabajo decente y prometiendo solvencia económica. Rober estaba renovado, pero sabía (sabían) que no era auténtico.
Fin.
Tomaste un bondi que te dejó a unas cuadras
Salió caminando, casi corriendo. Llegó a la parada del bondi y recibió un mensaje.
"Apurate, en 30 tenés que estar".
Ella escribía bien, desde siempre. Por eso a él le daba vergüenza mostrarle lo que escribía, por la ortografía. Quitando eso era una relación excelente, compartían muchos vicios: se conocieron compartiendo un fasito. Por eso a Rober le fascinó de golpe, porque era una mina que hacía
las cosas sin caretas. Le costó acomodar todo, blanquear su jugada sucia, confesarle que había hecho las cosas mal por ella.
"En 30 estoy, voy de camino".
En veinticinco estaba ahí, esperándola. Ella lo vió y le hizo señas de entrar. El lugar estaba bien, nada del otro mundo pero buena música. Chusmear un poco la carta, mirar las botellas, las marcas. Las pavadas que miramos todos. Después salir los dos caminando a la búsqueda de un
bar. Encontrarlo pronto, por la sed. Uno con poca luz y a sentarse.
:- Yo una Bock, no sé vos.
:- Si, sabés que voy a tomar eso.
Una sonrisa, de ambos. Luego una mesa apartada del resto. Mirarse un poco, mirarse bien.
:- Cómo estás?
:- Bien, extrañándote.
:- Yo no.
:- Si, sé que es algo viejo ya, pero a mi me sigue pasando.
Uno estaba entregado. Siempre este tipo fué un debilucho. Ella lo miraba con lástima casi, era todo muy obvio. Igual siguieron con el circo, tomaron ambos hasta terminar bien bebidos. A la hora del cierre habían estado peligrosamente cerca en un par de ocasiones, así que todo
estaba dicho. De camino a la casa de él, se besaron. No es que ella aceptara, pero él no le dió opción. Entraron, ambos. Se acostaron, ambos.
:- No vamos a volver.
:- Lo sé, dejá que me mienta tranquilo.
:- Robertino, no empieces.
El mismo olor, el mismo puto olor.
"Apurate, en 30 tenés que estar".
Ella escribía bien, desde siempre. Por eso a él le daba vergüenza mostrarle lo que escribía, por la ortografía. Quitando eso era una relación excelente, compartían muchos vicios: se conocieron compartiendo un fasito. Por eso a Rober le fascinó de golpe, porque era una mina que hacía
las cosas sin caretas. Le costó acomodar todo, blanquear su jugada sucia, confesarle que había hecho las cosas mal por ella.
"En 30 estoy, voy de camino".
En veinticinco estaba ahí, esperándola. Ella lo vió y le hizo señas de entrar. El lugar estaba bien, nada del otro mundo pero buena música. Chusmear un poco la carta, mirar las botellas, las marcas. Las pavadas que miramos todos. Después salir los dos caminando a la búsqueda de un
bar. Encontrarlo pronto, por la sed. Uno con poca luz y a sentarse.
:- Yo una Bock, no sé vos.
:- Si, sabés que voy a tomar eso.
Una sonrisa, de ambos. Luego una mesa apartada del resto. Mirarse un poco, mirarse bien.
:- Cómo estás?
:- Bien, extrañándote.
:- Yo no.
:- Si, sé que es algo viejo ya, pero a mi me sigue pasando.
Uno estaba entregado. Siempre este tipo fué un debilucho. Ella lo miraba con lástima casi, era todo muy obvio. Igual siguieron con el circo, tomaron ambos hasta terminar bien bebidos. A la hora del cierre habían estado peligrosamente cerca en un par de ocasiones, así que todo
estaba dicho. De camino a la casa de él, se besaron. No es que ella aceptara, pero él no le dió opción. Entraron, ambos. Se acostaron, ambos.
:- No vamos a volver.
:- Lo sé, dejá que me mienta tranquilo.
:- Robertino, no empieces.
El mismo olor, el mismo puto olor.
Confesión
Temprano a trabajar, hasta cuando hace frío.
:- ¿Qué hora es?
:- Temprano, vamos a dormir.
Se abrazó a ella con fuerza, traía el frío de la calle y solo así podía quitárselo. Disfrutó como pocas veces del calefactor tiro balanceado y la frazada tejida por su bisabuela. La luz gris del nuboso mediodía apenas molestaba más allá de las persianas plásticas. Ellos dormian en paz, en esa cuadra donde no pasan los colectivos. Era un PH lindo, al fondo. Tenía un patio atrás, grande, con un árbol de limones y una parra. A Rober le gustaban el pasto y los árboles, no asi las flores. A eso de las tres de la tarde empezó a llover, se levantó despacio y preparó el desayuno. Los vecinitos jugaban debajo del chaparrón, la mamá los dejaba cuando no hacía tanto tanto frío, pero a Robertino todos los días le parecían fríos. Se tiraban con algo, baldazos de agua de la canilla. Se puteaban también, eran hermanos pero se trataban de hijos de puta, la madre gritaba barbaridades peores que las de sus hijos. El agua a punto, la mesita con los platos y de nuevo a la cama. Se notaba que se había quedado levantada después de que él fue a trabajar, el pasillo estaba reluciente incluso debajo de la bicicleta que ahí descansaba. Por eso dormía tanto, en esos días particulares le gustaba quedarse en la cama hasta las cinco. También había aprendido que tenía que hacer algún comentario sobre el asunto de la casa, de la limpieza puntualmente, para que ella se sienta bien, porque al fin y al cabo si se enroscaba a dejar todo en orden era por él: María nunca fue ordenada.
:- Gracias.
:- A vos.
:- ¿Por?
:- Por la casa- un beso en el cachete, el cachete izquierdo.
Se quedaba un rato sentada, con los ojos cerrados, haciéndose la tonta.
:- Tengo sueño- cabeza en el hombro de él, que mira distraído el resumen de goles de la novena fecha.
A veces se iba un poco, nunca sabía por qué pero su cabeza lo trasladaba lejos y lo volvía incapaz de relacionarse con su entorno. Esto ya no duraba tanto, con María despertándolo el efecto era tan solo de minutos.
:- Tengo sueño dije- beso en el hombro con camisa.
:- Me hubieras esperado para limpiar, pava- ahora el otro canal, el más amarillista.
:- No, porque vos trabajás y yo estoy acá, como una vaga.
:- No, vos sos la depresiva que vino a buscar cariño- manos en la mesita, para evitar que el desayuno vuele por los aires. Ella lo miraba, había dicho algo estúpido.
:- ¿Esa huevada venís a decir?
:- No, pero es lo que pienso cuando intento entender el porque, para no molestarte con preguntas que no querés responder.
:- Yo no dije que no quería responder, no supongas nada, no empecemos.
:- ¿Me vas a explicar entonces?
:- ¿Siempre tenés que saber todo?
:- No me vengas con boludeces, respondé mi pregunta.
No era la primera discusión como las de antes, habían tenido otra por los exes. Se miraban con ganas, como antes. Sin darse cuenta Rober y María estaban acostumbrándose y tenían tan en claro sus roles en la casa como su lugar en la cama. Cada uno contaba con sus llaves y las amigas de María habían cenado con ellos en el living unas cuantas veces. Ella tenía voz y voto en las desiciones, en las compras, en todo. Estaba instalada.
:- ¿Qué querés saber?
:- ¿A qué viniste?
:- ¿Me vas a preguntar esa huevada ahora que tengo llaves de tu casa? Sos un ridículo.
Para discutir se sentaban en la cama. Ahora las de ganar era la poseedora de la mesita. Se puso a los pies del campo de batalla, del nido de amor, del centro de su relación, otro lugar no cabía.
:- Más allá de lo que demostrás, quiero escucharte.
:- Sos un denso a veces…- cuando le decía esas cosas lo lastimaba un poco, entonces lo miraba fijo para ver si seguía sangrando por las mismas heridas.
Silencio siempre después de algún ataque. Ahora María se iba a sentir mal, era lo acostumbrado. Llega el beso en el cachete, después el abrazo. Casi nunca respondía las preguntas pero sabía bien que esta vez era invevitable, sabía que él había llegado lejos por ella. No tuvo mucho que pensar, sabía lo que le pasaba y lo que estaba haciendo ahí, solo se arrepintió de no tener el valor suficiente como para hablar de entrada.
:- Estoy acá porque te quiero, porque quiero estar con vos.
Se levantó parsimonioso, acomodándose el boxer que dejaba escapar todo. Fue directo a levantar la persiana, a darle luz al cuarto húmedo. Volvió a meterse en la cama. Pidió asistencia para quitarse su última prenda y la beso, un rato.
:- Entonces ya podemos.
:- ¿Ya podemos qué?
:- Dormir desnudos.
:- ¿Qué hora es?
:- Temprano, vamos a dormir.
Se abrazó a ella con fuerza, traía el frío de la calle y solo así podía quitárselo. Disfrutó como pocas veces del calefactor tiro balanceado y la frazada tejida por su bisabuela. La luz gris del nuboso mediodía apenas molestaba más allá de las persianas plásticas. Ellos dormian en paz, en esa cuadra donde no pasan los colectivos. Era un PH lindo, al fondo. Tenía un patio atrás, grande, con un árbol de limones y una parra. A Rober le gustaban el pasto y los árboles, no asi las flores. A eso de las tres de la tarde empezó a llover, se levantó despacio y preparó el desayuno. Los vecinitos jugaban debajo del chaparrón, la mamá los dejaba cuando no hacía tanto tanto frío, pero a Robertino todos los días le parecían fríos. Se tiraban con algo, baldazos de agua de la canilla. Se puteaban también, eran hermanos pero se trataban de hijos de puta, la madre gritaba barbaridades peores que las de sus hijos. El agua a punto, la mesita con los platos y de nuevo a la cama. Se notaba que se había quedado levantada después de que él fue a trabajar, el pasillo estaba reluciente incluso debajo de la bicicleta que ahí descansaba. Por eso dormía tanto, en esos días particulares le gustaba quedarse en la cama hasta las cinco. También había aprendido que tenía que hacer algún comentario sobre el asunto de la casa, de la limpieza puntualmente, para que ella se sienta bien, porque al fin y al cabo si se enroscaba a dejar todo en orden era por él: María nunca fue ordenada.
:- Gracias.
:- A vos.
:- ¿Por?
:- Por la casa- un beso en el cachete, el cachete izquierdo.
Se quedaba un rato sentada, con los ojos cerrados, haciéndose la tonta.
:- Tengo sueño- cabeza en el hombro de él, que mira distraído el resumen de goles de la novena fecha.
A veces se iba un poco, nunca sabía por qué pero su cabeza lo trasladaba lejos y lo volvía incapaz de relacionarse con su entorno. Esto ya no duraba tanto, con María despertándolo el efecto era tan solo de minutos.
:- Tengo sueño dije- beso en el hombro con camisa.
:- Me hubieras esperado para limpiar, pava- ahora el otro canal, el más amarillista.
:- No, porque vos trabajás y yo estoy acá, como una vaga.
:- No, vos sos la depresiva que vino a buscar cariño- manos en la mesita, para evitar que el desayuno vuele por los aires. Ella lo miraba, había dicho algo estúpido.
:- ¿Esa huevada venís a decir?
:- No, pero es lo que pienso cuando intento entender el porque, para no molestarte con preguntas que no querés responder.
:- Yo no dije que no quería responder, no supongas nada, no empecemos.
:- ¿Me vas a explicar entonces?
:- ¿Siempre tenés que saber todo?
:- No me vengas con boludeces, respondé mi pregunta.
No era la primera discusión como las de antes, habían tenido otra por los exes. Se miraban con ganas, como antes. Sin darse cuenta Rober y María estaban acostumbrándose y tenían tan en claro sus roles en la casa como su lugar en la cama. Cada uno contaba con sus llaves y las amigas de María habían cenado con ellos en el living unas cuantas veces. Ella tenía voz y voto en las desiciones, en las compras, en todo. Estaba instalada.
:- ¿Qué querés saber?
:- ¿A qué viniste?
:- ¿Me vas a preguntar esa huevada ahora que tengo llaves de tu casa? Sos un ridículo.
Para discutir se sentaban en la cama. Ahora las de ganar era la poseedora de la mesita. Se puso a los pies del campo de batalla, del nido de amor, del centro de su relación, otro lugar no cabía.
:- Más allá de lo que demostrás, quiero escucharte.
:- Sos un denso a veces…- cuando le decía esas cosas lo lastimaba un poco, entonces lo miraba fijo para ver si seguía sangrando por las mismas heridas.
Silencio siempre después de algún ataque. Ahora María se iba a sentir mal, era lo acostumbrado. Llega el beso en el cachete, después el abrazo. Casi nunca respondía las preguntas pero sabía bien que esta vez era invevitable, sabía que él había llegado lejos por ella. No tuvo mucho que pensar, sabía lo que le pasaba y lo que estaba haciendo ahí, solo se arrepintió de no tener el valor suficiente como para hablar de entrada.
:- Estoy acá porque te quiero, porque quiero estar con vos.
Se levantó parsimonioso, acomodándose el boxer que dejaba escapar todo. Fue directo a levantar la persiana, a darle luz al cuarto húmedo. Volvió a meterse en la cama. Pidió asistencia para quitarse su última prenda y la beso, un rato.
:- Entonces ya podemos.
:- ¿Ya podemos qué?
:- Dormir desnudos.
Infancia
Parte I
I
Robertino Ariel Sánchez vino al mundo de forma natural, con cachetudos 3,600 kilogramos. Sus padres no lo buscaron, como a ninguno de sus hijos, pero tampoco hicieron nada por evitarlo. Conocían el mecanismo de hacer bebés, lo disfrutaban y pagaban las consecuencias. Se habían casado con la idea de vivir independientes de toda criatura hasta los treinta años, pero esa edad los encontraba ya con dos nenes y una nena. Robertino llegó tiempo después, fue el sexto y sus progenitores ya acariciaban los 38. Vino a cerrar una serie de hermanos un tanto exitosa.
Día nublado, fresco y solitario en la ciudad costera, su familia lo esperaba reunida en el café de la clínica ya relajada por tantos partos anteriores. Mario, su papá, asombró a todos cuando decidió repentinamente presenciar el parto, sobreponiendose a su aversión a la sangre. Robertino, cabezón y rubio, obligó al obstetra de toda la vida a realizar un corte en la vagina de su madre para así salir con comodidad. El señor Sánchez aguantó con normalidad, tal era su asombro en el primer parto de su vida. Al cabo de una hora y algo más Betito estaba limpio, siendo llevado a los brazos de su madre.
II
César
:- ¿Viste que a la casa de al lado llegó un nene?
:- Si, lo ví, es medio negro.
Era el único borrego en su barrio. Los siete años le quedaban chicos pero los amigos del barrio lo dejaban de lado en la mayoría de los juegos. Estaba solo, ellos en los doce y él con siete. Su mamá casi que lo forzaba a frecuentar a sus compañeros de colegio pero él se aburria, hacer la tarea y jugar a los videojuegos no lo llenaban en lo mas mínimo. Disfrutaba de su bicicleta, en ella lograba escaparse lejos como casi ningún niño lo había hecho jamás a su edad. Pedaleaba tanto que llegaba a un parque muy al sur, un lugar grande con un lago con cisnes a pedal. Sabía que estaba lejos porque lo veía siempre desde el auto de su papá, cuando iban a la ciudad vecina con todos sus hermanos a visitar a la tía Florencia.
:- No digas así, no queda bien.
:- ¿Marrón?
Le gustaban las tareas del hogar. Ayudaba como podía a su mamá con la cocina, era bueno haciendo bizcochuelos. Se paraba en un taburete para poder batir los huevos en la mesada, creyéndose grande y con autoridad como para retar a sus hermanos que se acercaban a molestar. Al momento de la harina se quitaba esos lentes de grueso marco rojo que fueron motivo de burla cuando los eligió, con esa seguridad que lo marcó de pequeño.
:- Sos pavo eh- No lo podía retar, sabía que entendía bien el humor de los grandes y sus palabras inocentes hacía tiempo que no eran tal cosa. Victoria era rígida e inquebrantable, no hubiera existido otra forma de controlar a sus hijos, pero Robertino despertaba en ella sentimientos que los otros no, notaba en el más chico de su prole algo que lo distinguía. Muchas veces este le exigía explicaciones demasiado argumentadas, en su afán de conocer el por qué Betito se volvía pesado e insoportable. Esta vez no, la estaba buscando, se le notaba en la sonrisa.
:- Se llama César Páez, es el sobrino de Marta.
:- ¿Viste que llegó un nene nuevo al lado?
:- ¿Quién te dijo?
:- Mamá, ¿vamos a verlo?
:- ¿Vos no estabas ayudando a mamá?
:- Si, pero ya terminé, ahora tenemos que esperar un rato y comemos torta.
Eugenia, la cuarta de la camada, lo siguió sin chistar, curiosa. Cruzaron despacio el patio de adelante, mientras los demás jugaban a la pelota y rompían las plantas. Era una casa normal, un lote grande y una construcción casi cuadrada al medio, de cuatro habitaciones pequeñas. El patio de atrás era la envidia del barrio, en el Mario había instalado una parrilla con asador incluído. Aparte de esto solo tenía césped y unos soportes para un techo de lona desmontable que estaba por llegar cualquiera de estos días. El de adelante era diferente, rodeado por plantas florales era el lugar elegido para jugar a cualquier cosa, desde la escondida a la pelota. Victoria tenía que cuidar a los gritos a sus criaturas de pétalos sensibles de las bestias infantiles.
:- Tocá el timbre vos, sos la que más viene a visitar a Marta.
:- No te hagas, vos también venís por el café con leche- se mordía el labio y lo sobraba.
:- No me gusta que me hagas así.
Tocó el timbre. Del otro lado de la puerta estaba el nene nuevo marrón. César, pensaba Robertino, César. Lo iban a invitar a comer torta como habían hecho con Camila, la otra sobrina de Marta.
:- Hola purretes- le gustaba besarlos y abrazarlos. Los quería mucho, eran más que su familia. Ella era del barrio desde pequeña, al igual que los padres de estos dos chicos que ahora llamaban a su puerta. Se había criado junto a Victoria, eran mejores amigas desde las primeras palabras. Marta era música, daba clases de canto y tenía una banda de rock bastante conocida que Mario escuchaba todos los días. El decorado de su casa era extraño, discos y fotos de músicos, cuadros por todos lados, espejos y porta sahumerios. Eugenia estaba fascinada con todo, imitaba a su tía hasta volver este mimetismo algo preocupante.
:- Tengo una sorpresa para ustedes.
:- Ya sabemos- la mirada cómplice.
:- ¿Les dijo mamá?
:- Si, no le tenés que contar porque es una buchona.
:- No le digas así, le voy a contar.
:- ¡Chicos!- Robertino reaccionario, Eugenia la informante. Siempre iguales, Marta se divertía viendo a la señorita y al machito.
Siguieron a la tía bien de cerca, el hombre en la retaguardia porque su hermana siempre pensaba que el cuco estaba cerca. Se escuchaba la tele, un dibujito de esos que daban siempre a las seis de la tarde. Ninguno de los dos era de mirar mucho la caja boba, su papá les había enseñado a no prestarle mucha atención porque podía dejarlos idiotas, además tenían tantos juguetes y tanto pasto que pasar las horas bajo techo aún no era considerada una opción viable. El nene nuevo miraba con atención, un tigre con un tipo arriba peleaban a espadazos contra un cádaver con una capa.
:- César, vinieron dos primos a verte- se dió vuelta al instante, sabía de la existencia de ellos gracias a Camila. Su mamá le contó de sus primos tiempo atrás, antes de la primer visita de su hermana. Ahora Inés, la hermana de Marta, estaba radicada en la ciudad después de luchar mucho tiempo por el traspaso en su trabajo. Vivían a unas diez cuadras, en un chalet de ladrillo a la vista sin patio de adelante.
:- Hola- a Robertino la mano y a Eugenia un beso. Tenía ocho años pero era un señor, se paraba derechito y estaba vestido como para ir a un lugar importante. Los hermanitos Sánchez se presentaron y se sentaron a mirar la tele, mientras Camila iba a comprar unas galletitas.
:- ¿Por qué estás vestido así?
:- Callate Robertino querés- se rieron César y Robertino, uno de ella y el otro de él.
:- Él también se rie, mirá- lo señalaba y más se reían, Eugenia intentó mantenerse seria pero largó una carcajada peor que la de ellos. Poco a poco se fueron silenciando con miradas, el primero en retomar la palabra fue César.
:- Mi mamá me mandó así a lo de la tía, no sé por qué.
:- Parece que te van a embautizar.
:- Bautizar, bruto.
:- Pensé que era...
:- No, me viste así para ir a lugares importantes.
:- ¿Acá es importante?
:- No sé.
:- No sé, mamá nos viste así para ir a los lugares paquetes.
:- ¿El supermercado?
:- No, ahí no nos lleva así, ¿para qué preguntás si sabés?
César se divertía con la discusión, Eugenia se molestaba con las preguntas tontas de su hermanito. Victoria siempre le pedía paciencia, todos en la casa entendían que Robertino era de preguntar mucho las cosas aunque las entendiese a la primera, él creía que todo tenía una pata más. Se cansaron rápido y el tigre volvió de los comerciales. El feo de la capa era malo, eso era algo indudable. Robertino lo cuestionaba, decía que el otro le pegaba igual, no diferenciaba por qué uno era malo y el otro bueno. Otra discusión, César esta vez tomó partido por su primo. Pasaban los minutos y los pobres y feos malos cobraban de lo lindo frente al tigre y el señor del pelo rubio. Marta entró con galletitas de chocolate y chocolatada fresca. Como siempre acercó la mesita de patas cortas con los individuales de animales salvajes. Los vasos de vidrio con bichitos de la suerte eran menos conocidos, se ve que era una situación importante. Robertino entendió el asunto y aceptó la ropa de César como natural. Ahora la adulta se acercaba al tv y cambiaba el canal. Noticias.
:- Si pongo algo aburrido dejan de mirar y charlan.
:- ¿Nos vas a obligar?
:- No, se obligan solos.
:- Ahmmmmm- Eugenia se mordía el labio y la sobraba.
:- ¿Cuándo yo no estube no hablaron?- Ahí le contaron de la discusión y los varones defendieron al esqueleto. Marta también, para decepción de Eugenia, dijo que ella tampoco entendía por qué los buenos eran buenos si terminaban pegando igual que los malos. Les explicó que en el mundo pasaba lo mismo, que los buenos mataban gente porque decían ser buenos pero terminaban siendo como los malos. Después los llevó a la imposición de un sistema sobre otro y demás cuestiones que solo a uno de los niños interesaban.
:- ¿Y Camila?- preguntó por su amiga para no escuchar más el discurso de su tía traidora, que le había dejado sola en la batalla contra los hombres. César le explicó que estaba un poco enferma, gripe o alguna cosa que da mocos.
I
Robertino Ariel Sánchez vino al mundo de forma natural, con cachetudos 3,600 kilogramos. Sus padres no lo buscaron, como a ninguno de sus hijos, pero tampoco hicieron nada por evitarlo. Conocían el mecanismo de hacer bebés, lo disfrutaban y pagaban las consecuencias. Se habían casado con la idea de vivir independientes de toda criatura hasta los treinta años, pero esa edad los encontraba ya con dos nenes y una nena. Robertino llegó tiempo después, fue el sexto y sus progenitores ya acariciaban los 38. Vino a cerrar una serie de hermanos un tanto exitosa.
Día nublado, fresco y solitario en la ciudad costera, su familia lo esperaba reunida en el café de la clínica ya relajada por tantos partos anteriores. Mario, su papá, asombró a todos cuando decidió repentinamente presenciar el parto, sobreponiendose a su aversión a la sangre. Robertino, cabezón y rubio, obligó al obstetra de toda la vida a realizar un corte en la vagina de su madre para así salir con comodidad. El señor Sánchez aguantó con normalidad, tal era su asombro en el primer parto de su vida. Al cabo de una hora y algo más Betito estaba limpio, siendo llevado a los brazos de su madre.
II
César
:- ¿Viste que a la casa de al lado llegó un nene?
:- Si, lo ví, es medio negro.
Era el único borrego en su barrio. Los siete años le quedaban chicos pero los amigos del barrio lo dejaban de lado en la mayoría de los juegos. Estaba solo, ellos en los doce y él con siete. Su mamá casi que lo forzaba a frecuentar a sus compañeros de colegio pero él se aburria, hacer la tarea y jugar a los videojuegos no lo llenaban en lo mas mínimo. Disfrutaba de su bicicleta, en ella lograba escaparse lejos como casi ningún niño lo había hecho jamás a su edad. Pedaleaba tanto que llegaba a un parque muy al sur, un lugar grande con un lago con cisnes a pedal. Sabía que estaba lejos porque lo veía siempre desde el auto de su papá, cuando iban a la ciudad vecina con todos sus hermanos a visitar a la tía Florencia.
:- No digas así, no queda bien.
:- ¿Marrón?
Le gustaban las tareas del hogar. Ayudaba como podía a su mamá con la cocina, era bueno haciendo bizcochuelos. Se paraba en un taburete para poder batir los huevos en la mesada, creyéndose grande y con autoridad como para retar a sus hermanos que se acercaban a molestar. Al momento de la harina se quitaba esos lentes de grueso marco rojo que fueron motivo de burla cuando los eligió, con esa seguridad que lo marcó de pequeño.
:- Sos pavo eh- No lo podía retar, sabía que entendía bien el humor de los grandes y sus palabras inocentes hacía tiempo que no eran tal cosa. Victoria era rígida e inquebrantable, no hubiera existido otra forma de controlar a sus hijos, pero Robertino despertaba en ella sentimientos que los otros no, notaba en el más chico de su prole algo que lo distinguía. Muchas veces este le exigía explicaciones demasiado argumentadas, en su afán de conocer el por qué Betito se volvía pesado e insoportable. Esta vez no, la estaba buscando, se le notaba en la sonrisa.
:- Se llama César Páez, es el sobrino de Marta.
:- ¿Viste que llegó un nene nuevo al lado?
:- ¿Quién te dijo?
:- Mamá, ¿vamos a verlo?
:- ¿Vos no estabas ayudando a mamá?
:- Si, pero ya terminé, ahora tenemos que esperar un rato y comemos torta.
Eugenia, la cuarta de la camada, lo siguió sin chistar, curiosa. Cruzaron despacio el patio de adelante, mientras los demás jugaban a la pelota y rompían las plantas. Era una casa normal, un lote grande y una construcción casi cuadrada al medio, de cuatro habitaciones pequeñas. El patio de atrás era la envidia del barrio, en el Mario había instalado una parrilla con asador incluído. Aparte de esto solo tenía césped y unos soportes para un techo de lona desmontable que estaba por llegar cualquiera de estos días. El de adelante era diferente, rodeado por plantas florales era el lugar elegido para jugar a cualquier cosa, desde la escondida a la pelota. Victoria tenía que cuidar a los gritos a sus criaturas de pétalos sensibles de las bestias infantiles.
:- Tocá el timbre vos, sos la que más viene a visitar a Marta.
:- No te hagas, vos también venís por el café con leche- se mordía el labio y lo sobraba.
:- No me gusta que me hagas así.
Tocó el timbre. Del otro lado de la puerta estaba el nene nuevo marrón. César, pensaba Robertino, César. Lo iban a invitar a comer torta como habían hecho con Camila, la otra sobrina de Marta.
:- Hola purretes- le gustaba besarlos y abrazarlos. Los quería mucho, eran más que su familia. Ella era del barrio desde pequeña, al igual que los padres de estos dos chicos que ahora llamaban a su puerta. Se había criado junto a Victoria, eran mejores amigas desde las primeras palabras. Marta era música, daba clases de canto y tenía una banda de rock bastante conocida que Mario escuchaba todos los días. El decorado de su casa era extraño, discos y fotos de músicos, cuadros por todos lados, espejos y porta sahumerios. Eugenia estaba fascinada con todo, imitaba a su tía hasta volver este mimetismo algo preocupante.
:- Tengo una sorpresa para ustedes.
:- Ya sabemos- la mirada cómplice.
:- ¿Les dijo mamá?
:- Si, no le tenés que contar porque es una buchona.
:- No le digas así, le voy a contar.
:- ¡Chicos!- Robertino reaccionario, Eugenia la informante. Siempre iguales, Marta se divertía viendo a la señorita y al machito.
Siguieron a la tía bien de cerca, el hombre en la retaguardia porque su hermana siempre pensaba que el cuco estaba cerca. Se escuchaba la tele, un dibujito de esos que daban siempre a las seis de la tarde. Ninguno de los dos era de mirar mucho la caja boba, su papá les había enseñado a no prestarle mucha atención porque podía dejarlos idiotas, además tenían tantos juguetes y tanto pasto que pasar las horas bajo techo aún no era considerada una opción viable. El nene nuevo miraba con atención, un tigre con un tipo arriba peleaban a espadazos contra un cádaver con una capa.
:- César, vinieron dos primos a verte- se dió vuelta al instante, sabía de la existencia de ellos gracias a Camila. Su mamá le contó de sus primos tiempo atrás, antes de la primer visita de su hermana. Ahora Inés, la hermana de Marta, estaba radicada en la ciudad después de luchar mucho tiempo por el traspaso en su trabajo. Vivían a unas diez cuadras, en un chalet de ladrillo a la vista sin patio de adelante.
:- Hola- a Robertino la mano y a Eugenia un beso. Tenía ocho años pero era un señor, se paraba derechito y estaba vestido como para ir a un lugar importante. Los hermanitos Sánchez se presentaron y se sentaron a mirar la tele, mientras Camila iba a comprar unas galletitas.
:- ¿Por qué estás vestido así?
:- Callate Robertino querés- se rieron César y Robertino, uno de ella y el otro de él.
:- Él también se rie, mirá- lo señalaba y más se reían, Eugenia intentó mantenerse seria pero largó una carcajada peor que la de ellos. Poco a poco se fueron silenciando con miradas, el primero en retomar la palabra fue César.
:- Mi mamá me mandó así a lo de la tía, no sé por qué.
:- Parece que te van a embautizar.
:- Bautizar, bruto.
:- Pensé que era...
:- No, me viste así para ir a lugares importantes.
:- ¿Acá es importante?
:- No sé.
:- No sé, mamá nos viste así para ir a los lugares paquetes.
:- ¿El supermercado?
:- No, ahí no nos lleva así, ¿para qué preguntás si sabés?
César se divertía con la discusión, Eugenia se molestaba con las preguntas tontas de su hermanito. Victoria siempre le pedía paciencia, todos en la casa entendían que Robertino era de preguntar mucho las cosas aunque las entendiese a la primera, él creía que todo tenía una pata más. Se cansaron rápido y el tigre volvió de los comerciales. El feo de la capa era malo, eso era algo indudable. Robertino lo cuestionaba, decía que el otro le pegaba igual, no diferenciaba por qué uno era malo y el otro bueno. Otra discusión, César esta vez tomó partido por su primo. Pasaban los minutos y los pobres y feos malos cobraban de lo lindo frente al tigre y el señor del pelo rubio. Marta entró con galletitas de chocolate y chocolatada fresca. Como siempre acercó la mesita de patas cortas con los individuales de animales salvajes. Los vasos de vidrio con bichitos de la suerte eran menos conocidos, se ve que era una situación importante. Robertino entendió el asunto y aceptó la ropa de César como natural. Ahora la adulta se acercaba al tv y cambiaba el canal. Noticias.
:- Si pongo algo aburrido dejan de mirar y charlan.
:- ¿Nos vas a obligar?
:- No, se obligan solos.
:- Ahmmmmm- Eugenia se mordía el labio y la sobraba.
:- ¿Cuándo yo no estube no hablaron?- Ahí le contaron de la discusión y los varones defendieron al esqueleto. Marta también, para decepción de Eugenia, dijo que ella tampoco entendía por qué los buenos eran buenos si terminaban pegando igual que los malos. Les explicó que en el mundo pasaba lo mismo, que los buenos mataban gente porque decían ser buenos pero terminaban siendo como los malos. Después los llevó a la imposición de un sistema sobre otro y demás cuestiones que solo a uno de los niños interesaban.
:- ¿Y Camila?- preguntó por su amiga para no escuchar más el discurso de su tía traidora, que le había dejado sola en la batalla contra los hombres. César le explicó que estaba un poco enferma, gripe o alguna cosa que da mocos.
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