Uncle Rober
Qué buen tipo el Tío Rober. Una malla cuadrillé, de esas viejas. Unas chinelas aún más viejas y una musculosa blanca con manchas de mostaza. Una mesa sucia. En la mesa una olla con agua que otrora calentó unas salchicas. Cerca de la olla unas migas de pan para panchos. Entre las migas de pan para pancho los lillos* de siempre.
Qué buen tipo. Si miramos para la cocina vemos aceite salpicado, un tenue aroma a fritura. También vemos sobras. Papas fritas, el paquete de salchichas vacío, una lata de paté sin nada, al igual que un envase que en algún momento tuvo un montón de Criollitas.
Qué buen tipo. Si nos fijamos bien, entre todos, lo vemos tirado en el sillón. Ostenta una sonrisa mientras duerme escuchando algún programa amarillista. Ahora todo le importa poco, hace meses que no labura pero vive de lo que produce. Se hace el artesano, pero la verdad es que hace pavaditas para algunos bazares. Las vende barato, pero le alcanza para comprar comida. La casa se la dejó su madre.
Qué buen tipo. Tenemos que mirar entre todas las cosas que vemos tiradas. Ahí distinguimos algunas. Ropa de alguna mujer, ropa de él, revistas de pornografía, menues de rotiserias, cajas de pizza que en algún momento comió. Notamos que la pasa bien, más allá de nuestros prejuicios.
Es tan buen tipo que nos entiende y deja que miremos su casa.
Qué buen tipo el Tío Rober.
Fin.
*Lillo: papel de armar. Así le dicen quienes lo usan para rolar porro.