lunes, 15 de febrero de 2010

Nocturna

:- Y era eso nomás, ¿entendiste?
:- No te estaba escuchando.
:- ¿Entonces por qué no avisás? No me gusta hablar al pedo- a Robertino nunca le gustó hablar sin ser escuchado. Al pedo era otra cosa, porque sus razonamientos, sus conclusiones... él y todos los que lo escuchaban sabían que muchas veces hablaba para sí mismo, hablaba por hablar, por esconderse nomás.
:- ¿No ves que estoy con el mate?- José ya no lo escuchaba en esos días, había decidido hace tiempo dejar pasar ciertos temas, no permitir en ninguno de los dos ese ir y venir por la melancolía.

Un sorbo de agua tibia junto a la bombilla, después de haber quitado el polvillo a la yerba. Pasó el agua caliente al termo, empacó las galletitas saladas, las dulces, todo en la mochila. Repasadores, dos, la especialidad de José. Bolsas vacías para la yerba vieja, paquete de medio kilo sin empezar. Estaban listos, ambos.

:- Vamos che- y José se calzó la mochila, Robertino abrió la puerta, cruzaron el umbral y los recibió fuera un cielo nocturno parcialmente nublado, con esas nubes bajas que se ven bien blancas gracias a la luz de la ciudad. Robertino cerró con dos vueltas ambas cerraduras y al instante sintió ganas de fumar, de hacer su escena favorita, de intelectualizar un poco el momento. Parsimonioso tomó su fuego a bencina, luego un rubio y lo encendió con rostro estudiado, rictus firme y cuello sutilmente echado hacia delante. José miraba, ya lo había visto hacer eso infinidad de veces, entendía que lo necesitaba, que le gustaba saber que así parecía algo que no era, eso que siempre quiso ser sin sentir culpa, sin saberse hipócrita.

:- ¿Por dónde?
:- Sigamos derecho- y enfiló hacia donde estaban los árboles de tilo. Cuando ya el sol se fue hace tanto tiempo por la calle no anda nadie, menos en los barrios. El rezongo del mate y los pasos cansinos eran lo único que sonaba más allá del viento. Caminaron largo rato en silencio, pasándose el mate, reparando en algún auto, alguna casa, alguna nube. José estaba inmerso en su tarea, cebador empedernido. De a ratos, en secreto, pispeaba a Robertino, buscándolo bien, de ánimos. El cebador empedernido daba en cada mate una fracción de barrera astral. El otro, el que recibía esa fracción, estaba inmerso en la melancolía que traía aparejada su rol. No podía representarlo sin ella. El primer cigarrillo había sido por los amores longevos, ahora venía el de los breves.
:- Hacete un favor y dejá de pensar pelotudeces- y levantó la vista una milésima de segundo antes de encender el segundo rubio-, no entiendo tu necesidad de andar como un viejo miserable.
:- Vamos a la plaza esa, la de la tierra, que quiero andar descalzo- igual lo encendió, pero sin parsimonia ni nada, solo lo encendió.
Giraron a la derecha, desde ahí faltaban unas cuadras más, ninguno sabía cuántas. La plaza estaba más allá de las calles de tierra, solo tenía unas hamacas y un par de toboganes convalecientes. No era la plaza que a veces se llenaba de hippies vendedores de pulseras, esta era la plaza del barrio, la descuidada, a la que van los chicos a jugar a la pelota con esos arcos hechos con remeras, buzos, palos.
:- ¿Querés bizcochitos?
:- Ah, dale, pasá algunos.
:- ¿Dulces o salados?- le mostró el pucho en su mano derecha, estaba para lo salado, lo dulce no va con el humo.
:- Qué buenos mates che... no sé qué haría sin vos la verdad, mirá que la noche está buena, pero sin estos mates sería lo mismo de siempre...
:- Pocas veces agradecés vos, ¿pasa algo?.
:- No, ahora no, antes, lo de rumiar... viste.
:- Estás pensando en las mismas de siempre.
:- En las mismas no, en otras, me fuí a lo pequeño.
:- ¿Qué es eso?
:- A las que pasaron por ahí y a los amigos breves- y metió la mano en la bolsa de los salados, agarró varios, soltó el humo y se manducó uno. "Amigos breves", y apareció ante sus ojos un 504-. Che, están buenos.

Acomodó el pucho en su boca, la derecha con el mate, la izquierda con los bizcochos.
Acomodó el mate en su boca, junto al pucho. Lo acomodado fue la bombilla, claro, el mate está sostenido por la derecha.

:- Algunos no fueron breves, pero se fueron. Igual feliz eh, estoy feliz, mirá la calle toda para nosotros y allá, ¿la ves?, se ve la plaza José. Decime si no está hermosa, por suerte no le pusieron luces. Tenía un amigo que era de tomar mucho café, nunca te conté de él, me da cosa andar pensándolo. Era un boludo que no te das una idea viejo. A vos te hubiera caído bien, él tenía más vida que yo. Le gustaban las minas creo que más que a mí, no se hacía problemas, era de otra especie. A él le agradecí muchas veces, como a vos los mates. Es una linda noche che, nos hubiera gustado- y devolvió el mate con la derecha y el cigarro se sonrojó de repente, se encendió veloz y sus ojos se volvieron cristal-... ¿Sabés hace cuánto?, pasó mucho tiempo desde la última vez que me permití esto, ser feliz pese a las pérdidas. Siempre rumiando, siempre eso que vos sabés, y estás ahí cebándome mates, despertándome con amargos o dulces, con bizcochitos, con tus repasadores... soy medio desgraciado, lo sé- y fumaba y hablaba, vomitaba palabras casi-... desgraciado, já, pero viejo, qué pelotudazo. Caminar, mates, bizcochos y un amigo.
:- Te olvidás de los cigarros.
:- Bueno viejo, pero es una parte de mí.
:- Si, como todo- José tenía una extraña forma de resumir a Robertino que hacía los deleites de este. "Como todo", pensó. "Todo", repitió.
:- ¿Vos sos o te hacés?
:- Yo solo cebo mates.