jueves, 20 de junio de 2013

Mucho tiempo después de los Tres Baldes de Pintura* (bis)

            ¿Cómo?

            Si, en la mano. Y no tengo que cerrarla eh. La puedo tener entreabierta, con los dedos luciendo sus articulaciones espantosas, regordetas de tanto sonarlos. Ahí viven, ahí están todas esas cosas que después salen, y también están todas esas cosas que alguna vez entraron. Estás vos también. Estás vos, tu visión sobre mí, la que tengo sobre vos, la que tengo sobre los otros y la creo que los otros tienen entre ellos, sobre ellos mismos y también de los demás. Y no es que me importe tanto, es que sé que está todo eso, por eso lo pongo ahí. Lo pongo ahí y con eso escribo, con eso pienso y siento. 

            ¿Pero no te parece que tendrías que dejar de tener todo eso en la mano? Quizás ya no lo necesites para esas cosas.

            No sé si es por necesidad. Por necesidad hago otras cosas. Eso lo llevo por gusto. No entendés. Es raro. No sé cómo explicarlo Mariana. Lo llevo ahí. Está. Lo llevo ahí cuando estoy en el colectivo, lo voy cuidando. Está en mi mano y por ahí entra algo nuevo. Entra una señora que llama a su hermana para preguntarle si le compró el autito que El Ricardito quería para su cumpleaños. Entra eso, entra la cadencia de la chica linda que sube en la parada del supermercado. A las cuatro cuadras puede entrar otra cosa, un nene mirándome desde la ventana de un auto en un semáforo, una madre que cruza rápido con sus dos hijos en regios guardapolvos blancos, mientras el más pequeño arrastra una mochila de carrito. ¿Cómo querés que deje de ver todo eso? ¿Cómo me pedís que deje de llevar todo eso en la mano? Es la forma de mirar che. Por ahí te moleste, por ahí te sientas intimidada cuando sentís que entrás ahí con tus amigos que tienen galerías, que tienen autos y demás, pero no hay maldad en mi mano, podés meterte porque ahí adentro estoy yo también, porque soy lo que vos ves, lo que yo veo, lo que el espejo muestra. Todo eso cabe en mi mano, quizás más, a veces sé que menos. Y no lo puedo ni quiero evitar, aunque por momentos preste más atención a mi mano que a lo que está fuera. Obvio que no es sano, entiendo que con tus ojos me decís qué horror, qué locura... pero, Mariana, no hay tal cosa. Me encantás, así, me encantás vos, me encantan todos. La vida tiene algo hermoso, algo que requiere mucho tiempo para ser visto. Y eso hermoso está en todos lados. Ese es el problema. Sólo quiero ver. Te veo a vos y pensás que te juzgo por como hablo, pero no es algo malo. Digo lo que me parece, pero no por eso te dejo de querer. Simplemente escuchás lo que entra en mi mano. Te quiero así, con tus amigos de galería, con tu necesidad de pretender la otra mano. Te quiero y punto. Me gustaría que me quieras, que me dejes mirarte y que mires conmigo. Que te subas a un colectivo para acompañarme. Que me sigas a un café para sonreír con todas las cosas que sonrío. Quiero que me ayudes con mis amigos viejos, que le saquemos juntos una sonrisa a alguien. Y si, es eso. Son las cosas que yo me llevo a la mano.

            ¿Vos te pensás que yo no veo eso?

            No sé Mariana, no sé si lo ves. No voy a decirte nada, no voy a señalarte nada que pueda ser vuelto en mi contra. Sé cómo funcionás en estos momentos. Sé que ante el menor... si, eso. Es fácil atacar. Te digo que te quiero che, a mí me importa un carajo que quieras o que creas que yo quiero. Te quiero. No es tan difícil. No vamos a tener un amor normal, de esos de revista. No sé por cuánto lo vamos a tener tampoco. Y no porque yo vea lo que veo eh. A mí me importa bien poco. Si, me importa poco. Me encantás así, pero te sentís mal con algo. No creas que porque te veo así te cuestiono. Quiero que no me cuestiones, nada más. Nos podemos ver como se nos de la gana siempre y cuando. Si, claro. Es fácil. Si. Pero no, no quiero un beso ahora. No. No estoy enojado Mariana. Quiero que. Dejame terminar. No estoy enojado. Quiero que intentes entenderme, que no te sientas mal con la mano. No son prejuicios ni nada malo. Son cosas que creo che, cosas que van ahí, las que veo, ya te lo expliqué. Están en la mano. Es eso, están en la mano. No pesa, no te preocupes. Están en la mano porque me gusta que esten ahí, soy así. Camino y veo. No sé para qué.

            ¿Entonces esto termina en...?

            En nada Mariana. Esto no tiene que terminar en nada. En que me gustaría ser feliz con alguien, en mi mano o fuera de ella. No lo sé. Pero con respecto a esto te puedo decir con total seguridad que no va a terminar en nada.

:-          Después de eso creo que vino la primera discusión seria. Pero no vino rápido eh. Nos quedamos los dos con un ruido viste- y ella lo escuchaba desde el sillón lleno de migas de Criollitas con paté.
:-          Pero si siempre tenías ruido con ella.
:-          El ruido esperable che, no seas así. El ruido necesario, digamos- manso le alcanzaba un mate, uno de esos amargos de mentira, los de estevasinazúcarporqueavos.
:-          ¿Cómo es un ruido esperable para vos?
:-          ¿Con Mariana?- María se iba por la ventana. El mate la seguía.
:-          Espero que no sea conmigo. No me vengas a joder con esas cosas.
:-          Con vos no hay ruidos esperables, si dejás correr el agua cuando vas al baño- manso le alcanzaba un beso en la frente.

:-          No me digas esas cosas, contame, dale. 

sábado, 15 de junio de 2013

Pastelera II

La yerba se humedece por mitades, no se moja. Primero agua tibia sobre el lugar donde irá la bombilla. Luego el palito para chupar. Repasador, repasador que es posapava. Repasador que es golpe en la puerta.

:-          ¿Vas vos?- en off, desde la pieza.
:-          No, te voy a hacer levantar para que te fijes si es carta documento, impuesto, vecina o ring raje.

            La pava queda al costadito de la hornalla. El saber popular dice que la distancia justa mantiene la temperatura. El repasador en la mano va hasta las llaves, se cambia de extremidad, y ya en la menos hábil observa cómo se acomoda la remera, el pelo y abre.

            Esunachicadeespaldas

:-          ¿Si?- y giró sobre su eje- Flor, ¿qué hacés?
:-          Estábamos de pasada por el barrio, compramos facturas.
:-          ¿Estábamos?- Jimarson es el plural.
:-          Si, tu amigo anda por ahí, fue a buscar diarios, dijo algo del jueves.
            Salió, miró hacia ambos lados.
:-          Pasá mejor, andá a saber cuánto tarda, lo esperamos adentro con mates, María está en la pieza escuchando música y el amargo aguanta sin ser cebado, así que vamos.
:-          Vos lo que no querés es que se te arruine el mate.

            Entraron. En el living quedó la ropa de abrigo y el gorrito de lana con su bufanda a tono.
:-          Vení acá Flor, la pieza está linda, dejá que se encarguen de los mates ellos.
            Y volvió a tomarle la temperatura al líquido, a procurar la inexistencia de palitos flotantes. Siguió el repasador en la menos hábil, el agua en chorritos finos y el fuego a distancia exacta (saber popular). Esperaba chusmeando la ventana al hombre de los diarios. Jueves. Teléfono.

:-          ¿Vas vos de nuevo?
:-          Si, atiendo, no voy.
            El repasador iba de un lugar a otro sin cumplir función aparente.

:-          ¿Diga?
:-          Che, ¿vos le regalaste facturas a un chico diariero?
:-          ¿Qué hacés en la calle todavía?
:-          ¿Qué te importa? ¿Te ponés mal?
:-          No boludo, pero estoy por empezar los mates hace como quince minutos.
:-          ¿Fuíste vos?
:-          ¿El qué?
:-          El de las facturas.
:-          ¿Cómo te diste cuenta?
:-          Porque eran todas de pastelera.
:-          ¿Le comiste las facturas?
:-          Dos nomás. Es que quería ir a comprar, pero viste… es Jueves, toca la reunión, entre comprar los diarios y después la panadería se me iba a perder mucho tiempo importante.
:-          ¿Cómo se te pierde el tiempo a vos?
:-          No sé, se me pierde.
:-          ¿Y cómo llegaste a comerle dos facturas?
:-          Porque compré cuatro diarios y le dejé el vuelto. Me dijo que estaba lleno de facturas, me preguntó si quería y acepté. Ahí me contó que una chica buena y un señor se las habían regalado.
:-          Pero pueden ser cualquiera che.
:-          Una chica buena es María, y un señor es algo amargado, como vos.
:-          Qué buen amigo sos eh, amoroso.
:-          Si, soy el mejor. Ahora, antes de que se me termine el cospel decime… ¿qué diario compraste?
:-          Compré el…

            Qué tipo, bajarse del auto para estas cosas.

:-          ¿Y para qué llamó?

:-          Porque es Jueves, es su día.

Pastelera

            Cuatro horas, seis u ocho. Horarios legales de trabajo. Ilegal nueve, diez, once. El trabajo infantil. El trabajo de mujeres con un embarazo avanzado o el de jubilados. Quizás el chico del kiosko de diarios sea hijo del dueño. Igual está mal. Ningún chico de esa edad (aparentemente rondando los 10), debería estar en una caja de hierro, en pleno invierno. Pobre pibe che. Y suelta su gracias maestro. Maestro de nada. De la indiferencia.

:-          ¿Quétepasaquetenésesacaralarga?
:-          Nada, el frío.

            Éramos tan revolucionarios de pequeños. Carlitos tenía barba, yo no me duchaba y Juan hablaba lindo. Creíamos que estas cosas sociales podían cambiar con las intenciones puras, bondadosas e inocentes.

:-          ¿No me vas a decir?
:-          Es que no es nada relevante.

            Carlos. Carlos con dos pibes y unas horas cátedra. Carlos que se viste bien, decora su barba con ambos, zapatos y unas gafas prolijas, de marco seleccionado.

:-          ¿Pero por dónde andás?
            Juan se fue para el norte. Por Carlos lo sé. Es maestro.
:-          ¿Te acordás de mis compañeros del colegio? Te conté hace un tiempo.
:-          Si, ¿les pasó algo?
:-          No, pero por ahí ando.

            Inevitable. Le encantaba meter su mano en el bolsillo, jugar con su encendedor y hacerlo volver. Claro que no era un proceso rápido. Él volvía despacito, en trescientos metros aproximadamente. Volvía pasando por una mueblería, asombrándose por una cajonera muy barata, riéndose porque María pretendía comprarlaparapintarladecolores.

:-          Te vendría bien tener una cajonera de colores. Podés poner las medias sueltas, los papeles del trabajo, los negativos y todas esas cosas que tienen que ir en cajones porque si las dejás por ahí, viste…
            Doscientos metros. La cajonera había quedado a quince. Florista, floristadechapaverde. Una señora con su radio y su antena. Dos baldes de agua, tijeras, calentador, pava, mate y bizcochos. Estaba casi en esquina. Hablaba con el carnicero que desde la puerta de su comercio bien surtido vigilanteaba la zona. Imposible no volver.
:-          Si, deme uno, para la fresca.
            Y se extendió el brazo argentino justo detrás de ellos. Doscientos treinta metros, las flores a treinta.

:-          Volvamos a tomar mate, me dieron ganas.
            Mates, colcha, cama con migas.
:-          A mí también, pero caminemos un poco más, hasta la panadería.

            Siguieron pegados, en aparente simbiosis. Encendedor, cigarrillos. Colgaban el uno del otro. La panadería les devolvió el alma. No era sólo lo salado. La pastelera. A los dos les parecía que la pastelera había nacido para el mate. Facturas. Facturas y regreso despegados. Él llevaba la bolsa, María volvía a repasar a la florista, la cajonera…

:-          A vos te puso mal el chiquito.
:-          …
:-          Aunque sepa que no sirve para nada, le voy a dar las facturas.
:-          …
:-          No me digas nada. Ya sé que no sirve, ya sé que todo que te lleva lejos no cambia, pero déjame hacerlo.
:-          ¿Así nos sentimos mejor?

:-          Quizás. Así no nos cae mal el mate.
            Cuatro horas, seis u ocho. Horarios legales de trabajo. Ilegal nueve, diez, once. El trabajo infantil. El trabajo de mujeres con un embarazo avanzado o el de jubilados. Quizás el chico del kiosko de diarios sea hijo del dueño. Igual está mal. Ningún chico de esa edad (aparentemente rondando los 10), debería estar en una caja de hierro, en pleno invierno. Pobre pibe che. Y suelta su gracias maestro. Maestro de nada. De la indiferencia.
:-          ¿Quétepasaquetenésesacaralarga?
:-          Nada, el frío.
            Éramos tan revolucionarios de pequeños. Carlitos tenía barba, yo no me duchaba y Juan hablaba lindo. Creíamos que estas cosas sociales podían cambiar con las intenciones puras, bondadosas e inocentes.
:-          ¿No me vas a decir?
:-          Es que no es nada relevante.
            Carlos. Carlos con dos pibes y unas horas cátedra. Carlos que se viste bien, decora su barba con ambos, zapatos y unas gafas prolijas, de marco seleccionado.
:-          ¿Pero por dónde andás?
            Juan se fue para el norte. Por Carlos lo sé. Es maestro.
:-          ¿Te acordás de mis compañeros del colegio? Te conté hace un tiempo.
:-          Si, ¿les pasó algo?
:-          No, pero por ahí ando.
            Inevitable. Le encantaba meter su mano en el bolsillo, jugar con su encendedor y hacerlo volver. Claro que no era un proceso rápido. Él volvía despacito, en trescientos metros aproximadamente. Volvía pasando por una mueblería, asombrándose por una cajonera muy barata, riéndose porque María pretendía comprarlaparapintarladecolores.
:-          Te vendría bien tener una cajonera de colores. Podés poner las medias sueltas, los papeles del trabajo, los negativos y todas esas cosas que tienen que ir en cajones porque si las dejás por ahí, viste…
            Doscientos metros. La cajonera había quedado a quince. Florista, floristadechapaverde. Una señora con su radio y su antena. Dos baldes de agua, tijeras, calentador, pava, mate y bizcochos. Estaba casi en esquina. Hablaba con el carnicero que desde la puerta de su comercio bien surtido vigilanteaba la zona. Imposible no volver.
:-          Si, deme uno, para la fresca.
            Y se extendió el brazo argentino justo detrás de ellos. Doscientos treinta metros, las flores a treinta.
:-          Volvamos a tomar mate, me dieron ganas.
            Mates, colcha, cama con migas.
:-          A mí también, pero caminemos un poco más, hasta la panadería.
            Siguieron pegados, en aparente simbiosis. Encendedor, cigarrillos. Colgaban el uno del otro. La panadería les devolvió el alma. No era sólo lo salado. La pastelera. A los dos les parecía que la pastelera había nacido para el mate. Facturas. Facturas y regreso despegados. Él llevaba la bolsa, María volvía a repasar a la florista, la cajonera…
:-          A vos te puso mal el chiquito.
:-          …
:-          Aunque sepa que no sirve para nada, le voy a dar las facturas.
:-          …
:-          No me digas nada. Ya sé que no sirve, ya sé que todo que te lleva lejos no cambia, pero déjame hacerlo.
:-          ¿Así nos sentimos mejor?

:-          Quizás. Así no nos cae mal el mate.