Cuatro horas, seis u ocho. Horarios
legales de trabajo. Ilegal nueve, diez, once. El trabajo infantil. El trabajo
de mujeres con un embarazo avanzado o el de jubilados. Quizás el chico del
kiosko de diarios sea hijo del dueño. Igual está mal. Ningún chico de esa edad
(aparentemente rondando los 10), debería estar en una caja de hierro, en pleno
invierno. Pobre pibe che. Y suelta su gracias
maestro. Maestro de nada. De la indiferencia.
:- ¿Quétepasaquetenésesacaralarga?
:- Nada, el frío.
Éramos tan revolucionarios de pequeños.
Carlitos tenía barba, yo no me duchaba y Juan hablaba lindo. Creíamos que estas
cosas sociales podían cambiar con las intenciones puras, bondadosas e inocentes.
:- ¿No me vas a decir?
:- Es que no es nada relevante.
Carlos. Carlos con dos pibes y unas
horas cátedra. Carlos que se viste bien, decora su barba con ambos, zapatos y
unas gafas prolijas, de marco seleccionado.
:- ¿Pero por dónde andás?
Juan se fue para el norte. Por
Carlos lo sé. Es maestro.
:- ¿Te acordás de mis compañeros del
colegio? Te conté hace un tiempo.
:- Si, ¿les pasó algo?
:- No, pero por ahí ando.
Inevitable. Le encantaba meter su
mano en el bolsillo, jugar con su encendedor y hacerlo volver. Claro que no era
un proceso rápido. Él volvía despacito, en trescientos metros aproximadamente.
Volvía pasando por una mueblería, asombrándose por una cajonera muy barata,
riéndose porque María pretendía comprarlaparapintarladecolores.
:- Te vendría bien tener una cajonera de
colores. Podés poner las medias sueltas, los papeles del trabajo, los negativos
y todas esas cosas que tienen que ir en cajones porque si las dejás por ahí,
viste…
Doscientos metros. La cajonera había
quedado a quince. Florista, floristadechapaverde. Una señora con su radio y su
antena. Dos baldes de agua, tijeras, calentador, pava, mate y bizcochos. Estaba
casi en esquina. Hablaba con el carnicero que desde la puerta de su comercio
bien surtido vigilanteaba la zona. Imposible no volver.
:- Si, deme uno, para la fresca.
Y se extendió el brazo argentino justo
detrás de ellos. Doscientos treinta metros, las flores a treinta.
:- Volvamos a tomar mate, me dieron
ganas.
Mates, colcha, cama con migas.
:- A mí también, pero caminemos un poco
más, hasta la panadería.
Siguieron pegados, en aparente
simbiosis. Encendedor, cigarrillos. Colgaban el uno del otro. La panadería les
devolvió el alma. No era sólo lo salado. La pastelera. A los dos les parecía
que la pastelera había nacido para el mate. Facturas. Facturas y regreso
despegados. Él llevaba la bolsa, María volvía a repasar a la florista, la
cajonera…
:- A vos te puso mal el chiquito.
:- …
:- Aunque sepa que no sirve para nada, le
voy a dar las facturas.
:- …
:- No me digas nada. Ya sé que no sirve,
ya sé que todo que te lleva lejos no cambia, pero déjame hacerlo.
:- ¿Así nos sentimos mejor?
:- Quizás. Así no nos cae mal el mate.