:- Porque me gusta.
:- No me vengas con boludeces, no es eso hoy.
El puestito paraguayo. Siempre a las dos o tres de la madrugada, pidiendo licuado para él cerveza para ella. Era ruda, jamás hubiese tomado licuado. Se sentaban cerca del tele, miraban un rato mientras esperaban la hamburguesa cortada a la mitad. La segunda venía después, pero una para cada uno de entrada era mucho, se enfriaban.
:- ¿Qué le ponés?
:- Como vos tarado, mostaza.
Gitanes, eso fumaba. Tuvieron que ir afuera porque se le antojó fumar entre bocado y bocado. No le gustaba mucho que ella lo haga pero ya no eran nada. Los taxis frenaban junto al cordón, las charlas eran como las de antes aunque solo ellos estaban callados, mirándose como tontos. En frente esa universidad privada con tantas luces.
:- Sigue todo igual.
:- Si, menos tu tatuaje.
:- ¿Qué tiene?
:- Le falta color.
:- Como a vos.
Robertino abusaba del azul. Jean y sueter con zapatillas a tono. Por ahí el jean estaba un tanto gastado y parecía celeste, pero igual era demasiado. Durante un rato mantuvieron el rito de beber mirándose, diciéndose que se tenían ganas y lamentaban saber de antemano que no iba a funcionar. Para cuando terminaron todo ese diálogo idiota María había empezado la segunda cerveza y Robertino estaba rolando un porro.
:- ¿Caminamos?
:- No, vamos a tu casa, quiero dormir.
:- Pero hoy no llueve.
:- ¿Y qué me importa?
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De noche ni un colectivo, nada. Solo el tránsito acostumbrado sobre la autopista y nada más. La calle se dibujaba ondulada hacia el horizonte, flanqueada por esas fachadas de hoteluchos de mala muerte. Así era el barrio, puro asfalto y olor a viejo. Las veredas de vainillas invadidas por hojas que caen durante las cuatro estaciones y algún borracho durmiendo en un recoveco, todo eso era su barrio. Y más lo era esa noche de mierda.
:- ¿Y que se te dió por lo de los paraguayos?
:- Porque me gustaba ir con vos.
Caminar lento, lo bastante cerca como para buscar la otra mano. Dejar colgando el brazo, que se mueva al compás de los pies. Los dedos son los primeros que se rozan. Después uno de los dos decidirá con prisa un movimiento brusco que pronto pasará al olvido.
:- Cuando fuíste la última vez a casa quedamos en que ya no iba a pasar nada.
:- Siempre decís lo mismo.
Ya estaba un poco cansada de las mismas viejas preguntas, de los mismos enfermizos recursos para intentar conseguir respuestas satisfactorias a sus oídos que nunca escucharon.
:- Si siempre digo lo mismo, si siempre soy tan facil, hoy duermo abajo.
:- No seas pavo- y se cuelga del brazo.
:- ¿Pavo?- y le besa la frente.
:- Si, porque sabés que vamos a terminar durmiendo en la de arriba- y se acurruca contra él mientras camina.
:- Pero la cucheta está rota.
Entraron a la casa y repitieron el mismo ritual que él repetía con todas. La dejó descansar mientras preparaba cada una de las pavadas que siempre le sirvió. Ya sabía que aguardaba en la cama, con el control remoto en la derecha y cara de nena caprichosa. Estaba grande para eso, aunque hoy a él le tocaba cuidarla.
:- ¿Qué te pasa que andás así?
:- ¿Así como?
Le pasó el té y unas tostadas, sin nada.