:- ¡José!
:- ¿Qué?
:- Traeme un mate.
:- No jodas.
:- Dale che, recién te estabas tomando uno, te escuché.
:- ¿Qué escuchaste?
:- Cómo le tirabas el chorrito de agua.
:- Ahora te llevo.
:- ¿Con o sin?
:- Sin.
:- Mirá que no llueve eh.
:- Sin dije, no empecemos.
:- Pará un poquito que voy para allá, no me hagas gritar que se me van a caer todas las cosas.
Otro día. Uno más, similar, casi calcado. José mateaba solo, tranquilo, esperando ese pedido en tono altanero. La cuestión del azúcar era fundamental, normalmente relacionada con la lluvia, indicaba el ánimo del recién amanecido. Se conocían demasiado, muchas veces pensaban que la convivencia había manchado con sus costumbrismos a la otrora desestructurada amistad. Robertino lo esperaba acostado, disfrutando de su cuerpo inerte, inentendiblemente cansado.
:- ¿Y hoy?
:- Nada che, unos amargos nomás.
Se sentó, apoyó su espalda contra las almohadas-respaldo y tomó el mate con una sola mano, pese a las advertencias sobre la temperatura del mismo que hacía José constantemente, día tras día. Ninguno se cansaba del otro, representaban sus papeles a la perfección, rara vez fuera de lugar. Robertino tanteó el mate con un sorbo corto, estaba realmente caliente. Se miró los pies, los tenía cubiertos por dos pares de medias y aún así estaban congelados. Recordó un viejo par de zapatillas, unas botitas de básquet muy cálidas, número 37, era joven. Sin darse cuenta, entre calzados imaginarios y gustos musicales matutinos, comenzó a sonar en el minicomponente algo de Toquinho. José siguió el silencio levantando levemente la persiana, acomodándose una silla cerca de donde estaba su amigo y luciendo, prolijamente en su rodilla derecha, el repasador recién estrenado. Le gustaban los repasadores, especialmente los cuadrillé, en tonos rojos.
:- Qué lindo eh.
:- Lo compraste vos, al pibe de acá a la vuelta.
:- Está rico el mate.
Cebó para si mismo, el chorrito casi pegado a la bombilla, y al otro lado la yerba casi seca. La pava colgando de la mano derecha, sin tocar el piso, para no enfriar el agua. El mate en la izquierda, que lo sostiene con vehemencia. José no era de pensar mucho, Robertino lo había forzado a olvidarse de él, ahora vivía los recuerdos de su amigo. Miró la pila de almohadas y al viejo que se dejaba hundir en ellas.
Estaba preocupado, no sabía bien por qué últimamente Robertino no salía de estas depresiones diarias, es más, eran tan seguidas que ya no les valía el título de diarias.
:- Tengo ganas de algo negro, ¿sabés? Me estoy sintiendo medio muerto… no sé vos, pero esto de ser un viejo a mi no me resulta mucho, me sale mal. Nunca me acostumbré al paso del tiempo, a las responsabilidades, siempre las evadí un poco, las fui dejando para más adelante, se fueron venciendo, esas cosas. Ahora de viejo como que no tengo ninguna, ¿entendés? Y siento que tengo que hacer algo, es raro...
:- Tomate un mate.
:- ¿Me entendés? Estamos tan al pedo que podemos hacer lo que queremos, pero nos tiramos acá, a pensar boludeces y dejar que la vida nos deprima. Creo que te ayudé a vos, ahora tenés la oportunidad de caminar por fuera de la plaza esa, ¿te parece? Hagamos un viaje negro, salgamos de acá.
:- Yo hago lo que quiero eh, estoy tranquilo en mi casa.
Tan simple.