:- ¿De dónde venís?
:- De caminar nomás, no te preocupes- y los pies mojados traspasaban el umbral, chorreando gotas más grandes que las de esa lluvia que lo obligaba a ser un rumiante, una vez más. Le gustaba el agua entre los dedos, tomar conciencia poco a poco de eso, de la viscosidad que se instalaba entre sus medias. Sentía junto a esa lucidez el crecimiento de otra, de una que acompañaba una capacidad analítica increíble pero tortuosa: disfrutaba de maltratarse con los fantasmas del pasado. Tenía bien trazado el camino para estas jornadas. Recorría sin cesar veredas de vainillas, onduladas por árboles de tilo. El aroma de su infancia y la textura del amor, con eso empezaba. Luego la entrada a algún ph, quizás un auto viejo lleno de barro y unos chicos jugando en la lluvia. Se quebraba, si, las lágrimas en sus ojos eran frecuentes (quizás por eso le gustaba caminar debajo de la lluvia) cuando esa bola que se formaba en su garganta se hacía imposible... y ahí tenía que tomar el atado de cigarros común, la bolsita toda aplastada, e intentar ese circo de encender un cigarrillo en medio de la tormenta. Todo, todo en él era un cliché. Los recuerdos inclusive.
:- ¿Te preparo unos mates?
:- No tenés que ser tan tolerante.
:- ¿Tolerante con qué?
:- Con esto digo, con la lluvia y mis caminatas, si hasta te enchastro el piso... y aunque ambos sabemos que no somos muy limpios esto ya es un abuso.
:- No seas pelotudo che, estamos grandes y sos mi amigo- y José partió raudo hacia la cocina, pensando en los amargos y ubicando en su mente esa bolsa de bizcochitos que habían comprado dos días atrás.
Robertino se quedó en el sillón del living, entre hilos, telas, ropas. Se quedó en calzones, tomó algunas prendas (quizás sucias) para cubrirse y aguardó por ese pulmoncito de solitarios recostado en el sillón (gracias Julio). Una pollera floreada invadía su mente. No era específicamente un recuerdo, era una cadencia. Ahora estaba en un repasador que se mecía lentamente, colgando del respaldo de una silla. A José le encantaban los repasadores, se encargaba metódicamente de diseminarlos a lo largo de la casa con el fin de que no le falten en caso de que la pava chorree por el pico. El repasador, la cadencia, las flores. Robertino la recordó, el aroma de la almohada y el color de las tostadas.
:- ¿Querés algo de comer?
Estaba en los desayunos y en el trabajo en el periódico local, rumiando sus épocas de cronista de paupérrimos eventos culturales. El reposo era carnívoro, un sillón que lo devorava de a poco y la ropa que se tornaba cálida lo mantenían aislado.
:- Che, ¿me escuchás?
:- ¿Eh?
:- Te estaba preguntando algo.
Si, en su cabeza esos dos, el auto con barro y las flores en la pollera que espera en la silla a que su propietaria salga de la cama abandonando un desayuno con unas tostadas bronceadas.
:- Che.
:- ¿Qué?
:- Que te estaba preguntando algo.
:- ¿Qué me estabas preguntando?
:- Si querés algo para comer.
:- Ah, si, unas tostadas, pero dejá que me encargo yo.
Y así, después de tanto...