:- Che, ¿por qué no me avisaste de esto?
:- Porque no...
:- ¿No qué?
:- ¿Qué querés que diga?
:- Por qué no me avisaste.
:- Porque no te quería ver, ¿no es obvio?
Y era un capricho nomás, porque ahí cuando cumplía una función ella lo llamaba, le pedía ayuda y lo utilizaba durante unos días, a veces semanas, nunca meses. Caminaba con él, recorrían barrios y contemplaban árboles. Era un escape, una puerta a esas otras cosas que la mayoría no ve, que solo unos pocos, los que no corren, pueden darse el lujo de mirar. Ella corría, claro. Tenía objetivos que cumplir, una pila de compromisos y un sinfín de responsabilidades. Su escape, el masculino, rehusaba convertirse en una persona productiva y vivía arreglándose con poco, sin pensar en una vejez agradable ni en una madurez llena de logros. Así andaban, siempre en caminos diferentes, hasta que la vida responsable, correcta y progresista la aburría y un llamado o una carta indicaban que era el momento para otros días en paz, tiempo de reencuentro cíclico en el que ya jugaban unos papeles rumiados y por momentos tediosos. Por lo general sus mejores momentos eran los desayunos porque no compartían mucho. Él los preparaba y se los llevaba a la cama, sin palabras ni comentarios, desarrollando el rito en el más hermético silencio. Estaban bien y ya, sabían que no iba a durar mucho porque eran diferentes, ninguno estaba dispuesto a moverse al ritmo del otro.
Eran ciclos estáticos en la vida de Robertino. Cada regreso de Mariana lo ponía en un lugar neutro, cómodo. Ella le hablaba de muchas cosas, de todo lo que hacía, de las artes que manejaba porque se juntaba con esa gente, con los que las hacen. Él escuchaba, como no hacía nada no tenía qué contar, solo darle alguna noticia de uno de los suyos, o describir algún árbol, un perro callejero, algo curioso acontecido entre la última desaparición y el actual reencuentro.
:- ¿Y no estás haciendo nada?
:- Y, no, lo que te dije.
:- Pero salir a sacar fotos con Jimarson es un hobby.
:- Como digas.
Y se angustiaba, y se le iban las ganas de contarle todo lo que incluía ese nada tan grande que él cuidaba con esmero. Ella no veía en ese nada la particularidad de Robertino, y Robertino no veía en sus innumerables clichés particularidad alguna en Mariana. Pasaron dos noches juntos, volvieron a fracasar en eso que la gente hace casi exclusivamente de noche pero mantuvieron el ritual de los desayunos con cara de "acá no pasó nada". Transcurría la tercer mañana cuando él
entró al living con tres baldes de pintura.
:- ¿Vas a ponerte a pintar ahora?
:- Si, ¿por?
:- ¿No podés esperar a que me vaya?
:- ¿Pero quién te crees que sos?