Regresar caminando era también estudiarse un poco. Se molestaba con esa depresión, su depresión, que lo acompañana casi constantemente. Para evitarla fijaba su atención en el pasado, a veces se animaba a planificar un futuro. Un porvenir colmado de realizaciones personales y exedido en horas de sueño. Intentaba incluir a Mariana en cualquiera de las variables sin resultados positivos, desde hacía tiempo ya que sentía que la pelea por mantener esa casa tan bien decorada lo estaba consumiendo, y que su mentira, una que otrora prometió felicidad y estabilidad emocional, lo terminaría devorando sino se animaba a cortarla de cuajo. "Los roles", pensó, mientras un nene en un triciclo lo rebasaba ágil por su flanco derecho. "Si va tan rápido después no va a poder frenar". Y se vió en una casa que no quería. "¿Entenderá si le explico la charla con Jimarson?... no creo, se va a sentir tocada, siempre sale con eso de que él no la quiere, que se inmiscuye en nuestra pareja, que yo se lo permito, que yo tal cosa, que tendría que ser más hombre y arreglar las cosas puertas para adentro... no, no va a entender". El triciclo volvía desde la esquina, a toda velocidad, por el centro de la vereda. Las ruedas eran duras, plástico o similar. El conductor endemoniado pasó junto a Robertino fingiendo un intento de colisión, soltando una carcajada y dándose vuelta para regalarle una sonrisa. "Es la testosterona, tiene menos que yo, es feliz". Clima otoñal, niño en triciclo y ahora un cigarrillo y el recuerdo del café. Jimarson, a sus ojos, estaba un tanto loco. No entendía esa manía por mantenerse a salvo del mundo, la necesidad perenne de su amigo por interpretarlo todo, por hacer de ese análisis una regla con la cual conducirse... uff, lo agobiaba. Pero muchas veces tenía razón, muchas. Volvía a Mariana, a sus reproches, a los abrazos, caricias... se quedaba en lo bueno, evitaba lo malo, lo malo... porque con eso, con lo negativo, se le iban las cuadras, una tras otra, y se olvidaba de sus pasos ligeros y el mundo se le hacía ajeno. Dudaba mucho, pero la duda nacía ahí donde él se abandonaba. Abandono, Jimarson y café.
:- Este tipo y sus roles- y se descubrió hablando solo, como un loco, en medio de la brisa de otoño y el cigarrillo sin encender. No tenía fuego, el objetivo del tabaco envuelto era entretener-se-lo-los. "Ahora cuando llegue lo voy a tener al boludo este con sus roles en un oído y a Mariana con su ´¿te pasa algo?´ en el otro... es tan dificil llevar un triángulo amoroso con un tipo como Jimarson...", y se tentaba. El toldo amarillo del almacén de Doña Paula marcó el giro a la izquierda y esos últimos cuarenta metros de soledad. Descansaba en la vereda la bicicleta sin asegurar de Clarita y la modesta motito de Julieta. Seguramente una reunión, algún tema trascendental y él que llegaba con sus roles. Estaba mal predispuesto, lo sentía hasta en el cigarro que no dejaba de dar vueltas. Pensó en inventarse alguna descompostura, en obligarse a dormir en penumbras, en hacer oídos sordos a ese sinfín de palabras complejas, de apreciaciones cultas...
:- ¿No encontrás la llave tontín?- y estaba ahí, con su sonrisa hermosa, el vestido floreado y el pelo recogido por un broche que era una mariposa. No pensaba en su rol ni en sus palabras, era así, no se iba a extrañar de ser ella misma para entender lo que en el café habían teorizado con tanto desdén. Robertino repasó los roles, la vió hermosa y se torturó, todo en un segundo.
:- No sé, creo que todavía no las busqué. ¿Cómo te diste cuenta que estaba acá?.
:- Estás hace un ratito pavo, ví una figura y supuse que eras vos. Entrá, el aire está fresco- y le dió un beso suave, y él pensó en "dicotomía" y se entregó, una vez más.