:- ¿Qué querés hacer?
:- ¿Por qué crees que quiero hacer algo?
:- Porque te duchaste, por eso.
La última vez que lo vió limpio fue por trabajo, aunque le duró poco. La anterior por una mujer. No era complicado de entender Robertino, José comprendió eso rapidamente. No sabía si lo quería como amigo o como hermano, pero lo cuidaba como a un hijo. El ritual de los mates había terminado y solo restaba calentar algo más de agua para llenar el termo y seguir a su amigo que estaba pronto a partir. Lo perdió de vista cuando se fue al living, escuchó algunas bolsas crujir y algún que otro cierre relámpago. Algo estaba preparando, seguramente tenía alguna idea en mente para ese día despejado. El equipo de mate siempre listo se enlistaba solo, con un par de bolsitas de bizcochos y alguna vacía para la yerba usada quedaba ferpecto. Incluyó un libro, un escritor latinoamericano un tanto resentido por la dominación europea. También el arma, no le gustaron nunca los villeros. José estaba listo, pronto para seguir al itinerante Robertino, conocedor de plazas y zaguanes.
:- ¿Dónde andás?- no obtuvo respuesta, decidió buscarlo. Robertino estaba llenando de cosas su morral de los años mozos, cabeza gacha y concentrada en la tarea de completar ese escondite de recuerdos.
:- ¿Qué estás metiendo ahí?
:- Un par de libros, tengo ganas de releer algunas cosas.
:- ¿Libros tuyos?- cuando su amigo leía sus cosas era porque le picaba la nostalgia.
:- Si, pero no te preocupes, estoy bien.
Salieron cerca de las dos de la tarde. Ninguno pensó en Pedro, a veces se dedicaba a trabajar como hacen las personas de bien. Robertino iba delante, caminaba tranquilo como siempre. José lo notó más flaco, en mejor forma. Estaban convertidos en dos viejos decentes, él siempre cubría su cuerpo retacón con pilchas "bien" ya que el ex policía del barrio no podía lucir como un pordiosero (guardaba para sus concubinos tal look).
:- Vos seguime, hoy vamos a pasarla bien- de la nada esas palabras que escuchó a la pasada, como si no fuesen para él. No apuró el paso, solo siguió la malla cuadrillé y las ojotas negras con tiras colorinches. Desde atrás su caminar, su candencia, lucía aún más ajena a todos, lo hacía admirable. Miró el sol, miró lo celeste del cielo y las vecinas de nalgas firmes. Ojalá fuese un buen día, ojalá Robertino olvidase a esa chica del vestido floreado.