Salió caminando, casi corriendo. Llegó a la parada del bondi y recibió un mensaje.
"Apurate, en 30 tenés que estar".
Ella escribía bien, desde siempre. Por eso a él le daba vergüenza mostrarle lo que escribía, por la ortografía. Quitando eso era una relación excelente, compartían muchos vicios: se conocieron compartiendo un fasito. Por eso a Rober le fascinó de golpe, porque era una mina que hacía
las cosas sin caretas. Le costó acomodar todo, blanquear su jugada sucia, confesarle que había hecho las cosas mal por ella.
"En 30 estoy, voy de camino".
En veinticinco estaba ahí, esperándola. Ella lo vió y le hizo señas de entrar. El lugar estaba bien, nada del otro mundo pero buena música. Chusmear un poco la carta, mirar las botellas, las marcas. Las pavadas que miramos todos. Después salir los dos caminando a la búsqueda de un
bar. Encontrarlo pronto, por la sed. Uno con poca luz y a sentarse.
:- Yo una Bock, no sé vos.
:- Si, sabés que voy a tomar eso.
Una sonrisa, de ambos. Luego una mesa apartada del resto. Mirarse un poco, mirarse bien.
:- Cómo estás?
:- Bien, extrañándote.
:- Yo no.
:- Si, sé que es algo viejo ya, pero a mi me sigue pasando.
Uno estaba entregado. Siempre este tipo fué un debilucho. Ella lo miraba con lástima casi, era todo muy obvio. Igual siguieron con el circo, tomaron ambos hasta terminar bien bebidos. A la hora del cierre habían estado peligrosamente cerca en un par de ocasiones, así que todo
estaba dicho. De camino a la casa de él, se besaron. No es que ella aceptara, pero él no le dió opción. Entraron, ambos. Se acostaron, ambos.
:- No vamos a volver.
:- Lo sé, dejá que me mienta tranquilo.
:- Robertino, no empieces.
El mismo olor, el mismo puto olor.