viernes, 5 de junio de 2009

Mariana

Caminaba sin prisa, tan solo veinte cuadras y algo más lo separaban de la escuela de fotografía. Estaba llegando tarde, como siempre. Su mano derecha jugaba con el encendedor, escondido en el bolsillo derecho, a cubierto del frío. No le gustaba detenerse en las esquinas, era temerario para cruzar a punto tal de enfrentar los autos a fuerza de insultos y ademanes. Siempre tomaba el mismo camino, desde pequeño era una persona que solo interrumpía sus rutinas cuando era estrictamente necesario pero a veces no podía mantener un orden en su vida, tenía grandes períodos de inestabilidad en los cuáles la única constante era la marihuana y algún dolor angustioso. Ahora estaba bien, trabajaba y estudiaba lo que quería, sin tener que rendir cuentas a nadie.
:- ¡Beto!- un llamado interrumpió sus cavilaciones, sus geniales ideas de fotógrafo amateur y artista desdeñoso. Volteó lentamente, el encendedor se le zafaba en ese girar constante y el bolsito de la cámara golpeaba su cintura.
:- ¿Qué te pasa?- era Mariana, la chica que siempre se cruzaba en ese camino que era de él. Estudiaba sonido en un instituto que estaba de camino a la escuela, por eso se habían conocido, hace más de un año. Ahora ella cursaba algunas materias en la escuela, le gustaba la fotografía fija y evacuaba con Robertino las dudas que la ausencia de un ciclo básico le habían dejado.
:- Nada, venía jugando con un encendedor.
:- Ah- a ella le gustaba esa cuestión misteriosa que él parecía trabajar tan finamente. Ahora le decía algo de un encendedor que no estaba a la vista, quizás lo tenía en la mano derecha, escondida siempre en el bolsillo.
:- ¿Me vas a acompañar?- se quedó mirándola porque lo miraba, le pareció lo más adecuado preguntarle antes de volver a su camino. Era una chica linda, le gustaba en secreto. Tenía cierto talento para dibujar y lograba maravillas editando sonido. Tantas cuadras caminadas lo volvieron conocedor de esa muchacha: lectora de Cortázar, disfrutaba mucho del blues y de los postrecitos de dulce de leche. Apenas dieron los primeros pasos buscó unos caramelos en su morral porta cámara y se los alcanzó fingiendo desinterés. Mariana disfrutaba y se enternecía con estos pequeños actos, Robertino era cobarde y no podía pedirle un beso.
:- ¿A dónde vas hoy?
:- Cursamos juntos, pavo.
Los días de la semana se confunden fáciles cuando uno tiene veintitrés y se mantiene y estudia. Solo ubicaba el domingo, el día libre. Le gustaba el pavo cariñoso que ella le soltaba sin fijarse, le daban más ganas de besarla. Muchas veces le había pasado esto, ya en muchos encuentros los impulsos de decirle algo eran parados en seco por la cobardía que ganó gracias a tantos sinsabores.
:- Pava vos, que siempre andas encontrándome en mi camino.
:- Nuestro camino, egoísta de mierda.
:- ¿Querés venir a casa después de la facu?
Esquina. Estiró sin darse cuenta el brazo derecho para impedir que avance sobre el asfalto, un auto doblaba sin mirar y sin luz de giro.
:- Sacaste la mano del bolsillo.
:- ¿Y?- era un duro, siempre era un duro.
:- Qué tipo ganso que sos- tomó su mano derecha y le dió un beso tierno, de esos que se dan después de mucho tiempo de estar guardados. Solo así se animó Robertino a besarla, a tomarla del mentón como en las películas y darle un beso lento, en los labios, sin lengua. Después la mano en su mano y a cruzar la calle. Las cartas estaban jugadas, días y días pasaron desde el primer encuentro a la primer palabra, meses y meses pasaron desde la primera palabra al primer beso.
:- ¿Te vas a seguir sentando conmigo?
:- ¿Por qué hacés esa pregunta?- preguntaba porque era raro, porque tardó tanto tiempo que ella tuvo que darle un beso que diga si, me gustas.
:- Mariana, no te pongas pava, soy lento nomás, tarado no- se colgó del brazo dueño de la mano que no jugaba más con el encendedor. Lento, si, muy lento. Pensaba en el después de clases, en la casa de Robertino sola para los dos y en lo que podía suceder. La habían educado bien, no le gustaba la idea de acostarse a la primera aunque todo era muy confuso y el tiempo de espera le servía de justificación. ¿Tantas ganas le tenía? Se olvidó de la cursada, se olvidó de las fotos que tenía que presentar y de la cámara con hongos. Todo era ese brazo, ese pibe que caminaba lento pensando en vayaasaberunaque, el beso en los labios sin lengua que parecía de película.
:- ¿Y vos? ¿vas a venir a casa después?
:- Si- y un beso en el cachete para confirmar que caminaban así, así como si no hubiesen perdido todo ese tiempo desde que se dió cuenta que el chico del piloto curioso caminaba de lunes a viernes por esas calles, a esas horas.