jueves, 4 de junio de 2009

Confesión

Temprano a trabajar, hasta cuando hace frío.

:- ¿Qué hora es?
:- Temprano, vamos a dormir.
Se abrazó a ella con fuerza, traía el frío de la calle y solo así podía quitárselo. Disfrutó como pocas veces del calefactor tiro balanceado y la frazada tejida por su bisabuela. La luz gris del nuboso mediodía apenas molestaba más allá de las persianas plásticas. Ellos dormian en paz, en esa cuadra donde no pasan los colectivos. Era un PH lindo, al fondo. Tenía un patio atrás, grande, con un árbol de limones y una parra. A Rober le gustaban el pasto y los árboles, no asi las flores. A eso de las tres de la tarde empezó a llover, se levantó despacio y preparó el desayuno. Los vecinitos jugaban debajo del chaparrón, la mamá los dejaba cuando no hacía tanto tanto frío, pero a Robertino todos los días le parecían fríos. Se tiraban con algo, baldazos de agua de la canilla. Se puteaban también, eran hermanos pero se trataban de hijos de puta, la madre gritaba barbaridades peores que las de sus hijos. El agua a punto, la mesita con los platos y de nuevo a la cama. Se notaba que se había quedado levantada después de que él fue a trabajar, el pasillo estaba reluciente incluso debajo de la bicicleta que ahí descansaba. Por eso dormía tanto, en esos días particulares le gustaba quedarse en la cama hasta las cinco. También había aprendido que tenía que hacer algún comentario sobre el asunto de la casa, de la limpieza puntualmente, para que ella se sienta bien, porque al fin y al cabo si se enroscaba a dejar todo en orden era por él: María nunca fue ordenada.
:- Gracias.
:- A vos.
:- ¿Por?
:- Por la casa- un beso en el cachete, el cachete izquierdo.
Se quedaba un rato sentada, con los ojos cerrados, haciéndose la tonta.
:- Tengo sueño- cabeza en el hombro de él, que mira distraído el resumen de goles de la novena fecha.
A veces se iba un poco, nunca sabía por qué pero su cabeza lo trasladaba lejos y lo volvía incapaz de relacionarse con su entorno. Esto ya no duraba tanto, con María despertándolo el efecto era tan solo de minutos.
:- Tengo sueño dije- beso en el hombro con camisa.
:- Me hubieras esperado para limpiar, pava- ahora el otro canal, el más amarillista.
:- No, porque vos trabajás y yo estoy acá, como una vaga.
:- No, vos sos la depresiva que vino a buscar cariño- manos en la mesita, para evitar que el desayuno vuele por los aires. Ella lo miraba, había dicho algo estúpido.

:- ¿Esa huevada venís a decir?
:- No, pero es lo que pienso cuando intento entender el porque, para no molestarte con preguntas que no querés responder.
:- Yo no dije que no quería responder, no supongas nada, no empecemos.
:- ¿Me vas a explicar entonces?
:- ¿Siempre tenés que saber todo?
:- No me vengas con boludeces, respondé mi pregunta.
No era la primera discusión como las de antes, habían tenido otra por los exes. Se miraban con ganas, como antes. Sin darse cuenta Rober y María estaban acostumbrándose y tenían tan en claro sus roles en la casa como su lugar en la cama. Cada uno contaba con sus llaves y las amigas de María habían cenado con ellos en el living unas cuantas veces. Ella tenía voz y voto en las desiciones, en las compras, en todo. Estaba instalada.
:- ¿Qué querés saber?
:- ¿A qué viniste?
:- ¿Me vas a preguntar esa huevada ahora que tengo llaves de tu casa? Sos un ridículo.
Para discutir se sentaban en la cama. Ahora las de ganar era la poseedora de la mesita. Se puso a los pies del campo de batalla, del nido de amor, del centro de su relación, otro lugar no cabía.
:- Más allá de lo que demostrás, quiero escucharte.
:- Sos un denso a veces…- cuando le decía esas cosas lo lastimaba un poco, entonces lo miraba fijo para ver si seguía sangrando por las mismas heridas.

Silencio siempre después de algún ataque. Ahora María se iba a sentir mal, era lo acostumbrado. Llega el beso en el cachete, después el abrazo. Casi nunca respondía las preguntas pero sabía bien que esta vez era invevitable, sabía que él había llegado lejos por ella. No tuvo mucho que pensar, sabía lo que le pasaba y lo que estaba haciendo ahí, solo se arrepintió de no tener el valor suficiente como para hablar de entrada.
:- Estoy acá porque te quiero, porque quiero estar con vos.
Se levantó parsimonioso, acomodándose el boxer que dejaba escapar todo. Fue directo a levantar la persiana, a darle luz al cuarto húmedo. Volvió a meterse en la cama. Pidió asistencia para quitarse su última prenda y la beso, un rato.
:- Entonces ya podemos.
:- ¿Ya podemos qué?
:- Dormir desnudos.