sábado, 26 de diciembre de 2009

Jimarson y la... (III)

Regresar caminando era también estudiarse un poco. Se molestaba con esa depresión, su depresión, que lo acompañana casi constantemente. Para evitarla fijaba su atención en el pasado, a veces se animaba a planificar un futuro. Un porvenir colmado de realizaciones personales y exedido en horas de sueño. Intentaba incluir a Mariana en cualquiera de las variables sin resultados positivos, desde hacía tiempo ya que sentía que la pelea por mantener esa casa tan bien decorada lo estaba consumiendo, y que su mentira, una que otrora prometió felicidad y estabilidad emocional, lo terminaría devorando sino se animaba a cortarla de cuajo. "Los roles", pensó, mientras un nene en un triciclo lo rebasaba ágil por su flanco derecho. "Si va tan rápido después no va a poder frenar". Y se vió en una casa que no quería. "¿Entenderá si le explico la charla con Jimarson?... no creo, se va a sentir tocada, siempre sale con eso de que él no la quiere, que se inmiscuye en nuestra pareja, que yo se lo permito, que yo tal cosa, que tendría que ser más hombre y arreglar las cosas puertas para adentro... no, no va a entender". El triciclo volvía desde la esquina, a toda velocidad, por el centro de la vereda. Las ruedas eran duras, plástico o similar. El conductor endemoniado pasó junto a Robertino fingiendo un intento de colisión, soltando una carcajada y dándose vuelta para regalarle una sonrisa. "Es la testosterona, tiene menos que yo, es feliz". Clima otoñal, niño en triciclo y ahora un cigarrillo y el recuerdo del café. Jimarson, a sus ojos, estaba un tanto loco. No entendía esa manía por mantenerse a salvo del mundo, la necesidad perenne de su amigo por interpretarlo todo, por hacer de ese análisis una regla con la cual conducirse... uff, lo agobiaba. Pero muchas veces tenía razón, muchas. Volvía a Mariana, a sus reproches, a los abrazos, caricias... se quedaba en lo bueno, evitaba lo malo, lo malo... porque con eso, con lo negativo, se le iban las cuadras, una tras otra, y se olvidaba de sus pasos ligeros y el mundo se le hacía ajeno. Dudaba mucho, pero la duda nacía ahí donde él se abandonaba. Abandono, Jimarson y café.
:- Este tipo y sus roles- y se descubrió hablando solo, como un loco, en medio de la brisa de otoño y el cigarrillo sin encender. No tenía fuego, el objetivo del tabaco envuelto era entretener-se-lo-los. "Ahora cuando llegue lo voy a tener al boludo este con sus roles en un oído y a Mariana con su ´¿te pasa algo?´ en el otro... es tan dificil llevar un triángulo amoroso con un tipo como Jimarson...", y se tentaba. El toldo amarillo del almacén de Doña Paula marcó el giro a la izquierda y esos últimos cuarenta metros de soledad. Descansaba en la vereda la bicicleta sin asegurar de Clarita y la modesta motito de Julieta. Seguramente una reunión, algún tema trascendental y él que llegaba con sus roles. Estaba mal predispuesto, lo sentía hasta en el cigarro que no dejaba de dar vueltas. Pensó en inventarse alguna descompostura, en obligarse a dormir en penumbras, en hacer oídos sordos a ese sinfín de palabras complejas, de apreciaciones cultas...
:- ¿No encontrás la llave tontín?- y estaba ahí, con su sonrisa hermosa, el vestido floreado y el pelo recogido por un broche que era una mariposa. No pensaba en su rol ni en sus palabras, era así, no se iba a extrañar de ser ella misma para entender lo que en el café habían teorizado con tanto desdén. Robertino repasó los roles, la vió hermosa y se torturó, todo en un segundo.
:- No sé, creo que todavía no las busqué. ¿Cómo te diste cuenta que estaba acá?.
:- Estás hace un ratito pavo, ví una figura y supuse que eras vos. Entrá, el aire está fresco- y le dió un beso suave, y él pensó en "dicotomía" y se entregó, una vez más.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Jimarson y la... (II)

:- El de allá se nos va eh- señalando a un anciano que reposaba sobre una esquina, notablemente apagado.
:- ¿Te parece?- la vista en la lágrima, o en los restos de ella.
:- Si, o se nos va o se hace el dolido mejor que yo.
:- ¿Eh?
:- Claro, eso de la esquina del café, cara de dolor, el circo che, el circo.
:- Ah.
:- El mismo que hacemos nosotros acá, porque esta charla la podríamos tener en cualquier lado, pero a mi me gusta el rol, interpretarlo.
:- Ah.
:- Dejá eso tarado, que no me gusta cuando estás depre- y Robertino dejaba de mirar la taza y lo enfrentaba sonriente.
:- No estoy depre, solo pienso, ¿no es mi rol?
:- Si, pero también tenés que expresar lo que pensás, sino no somos interesantes para nadie, y yo quedo como el forro que te trae acá para retarte, como si fueses un chico.
:- Qué densos tus roles.
:- Serán densos, pero al menos no usás la palabra discurrir, ¿no? Son roles densos pero más libres- y le pellizca un cachete, con un "tonto" que el otro conoce, y sonríe.
:- No seas puto, que la gente después dice cosas.
:- ¿Por ser puto o porque te guste que lo sea?
:- Ambas me parece.


:- ¿Levantando la mano así te sentís poderoso?
:- No, solo llamo a la mesera.


La segunda lágrima, el tercer cortado. Estaban entretenidos. Robertino poco a poco se abandonaba a ser él frente a ese amigo que lo forzaba, que lo empujaba a olvidar algunas cuestiones y simplemente transcurrir. El café aportaba el resto, en el depositaban las palabras complicadas, las representaciones, los motivos para la risa. Sentados en esa mesita para dos se liberaban de todo. Jimarson había empezado con el rito, pero en un principio concurría solo, los escogía a la pasada, desde su inglesa despintada, rotosa.
:- Tengo ganas de mear, aguantame, no te me vuelvas a deprimir- y se levantó manso.
:- Che, tu bragueta- y la risa.
:- ¿Viste? Me quedé sin cierre en este pantalón, ahora vengo y te cuento.
Usaba las camisas largas, por eso no se le notaba lo del cierre, pero era una constante. O estaba bajo o no estaba. Pensó en la lágrima, en la calidad, en la espumita dulce, en la cualidad de su amigo sin cierre para escoger siempre con acierto estos sucuchos de muerte.
:- Listo, y hasta me lavé las manos.
:- Meas poco vos.
:- No, es el cierre.


:- El problema de los roles es que a vos te duelen, vos entendés, pero te duelen igual.
:- ¿Eh?
:- Claro, no te hagas el tarado, por algo te dije lo de discurrir.
:- ¿Esa palabra es un rol?
:- No gil, usarla.
:- Explicá- y un sorbo divertido, mirándolo, esperándolo, porque Jimarson era un tipo de crear conceptos.
:- Es parte del papel que jugás para Mariana.
:- ¿Un papel?
:- Dios... si, un papel- y un sorbo, para darse tiempo-. Vos no te sentís cómodo así, lo sé porque te conozco, vos no sos un tipo de hablar en dificil, si te puedo definir con una palabra como "buenudo" es porque no sos un tipo complicado. A ella le cabe un "snob", ¿entendés?, y a los snob les gustan las palabras como "discurrir".
:- Creo que voy entendiendo- sorbo, cucharita, espumita dulce.
:- Tu problema arranca cuando tomás conciencia de todo eso, de lo que tenés que hacer para no perderla, porque tenés miedo... no sé si de perderla, sino de estar solo. Pero no sos vos, jugás un papel para que ella no te deje y después de un tiempo notás que efectivamente estás solo, inclusive frente a sus ojos, solo. Perdón que te largue todo esto eh, pero me resulta divertido, además vos lo sabés, muchos lo saben, la gente piola se da cuenta de estas pavadas, por eso le rehuye a los tontos.
:- ¿Nosotros en qué lugar estaríamos para vos?
:- En el medio, recién dándonos cuenta, tenemos 24 años che... pero a mi al menos me gusta jugar con esto que voy entendiendo. Ahora sé que si llueve puedo venir a un café así, con un libro, ponerme contra una ventana, leer, esperar que pase una minita culta o culturosa y...
:- ¿Y qué?
:- Y al menos me gano el derecho a hacerme el interesante.
:- ¿Vos ves todo así?
:- No, todo no, mucha gente escapa a eso... pero la mayoría, la masa es la masa.
:- Si, la masa es la masa- sorbo al unísono, mirada cómplice, fraterna.
:- ¿Entendés por qué me cansé de verte así?
:- ¿Así como?
:- Depre, depre por jugar un papel.
:- Ah.
:- Si vas a jugar un papel, disfrutalo, no lo padezcas, y no te enamores de los personajes, por favor.
:- Qué ganso sos eh, mirá que venir a preocuparte tanto...
:- Ganso no, sos mi amigo, y me jode que aunque entiendas las cosas mejor que yo las sufras igual, tu dicotomía es...
:- ¿Dicotomía?- mirada cómplice y una sonrisa que se esbosa.
:- Perdón, perdón.
:- Ahora sos vos el que usa palabras eh.
:- Me dejé llevar, es el café.
:- Guardalas para cuando te quieras levantar a alguna mina de esas que decís que te levantás así.
:- Sirve, sirve- risas.
:- Los viejos nos miran che, no tenemos que hablar de minas, esto es un templo de la impotencia.
:- Será un templo, pero acá todos piensan en conchas eh.
:- Pensamos.
:- Pensamos, concedo.
:- ¿Y las minas jugarán mucho con nosotros?
:- Y si, para mi que la cadencia de algunas oculta el manejo de hilos secretos.
:- ¿Para tanto?
:- Andá al baño, hay un espejo.

martes, 22 de diciembre de 2009

Jimarson y la hipocresía.

:- ¿Discurrir o transcurrir?
:- No sé, no me vengas con esas palabras, sabés que a mi no me gustan.
:- No seas ganso.
:- Pero te hablo en serio, no me gustan esas palabras.
:- ¿Qué palabras?
:- Las difíciles...- y un sorbo al café.
:- ¿Qué te pasa ahora?
:- Nada, pero estoy dormido y no tengo ganas de andar pensando en palabras, con pensar lo que decís es suficiente.
:- Pero sin esas palabras...
:- ¿Sin esas palabras qué? No seas gil, ¿querés?- revolver con una cucharita de plástico, cucharita descartable.
:- Solo necesitaba usarlas, por eso pregunté.
:- Pero te podes hacer entender con otras, pero son otras que no van a quedar tan bien- otro sorbo, afirmación y sonrisa-. Ahora quedó bien.
:- No me hagas sentir boludo.
:- No te hago sentir boludo, solo no me gusta cuando estas así.
:- ¿Así cómo?
:- Culto, culturoso.
:- Es la costumbre... los amigos de Mariana, ¿viste?
:- Por suerte dejé de ir a tu casa... ¿Estás bien vos?
:- Y, no.
:- ¿Y no qué boludo?
:- Y no, no estoy bien.
:- ¿Viste? Sabía que buscándote ibas a largar.
:- ¿Buscándome?... sos un pajero- sonrisa, mano levantada, camarera y sonrisa.
:- ¿Qué vas a pedir?
:- Y, ahora que parece que vamos a hablar en serio... lágrima, queda bien.
:- Como discurrir.


:- Los baños están limpios, no es como los de siempre.
:- Acá el depre sos vos che, a mi no me gustan los baños cagados.
:- A mi tampoco, solo los viejos.
:- Estás a un paso de la necrofilia, ¿sabías?- Jimarson iba por el segundo cortado y Robertino se acomodaba sereno.
:- Un viejo con plata es tentador, además solo buscan cariño... con la próstata, viste...
:- No seas gráfico.
:- Vos empezaste.
:- Contame de tus problemas de pareja, dale, quiero hablar en serio.
:- ¿Cuáles problemas?
:- Usaste la palabra discurrir, vamos...
:- Dejá eso de lado che, no seas denso.
:- ¿Te entendés con Mariana?- los ojos que no se encuentran porque uno mira el cortado y otro la ventana.
:- ¿Qué tengo que responder?- y la vista encontrada, ahora si, quitando cualquier duda.
:- No respondas, dejá.
:- ¿Contento?
:- No, porque nunca me gustó ver como te abandonás, ¿vos tenés miedo?- la taza, la lágrima y las facturas con pastelera.
:- ¿Miedo?
:- Dale gil, miedo a quedarte solo, eso.
:- ¿Vinimos acá a discutir obviedades?
:- Es un café de viejos, no seas pretencioso- un sorbo largo, casi un trago, aprovechando que el interlocutor prueba el tentempié-. Acá lo que importa es que otra vez te estás abandonando... nunca fuíste de hablar en difícil, esas cosas les gustan a los que quieren ser algo más de lo que son... vos estabas bien así, transcurriendo, si es que querés usar esa palabra para algo.
:- ...
:- En serio loco, cortala con tu inseguridad, me cansa verte así hace tanto ya, si esta boluda te quiere cambiar... disculpá eh, pero me aburrí, soy tu amigo para algo, para no dejar que seas otro, sobretodas las cosas. Vos sos medio gil, mirá que estar acá... che, ¿me escuchás?
:- Si, claro.
:- ¿No tenés nada para decir?
:- ¿Y qué querés que diga?
:- Algo.
:- ¿Algo como qué?- sorbo, y sorbo del otro, así se escuchan y se miran.
:- Algo de todo esto.
:- Ah... y...- sorbo, preparándose-. Vos sabés que tengo miedo, si, y que no sé hacerme valer... que se yo, estoy cansado de esto, de las presiones... es feo tener que ser culto y progre, leer, mirar una foto durante 10 minutos para no parecer un bestia...- y los ojos desvarían en esos momentos.
:- Disculpá, pero a mi no me gusta dejar que te tragues esto solo.
:- ...no, no pasa nada, en serio, si todo esto lo pienso todos los días.
:- ¿Y qué vas a hacer?
:- No sé, la verdad que ya no sé...
:- Robertino, creo que sabés lo que vas a hacer.

Tostadas.

:- ¿De dónde venís?
:- De caminar nomás, no te preocupes- y los pies mojados traspasaban el umbral, chorreando gotas más grandes que las de esa lluvia que lo obligaba a ser un rumiante, una vez más. Le gustaba el agua entre los dedos, tomar conciencia poco a poco de eso, de la viscosidad que se instalaba entre sus medias. Sentía junto a esa lucidez el crecimiento de otra, de una que acompañaba una capacidad analítica increíble pero tortuosa: disfrutaba de maltratarse con los fantasmas del pasado. Tenía bien trazado el camino para estas jornadas. Recorría sin cesar veredas de vainillas, onduladas por árboles de tilo. El aroma de su infancia y la textura del amor, con eso empezaba. Luego la entrada a algún ph, quizás un auto viejo lleno de barro y unos chicos jugando en la lluvia. Se quebraba, si, las lágrimas en sus ojos eran frecuentes (quizás por eso le gustaba caminar debajo de la lluvia) cuando esa bola que se formaba en su garganta se hacía imposible... y ahí tenía que tomar el atado de cigarros común, la bolsita toda aplastada, e intentar ese circo de encender un cigarrillo en medio de la tormenta. Todo, todo en él era un cliché. Los recuerdos inclusive.

:- ¿Te preparo unos mates?
:- No tenés que ser tan tolerante.
:- ¿Tolerante con qué?
:- Con esto digo, con la lluvia y mis caminatas, si hasta te enchastro el piso... y aunque ambos sabemos que no somos muy limpios esto ya es un abuso.
:- No seas pelotudo che, estamos grandes y sos mi amigo- y José partió raudo hacia la cocina, pensando en los amargos y ubicando en su mente esa bolsa de bizcochitos que habían comprado dos días atrás.
Robertino se quedó en el sillón del living, entre hilos, telas, ropas. Se quedó en calzones, tomó algunas prendas (quizás sucias) para cubrirse y aguardó por ese pulmoncito de solitarios recostado en el sillón (gracias Julio). Una pollera floreada invadía su mente. No era específicamente un recuerdo, era una cadencia. Ahora estaba en un repasador que se mecía lentamente, colgando del respaldo de una silla. A José le encantaban los repasadores, se encargaba metódicamente de diseminarlos a lo largo de la casa con el fin de que no le falten en caso de que la pava chorree por el pico. El repasador, la cadencia, las flores. Robertino la recordó, el aroma de la almohada y el color de las tostadas.
:- ¿Querés algo de comer?
Estaba en los desayunos y en el trabajo en el periódico local, rumiando sus épocas de cronista de paupérrimos eventos culturales. El reposo era carnívoro, un sillón que lo devorava de a poco y la ropa que se tornaba cálida lo mantenían aislado.
:- Che, ¿me escuchás?
:- ¿Eh?
:- Te estaba preguntando algo.
Si, en su cabeza esos dos, el auto con barro y las flores en la pollera que espera en la silla a que su propietaria salga de la cama abandonando un desayuno con unas tostadas bronceadas.
:- Che.
:- ¿Qué?
:- Que te estaba preguntando algo.
:- ¿Qué me estabas preguntando?
:- Si querés algo para comer.
:- Ah, si, unas tostadas, pero dejá que me encargo yo.

Y así, después de tanto...

lunes, 21 de diciembre de 2009

José, Manual Básico para el entiendimiento de. (II)

:- Gracias- suficiente para ambos. Lavado, ya sin espuma. Frío, para colmo. Ninguno quería seguir.
:- ¿Te vas a levantar?
:- No vengas con preguntas estúpidas.

José salió del cuarto en dirección a la cocina, bufando contagiado ya del mal humor de su amigo. Cuando llegó a esa mesa desordenada, a la pileta con ollas, platos, cubiertos y vasos, a la mesada con restos de comida y diarios viejos, decidió limpiar un poco. Ese desastre seguramente empujaba a los habitantes de esa casa a no salir de sus camas, a deprimirse por lo gris de sus vidas. Igual él no era así, Pedro y Robertino si, pero él no. Limpió por ellos entonces, limpió concienzudamente, utilizando todos los productos de limpieza que descansan en el bajomesada de cualquier hogar decente.
:- ¿Qué hacés?
:- Limpio.
Y siguió con la grasa pegada a la cocina.
:- ¿Por qué?
Estaba ahí desde tiempos lejanos, desde ese pollo que se recalentó hasta quemarse en el sartén negro, negro mugre.
:- Che, ¿qué te pasa?
Agua caliente y esperar un tiempo a que afloje.
:- A veces me canso.
:- ¿Y por eso limpias?
Pasó su vista por la mesa, algunas cajas de pizza, papeles baratos para envolver comida… cosas que se tiran y ya, después una rejilla húmeda y la mesa está limpia y reluciente.
:- Si.
Abrió el cajón de abajo, ese donde siempre dejaban las bolsas. Sacó dos, se las dio a Rober. Con sus manos le indicó que las mantenga abiertas y comenzó a arrojar dentro de estas todo lo que en la mesa reposaba.
:- Vos no sabés lo complicado que es soportar a un viejo de mierda como vos.
El cesto de basura no dijo nada, solo observó como su amigo, como ese que había perdido el trabajo por su culpa y ahora lo despertaba todos los días, religiosamente, con los mejores mates que había tomado jamás, le planteaba un problema, y el problema era él.
:- No entiendo por qué tenés que andar complicándote la vida al pedo.

José, Manual Básico para el entiendimiento de.

:- ¡José!


:- ¿Qué?



:- Traeme un mate.

:- No jodas.


:- Dale che, recién te estabas tomando uno, te escuché.

:- ¿Qué escuchaste?


:- Cómo le tirabas el chorrito de agua.


:- Ahora te llevo.



:- ¿Con o sin?
:- Sin.

:- Mirá que no llueve eh.


:- Sin dije, no empecemos.
:- Pará un poquito que voy para allá, no me hagas gritar que se me van a caer todas las cosas.

Otro día. Uno más, similar, casi calcado. José mateaba solo, tranquilo, esperando ese pedido en tono altanero. La cuestión del azúcar era fundamental, normalmente relacionada con la lluvia, indicaba el ánimo del recién amanecido. Se conocían demasiado, muchas veces pensaban que la convivencia había manchado con sus costumbrismos a la otrora desestructurada amistad. Robertino lo esperaba acostado, disfrutando de su cuerpo inerte, inentendiblemente cansado.

:- ¿Y hoy?
:- Nada che, unos amargos nomás.

Se sentó, apoyó su espalda contra las almohadas-respaldo y tomó el mate con una sola mano, pese a las advertencias sobre la temperatura del mismo que hacía José constantemente, día tras día. Ninguno se cansaba del otro, representaban sus papeles a la perfección, rara vez fuera de lugar. Robertino tanteó el mate con un sorbo corto, estaba realmente caliente. Se miró los pies, los tenía cubiertos por dos pares de medias y aún así estaban congelados. Recordó un viejo par de zapatillas, unas botitas de básquet muy cálidas, número 37, era joven. Sin darse cuenta, entre calzados imaginarios y gustos musicales matutinos, comenzó a sonar en el minicomponente algo de Toquinho. José siguió el silencio levantando levemente la persiana, acomodándose una silla cerca de donde estaba su amigo y luciendo, prolijamente en su rodilla derecha, el repasador recién estrenado. Le gustaban los repasadores, especialmente los cuadrillé, en tonos rojos.

:- Qué lindo eh.
:- Lo compraste vos, al pibe de acá a la vuelta.
:- Está rico el mate.

Cebó para si mismo, el chorrito casi pegado a la bombilla, y al otro lado la yerba casi seca. La pava colgando de la mano derecha, sin tocar el piso, para no enfriar el agua. El mate en la izquierda, que lo sostiene con vehemencia. José no era de pensar mucho, Robertino lo había forzado a olvidarse de él, ahora vivía los recuerdos de su amigo. Miró la pila de almohadas y al viejo que se dejaba hundir en ellas.
Estaba preocupado, no sabía bien por qué últimamente Robertino no salía de estas depresiones diarias, es más, eran tan seguidas que ya no les valía el título de diarias.

:- Tengo ganas de algo negro, ¿sabés? Me estoy sintiendo medio muerto… no sé vos, pero esto de ser un viejo a mi no me resulta mucho, me sale mal. Nunca me acostumbré al paso del tiempo, a las responsabilidades, siempre las evadí un poco, las fui dejando para más adelante, se fueron venciendo, esas cosas. Ahora de viejo como que no tengo ninguna, ¿entendés? Y siento que tengo que hacer algo, es raro...
:- Tomate un mate.
:- ¿Me entendés? Estamos tan al pedo que podemos hacer lo que queremos, pero nos tiramos acá, a pensar boludeces y dejar que la vida nos deprima. Creo que te ayudé a vos, ahora tenés la oportunidad de caminar por fuera de la plaza esa, ¿te parece? Hagamos un viaje negro, salgamos de acá.
:- Yo hago lo que quiero eh, estoy tranquilo en mi casa.

Tan simple.

sábado, 19 de diciembre de 2009

El trauma adolescente II.

:- Por eso nunca te dije nada, para que después no andes lleno de preguntas.
:- ¿Nada de qué?
:- Que te quería y esas huevadas.
:- Ah.
:- Ah, si. Porque mirá como estás, y todo por un par de Te Amo de mentira.
:- Y...
:- Y nada bobo, vos sos muy boludo para relacionarte con forras como yo, ¿no te das cuenta?
:- ¿Por qué te hacés cargo?
:- Porque también te traté mal.
:- ...
:- Si, lo sé, y por eso muchas veces no te quiero ver, y me siento cuestionada, y te digo todas esas boludeces que generan una distancia enorme entre los dos, porque sé que hice muchas cosas mal, y porque un poco me gustás y no me cabe pensar que podés estar mal por mi culpa.
:- Pero ahora no tenés nada que ver.
:- No vine para que te hagas el superado eh.
:- ¿Superado?
:- Ajá.
:- ¿Superar qué?
:- Superarme a mí.
:- A vos no te superé, solo estoy resignado. Sabés que me gustás, como yo a vos, pero no resulta, nos terminamos lastimando.
:- Si, lo sé, pero no te hagas el superado, es solo eso. No vamos a terminar cojiendo.
:- ¿No?
:- No.
:- No te creo.
:- No me creas.
:- Lo mismo dijiste cuando nos vimos después de la pelea.
:- ¿De cuál de todas?
:- De todas, boluda.


:- ¿Nos vamos a quedar acá?
:- ¿Vos querés hacer algo?
:- No sé, solo pregunto.
:- Vamos para casa entonces.


:- ¿Y ahora?
:- Qué tarado.

El trauma adolescente.

:- Solo me asustaste, pero no te odio.
:- No me odiás pero...
:- ¿Pero qué?
:- ...
:- No empecemos, ¿ok?
:- ¿Por qué decís que iba a empezar?
:- Porque siempre empezás, por eso.
:- ¿Y vos qué estás haciendo ahora?
:- ¿Haciendo yo?
:- Claro, siempre hacés esto, intentás remarcar que ya no nos podemos dar un beso, pero cuando volvés acá nos vemos, o no nos vemos pero sé que estás y vos obviamente sabés que estoy, porque a esta ciudad siempre vamos a volver y...
:- ¿Y qué?
:- Y hacés cosas sabiendo que yo sé que estás acá.
:- No digas boludeces, ¿querés?
:- No te hagas la boluda vos tampoco.
:- ...dame un cigarrillo.
:- No tengo.
:- Agarrá de los míos, están en mi mochila.
:- ¿Son los de siempre?
:- Si, de esos que te gusta fumar cuando te metés porquería por la nariz.
:- Ya no lo hago más.
:- En ese entonces tampoco lo hacías.
:- ...tomá, ¿tenés fuego?
:- Si.


:- ¿Y en qué andás acá?
:- Nada, lo que te conté.
:- ¿Y la chica esa?
:- ¿Cuál?
:- La que te histeriqueaba.
:- Ah, sigue.
:- ¿A vos te gusta que te boludeen?
:- Y... no, me cansa, pero soy boludo, es eso, si vos te cojiste a alguien frente a mí y me seguiste gustando, pese a que me hiciste mierda.
:- Sos un hijo de puta.
:- No, soy medio pelotudo nomás, si a vos te molesta que te diga las cosas así, jodete, pero entendé que lo único que tengo para defenderme son mis palabras, porque más allá de eso no hago nada... y siempre la mierda se hace un camino, y a mi me sale por la boca. A vos por el cuerpo, por todos tus poros, a otras por la histeria, por las cachetadas y las contestaciones... pero bueh, a mi a veces por la boca, porque aguanto y me pudro. Y si, me hiciste mierda, ¿te molesta pensar en que te garchaste a un par de tipos frente a mi? Jodete loca, porque vos lo hiciste, yo no, y no vengas a poner esa cara... me hacés sentir lejos...
:- ¿Lejos de qué?
:- De vos.

Jimarson IV

:- ¿Y qué hablaron?
:- Nada, boludeces, siempre que vuelve da vueltas, y si presiono desaparece.
:- (...)
:- Eso, por eso digo "nada", porque ya no hablamos, creo que hace para mi un personaje.
:- No seas boludo.
:- Es que no tengo otra forma de justificarla.
:- No la justifiques, empezá por ahí.
:- Me decís eso pero vos...
:- ¿Yo qué?
:- Vos sos igual.
:- Ah, si, pero no te da crédito para seguir siendo un boludo. El hecho de que yo sea igual a vos no te hace menos ni más eh.
:- (...)
:- ¿Y qué vas a hacer?
:- ¿Con qué?
:- Con ella.
:- Creo que nada, porque no tengo mucho poder en esta ruptura constante... solo dejo que las cosas sucedan, fijate que intenté aclarar las cosas y le entró por un oído y le salió por el otro.
:- ¿Y vos crees que hablándolo conmigo vas a lograr algo?
:- (...)
:- Claro, si esto te va a servir.
:- Y, capaz que duermo mejor, es lo único que quiero, dormir tranquilo y despertar sin ganas de saltar de la cama.
:- ¿Para tanto?
:- Si sigo sin olvidar, si. Se me oxidaron esos mecanismos parece, ya no estoy para cambiar el modelo tan seguido, la posmodernidad va muy rápido para mi gusto.
:- Desamor, eh.
:- Si, eso.
:- Pero ya lo pasaste... tengo un amigo que dice que sirven como vacuna, que uno ayuda a superar mejor el otro y así... que se yo, a mi mucho no me parece, pero a él le resulta, porque cambia de mina bastante seguido y no lo veo mal.
:- Quizás no se enamora.
:- Andá a saber... a él le gustan mucho los envases, eso suma. No podés quedar tan pegado afectivamente a una persona que no brinda más que un buen cuerpo y una linda sonrisa...
:- Si le inventás un contenido si podés.
:- Eso te pasa a vos, creador de fantasías.
:- A mi y a muchos eh.
:- ...
:- Pasame un mate.
:- Esperá que le cambio la yerba.



:- ¿Te conté que la otra vez le comenté una charla nuestra?
:- ¿Cómo que le comentaste?
:- La leyó.
:- ¿De dónde?
:- Yo se la mostré, quería que sepa cómo hablábamos, porque le dije que a veces me hacés bien y bueh... quería que entienda el por qué.
:- ¿Y qué dijo?
:- Le pareció terrible y fuera de lugar.
:- Qué exagerada.
:- Si, es así con todo. Es una vida drástica.
:- ¿Y vos querés eso?
:- La vida drástica no, a ella nomás.


:- Ahí quedó mejor, aunque le falta un poco al agua ahora

Mucho tiempo después de los Tres Baldes de Pintura*

:- Che, teléfono.
:- ¿Eh?
:- Teléfono, tomá.
:- ¿Quién es?
:- ¿Cómo que quién es?
:- Ah...
:- ¿Ah?
:- Es una mujer, después me vas a tener que explicar.
:- ¿Quién es esa que te pide explicaciones?
:- No pasa nada tonta, es Mariana.
:- ¿No pasa nada es Mariana?
:- Si, no pasa nada, ¿qué querés escuchar?
:- Bueno, te dejo hablar tranquilo, me voy a preparar mate.
:- ¿Con quién estás?
:- Con María.
:- ¿Y esa quién es?
:- Si vas a empezar ahorrame el disgusto y cortá el teléfono.
:-...
:- ¿Para qué llamás?
:- Porque creí que...
:- ¿Creíste que?
:- Hace 5 minutos que bajé del tren y estoy mirando el mar. Antes de ayer estaba en españa, haciendo la post de sonido para una película y terminé y decidí buscarte, y creí que me esperabas.
:- ¿Esperarte?
:- Si... eso, pero...
:- Pero no, porque no che, porque ya no... está todo bien con vos, pero nunca aprendiste a respetarme. Te tengo que cortar, porque María está preparando el desayuno y se va a enojar sino voy y le explico que no pasa nada, que vos decidiste llamar pensando que otra vez iba a estar ahí para que olvides a no se quien, para que se te pase no se qué. Chau Mariana, no llames, no me hace bien esto.
:- Pero...
:- Es tarde...
:- ¿Y qué hago yo?
:- Mirá el mar como lo miré yo todas las veces que esperé que aparezcas.

Tres Baldes de Pintura*

:- Che, ¿por qué no me avisaste de esto?
:- Porque no...
:- ¿No qué?
:- ¿Qué querés que diga?
:- Por qué no me avisaste.
:- Porque no te quería ver, ¿no es obvio?

Y era un capricho nomás, porque ahí cuando cumplía una función ella lo llamaba, le pedía ayuda y lo utilizaba durante unos días, a veces semanas, nunca meses. Caminaba con él, recorrían barrios y contemplaban árboles. Era un escape, una puerta a esas otras cosas que la mayoría no ve, que solo unos pocos, los que no corren, pueden darse el lujo de mirar. Ella corría, claro. Tenía objetivos que cumplir, una pila de compromisos y un sinfín de responsabilidades. Su escape, el masculino, rehusaba convertirse en una persona productiva y vivía arreglándose con poco, sin pensar en una vejez agradable ni en una madurez llena de logros. Así andaban, siempre en caminos diferentes, hasta que la vida responsable, correcta y progresista la aburría y un llamado o una carta indicaban que era el momento para otros días en paz, tiempo de reencuentro cíclico en el que ya jugaban unos papeles rumiados y por momentos tediosos. Por lo general sus mejores momentos eran los desayunos porque no compartían mucho. Él los preparaba y se los llevaba a la cama, sin palabras ni comentarios, desarrollando el rito en el más hermético silencio. Estaban bien y ya, sabían que no iba a durar mucho porque eran diferentes, ninguno estaba dispuesto a moverse al ritmo del otro.

Eran ciclos estáticos en la vida de Robertino. Cada regreso de Mariana lo ponía en un lugar neutro, cómodo. Ella le hablaba de muchas cosas, de todo lo que hacía, de las artes que manejaba porque se juntaba con esa gente, con los que las hacen. Él escuchaba, como no hacía nada no tenía qué contar, solo darle alguna noticia de uno de los suyos, o describir algún árbol, un perro callejero, algo curioso acontecido entre la última desaparición y el actual reencuentro.

:- ¿Y no estás haciendo nada?
:- Y, no, lo que te dije.
:- Pero salir a sacar fotos con Jimarson es un hobby.
:- Como digas.

Y se angustiaba, y se le iban las ganas de contarle todo lo que incluía ese nada tan grande que él cuidaba con esmero. Ella no veía en ese nada la particularidad de Robertino, y Robertino no veía en sus innumerables clichés particularidad alguna en Mariana. Pasaron dos noches juntos, volvieron a fracasar en eso que la gente hace casi exclusivamente de noche pero mantuvieron el ritual de los desayunos con cara de "acá no pasó nada". Transcurría la tercer mañana cuando él
entró al living con tres baldes de pintura.

:- ¿Vas a ponerte a pintar ahora?
:- Si, ¿por?
:- ¿No podés esperar a que me vaya?
:- ¿Pero quién te crees que sos?

viernes, 5 de junio de 2009

Jimarson III

Se esperaban, a veces uno, a veces el otro. El café quedaba cerca de la casa de Rober, Jimarson era el que debía moverse por tener auto. Era una mañana como cualquiera, las hojas cayendo como cualquier otoño invitando a una melancolía de lágrima con dos media lunas. Ambos disfrutaban de repetirse, de simular un encuentro profundo con sus libros sobre la mesa, con la cámara esa que ya estaba un tanto vieja pero él negaba cambiar. Hoy el caminante aguardaba por el motorizado, no tenía libros ni cámara, se había quedado dormido y salió rápido, pensando en el retraso y no en el motivo del encuentro.

En una mesa dos viejos con el Clarín, en otra uno que se pide un Gancia con unas papitas y él que se decide por la imagen que debe dar y encarga un cortado. Tiene sueño, repasa la ducha y la paja y se maldice, cuando se despierta cansado sabe que debe evitarla pero cada vez que entra al baño, cada vez que se expone a la lluvia de agua tibia y corre hacia atrás el cuero que cubre a su amigo, este se despierta y lo invita al placer. No podía, desde que la descubrió no pudo dejarla.
Tenía sueño.
:- No me quedaron sobrecitos de azúcar, te traigo la azucarera.
El pulgar respondió por él, el azúcar es azúcar venga en un sobre de papel o en un tarro de vidrio. Le importaba poco, se dormía. Con esfuerzo intentó traer a su mente turbada los temas del día, los asuntos tan trivialmente importantes que lo forzaban a encontrarse con su amigo en ese bar de viejos que les gustaba por trillado. Miraba la foto de Pichuco, pensaba en la Semana de las Artes y Mariana sonidista. Ya no pasaba nada con ella, solo pensaba. Llegó el cortado y las facturas, también la servilletita debajo de la taza y la cucharita con un poquito de mugre adherida. Un poco de azúcar en frasco de vidrio, revolver despacio, como si una mujer lo hubiera dejado la noche anterior. A lo lejos el ruido del quinientoscuatro y la sonrisa que viene con la idea de Jimarson recién levantado, improvisando una disculpa que no necesita.

Estaba bien el cortado, todo estaba bien en ese lugar que se daba el gusto de conocer a sus clientes, por escasos. Las facturas no eran un lujo pero si se humedecían en el café quedaban como cualquiera. Vió estacionar en frente al Peugeot, todavía tenía el barro de la encajada. Su amigo salió despacio, prestando atención a no dejar nada dentro pero tampoco sacaba sus carpetas, no traía nada en sus brazos. Antes de cruzar en dirección al café miró bien a ambos lados, dió con su pie en las costras de barro del coche. Cruzó, se vieron, se rieron.

:- Che, no traje nada.
:- Saludá primero, pelotudari.
Se puso de pie, un abrazo con palmaditas en la espalda y un beso en el cachete.
:- ¿Contento?
:- No, no me esperaste.
:- Parecés una mina, ¿te tengo que acomodar la silla?
:- Haceme una paja mejor.
Hablaban fuerte, los viejos ya no se asombraban de estos dos jóvenes de treinta y algo. Eran los únicos que emitían algún sonido, sin contar el tv de catorce pulgadas que colgaba del rincón de las camisetas de clubes barriales. Al principio no fueron bien recibidos, los consideraban unos maleducados que solo venían a perturbar el orden de cementerio que reinaba entre los gerontes. Robertino supo romper el hielo en varias ocasiones hasta dejarlo bien molido, el alcohol, el Fernet Branca era el encargado de acercar generaciones.
:- ¿A qué vinimos me querés decir?
:- La reunión de los jueves che.
:- ¿Qué reunión de los jueves boludo?
:- Esta.
:- Vos me hacés caminar al pedo nomás, si esta semana no laburamos.
Le preguntó a su amigo que tomaba, si estaba bueno y demás cuestiones de consumidor dubitativo. Pidió lo mismo, como siempre. Se levantó al baño, la rutina era la acostumbrada y la camarera, la señora del dueño (los doblan en edad) preparó dos jarritos, no tenía que esperar a que le diga Robertino que necesitaba otro para no dejar solo a su amigo.
:- ¿No meás antes de venir?
:- ¿Qué te importa?
:- Siempre repetimos lo mismo, ¿te das cuenta?
:- ¿Estás sensible?
:- Dormido, tenía ganas de quedarme en casa, no de venir a tu reunión de los jueves.
:- Nuestra che, venimos acá a comentar cosas fundamentales de la vida.
:- Vamos a estar acá, comentando tus cosas fundamentales de la vida, toda una vida.
:- No, los jueves nomás.
:- Mirá...
:- ¿Qué?
:- Estoy dormido y vos en vivo.
:- No, es que no la pongo hace rato, entonces viste... uno se pone rápido.
:- Ah...
La segunda tanda para Robertino, la primera para Jimarson. El mismo tempo para el azúcar, la vejez simulada y el rito del café con un amigo.
:- Corré el pie boludo, yo llegué primero.
:- Chupame la pija.
:- Vos me hacés esperarte en esta mesa... la próxima me siento en una más grande, acá no entramos los dos, vos siempre te estirás todo.
:- Qué sensible, menopáusica.
Jimarson se levantó a llevar el azúcar, la mesa era realmente pequeña y no le gustaba como quedaba ese tarro ahí, no colaboraba con el balance de cuadro.
:- ¿De qué vamos a hablar?
:- De nada, tomemos el café y si seguís dormido te llevo a tu casa.
:- Es para matarte eh.
:- No seas ganso, si después me llamás para tomar mates.
:- Pero hoy tenía unas ganas de dormir...
:- Estás cojiendo mucho, tenés que aflojarle che, sino te me vas a consumir.
:- Envidia se llama eso, además el sexo no te consume.
:- La paja en la ducha entonces.
:- ...
:- ¿Le das?
Robertino y el café, un sorbo largo y esa expresión de "claro boludo, como vos".
:- Bueno, yo también y no vengo así, muerto en vida.
:- No estoy muerto en vida, solo que anoche... bueh, cosas de pareja.
:- ¿Discutieron?
:- No, no, cogimos mucho, eso nomás.
:- Vos me largás así... cuando la agarre a Flor la mato.
:- ¿Se van a ver?
Jimarson y el café, sorbo largo y esa expresión de "claro boludo, me extraña".
:- Dale ganso, contá.
Jimarson y el café, sorbo largo (muy) y esa expresión...
:- La puta que te parió, seguro que me hiciste venir para contarme esa huevada.
:- Jaja.
:- ¿Para eso? Te voy a cagar a patadas, nos podemos ver más tarde si me querés contar que te vas a cojer a Flor.
:- Más tarde no che, no tengo tiempo hoy.
:- Chupame un huevo.
:- No, tengo que mantener el aliento fresco.
:- ¿A qué hora la ves?
:- Ahora en un rato, después de llevarte.
:- Portate bien eh, no quiero reclamos después, no te hagas el desinteresado porque la vas a cagar de nuevo.
:- Si, ya sé que la tengo que cuidar, querer, respetar, todas esas cosas que hacen confiables a los tipos... solo es que antes no tenía ganas, ahora si.
:- ¿Vas con el auto así?
:- Claro, tampoco tengo que ir con un cartel que diga regalado- las manos señalando en el pecho el lugar del hipotético letrero.
:- Siempre un duro eh.
:- Así son las cosas, vos el blando y yo el duro, ¿no?.
:- Vos el boludo que me hace venir acá para juntar un poco de coraje.
:- Áspero... tomemos el café que se enfría.

Dejaron de prestarse atención y se concentraron en el tv de colores saturados. Noticias, el mundo y sus problemas, los viejos que comentan y cotejan el Clarín con el noticioso. Robertino les pide el suplemento deportivo, lo lee mientras Jimarson sigue con sus facturas, esperando que termine, vaya a mear y se decida a salir del café. Mucho fútbol, muchos boludos que corren detrás del esférico y así dan sentido a la vida de miles de personas. Se quedó pensando en su amigo con la amiga de su ex mientras chusmeaba con desgano las noticias de los burros. Jimarson y la mano en el hombro de Robertino, "¿vamos?".
:- Dale.

Trabajo (Infame)

De a poco Rober volvió a ser lo que era.

Ya no más reuniones hasta las 10 de la mañana con la menesunda de por medio. Ahora dormía como un trabajador, a las diez de la noche.

Trabajaba mucho, dormía lo acostumbrado por todos los que trabajan y comía donde el tiempo lo encontraba.

Estaba solo. Con diescinueve años y un futuro enorme, pero solo. Sus amigos de la infancia lo habían dejado a un lado después de lo que le hizo a Milagros. Su familia procedió de manera similar. Su padre lo expulsó del hogar apenás se enteró del aborto a patadas. Su madre no habló con él siquiera, simplemente le alcanzó un bolso con ropa limpia y planchada. Esa tarde salió por la puerta de atrás y nunca más volvió. Tenía diescisiete.

Un año más tarde estaba robando estereos. Los autos aparcados eran blancos fáciles. Un trapo, el codo y chau. Así pago vicios y comidas durante un año más. Vivienda no, estaba en una casa ocupada. No faltó jamás en su vida el sexo, la comida y la música. Las drogas eran como el aire, mejor ni nombrarlas.

Después de los stereos decidió buscar trabajo. En el transcurso de ese día (cuando se decidió) encontró algo: era ayudante en un taller de pintura automotor. Rober aprendió en poco tiempo las inclemencias de un trabajo arduo, de un horario completo y del olor a pintura.

Tardes de mate

Las tres de la tarde de un martes cualquiera. Afuera las nubes cubren el cielo y el aroma a noche de lluvia aún persiste. Rober escucha desde su cuarto el sonido de un auto transitando el asfalto húmedo.

Dos o tres vueltas en la cama. La mano izquierda aparece de entre las sábadas y toma el control remoto. Prende el tv. Ahora su pelo asoma, seguido de la totalidad de su cabeza. Siente la nuca algo transpirada al igual que sus manos. No hace frío, lo sabe porque puede sacar los pies fuera de su trinchera nocturna. La mano izquierda continúa con el contro remoto, el zapping veloz está a punto de terminar, nunca encuentra nada para ver a las tres de la tarde.

:- ¿Estás despierto?

Sin mirar dentro de la habitación, aunque la puerta lo permita, Jose pregunta a su amigo. Estaba acostumbrado a recibir la respuesta después del segundo o tercer intento, o a conformarse con un mute que lo invitaba a seguir camino. Mute. A la cocina sin chistar: primero la hornalla y después la pava llena hasta arriba, porque viene Rober en un rato.

Dos bolsas de supermercado alcanzaron para quitar todo eso que se había juntado en la mesa de la cocina. En la alacena están siempre los bizcochitos, al lado del mate. Con los años aprendieron a organizarse, ahora los bizcochitos van al lado de la yerba y del mate, ya no tienen que buscar eso por las "mañanas". Ambos prefieren los salados, de grasa. Solo Pedro tiene gustos extraños, a veces aparece con cosas dulces o unos bizcochitos que vienen con azúcar negra. El agua esta a punto, Jose toma lugar en una de las cabeceras, en la que le permite mirar hacia la ventana. Con delicadeza coloca en la mesa el posa pava, sus gordos dedos pueden moverse bastante bien. El primer chorro de agua cayó al mate mucho antes de que esta llegue al punto, la yerba se humedece con agua tibia. Ahora coloca la bombilla. La descarga del inodoro, Rober está por llegar.

:- ¿Pedro?
:- Salió.
:- ¿Sigue mal por lo de Camila?
:- No, creo que tiene un trabajo.

Los dos son capaces de tomar una pava entera, mano a mano. Rober tiene una vista un tanto gris: Jose, pared y heladera. Jose: Rober, ventana y árbol de tilo.

:- ¿Estás mejor vos?
:- ¿De qué?
:- El otro día andabas como un boludo, de eso.
:- Ah, si, a veces me da, es como la alergia.

Mariana

Caminaba sin prisa, tan solo veinte cuadras y algo más lo separaban de la escuela de fotografía. Estaba llegando tarde, como siempre. Su mano derecha jugaba con el encendedor, escondido en el bolsillo derecho, a cubierto del frío. No le gustaba detenerse en las esquinas, era temerario para cruzar a punto tal de enfrentar los autos a fuerza de insultos y ademanes. Siempre tomaba el mismo camino, desde pequeño era una persona que solo interrumpía sus rutinas cuando era estrictamente necesario pero a veces no podía mantener un orden en su vida, tenía grandes períodos de inestabilidad en los cuáles la única constante era la marihuana y algún dolor angustioso. Ahora estaba bien, trabajaba y estudiaba lo que quería, sin tener que rendir cuentas a nadie.
:- ¡Beto!- un llamado interrumpió sus cavilaciones, sus geniales ideas de fotógrafo amateur y artista desdeñoso. Volteó lentamente, el encendedor se le zafaba en ese girar constante y el bolsito de la cámara golpeaba su cintura.
:- ¿Qué te pasa?- era Mariana, la chica que siempre se cruzaba en ese camino que era de él. Estudiaba sonido en un instituto que estaba de camino a la escuela, por eso se habían conocido, hace más de un año. Ahora ella cursaba algunas materias en la escuela, le gustaba la fotografía fija y evacuaba con Robertino las dudas que la ausencia de un ciclo básico le habían dejado.
:- Nada, venía jugando con un encendedor.
:- Ah- a ella le gustaba esa cuestión misteriosa que él parecía trabajar tan finamente. Ahora le decía algo de un encendedor que no estaba a la vista, quizás lo tenía en la mano derecha, escondida siempre en el bolsillo.
:- ¿Me vas a acompañar?- se quedó mirándola porque lo miraba, le pareció lo más adecuado preguntarle antes de volver a su camino. Era una chica linda, le gustaba en secreto. Tenía cierto talento para dibujar y lograba maravillas editando sonido. Tantas cuadras caminadas lo volvieron conocedor de esa muchacha: lectora de Cortázar, disfrutaba mucho del blues y de los postrecitos de dulce de leche. Apenas dieron los primeros pasos buscó unos caramelos en su morral porta cámara y se los alcanzó fingiendo desinterés. Mariana disfrutaba y se enternecía con estos pequeños actos, Robertino era cobarde y no podía pedirle un beso.
:- ¿A dónde vas hoy?
:- Cursamos juntos, pavo.
Los días de la semana se confunden fáciles cuando uno tiene veintitrés y se mantiene y estudia. Solo ubicaba el domingo, el día libre. Le gustaba el pavo cariñoso que ella le soltaba sin fijarse, le daban más ganas de besarla. Muchas veces le había pasado esto, ya en muchos encuentros los impulsos de decirle algo eran parados en seco por la cobardía que ganó gracias a tantos sinsabores.
:- Pava vos, que siempre andas encontrándome en mi camino.
:- Nuestro camino, egoísta de mierda.
:- ¿Querés venir a casa después de la facu?
Esquina. Estiró sin darse cuenta el brazo derecho para impedir que avance sobre el asfalto, un auto doblaba sin mirar y sin luz de giro.
:- Sacaste la mano del bolsillo.
:- ¿Y?- era un duro, siempre era un duro.
:- Qué tipo ganso que sos- tomó su mano derecha y le dió un beso tierno, de esos que se dan después de mucho tiempo de estar guardados. Solo así se animó Robertino a besarla, a tomarla del mentón como en las películas y darle un beso lento, en los labios, sin lengua. Después la mano en su mano y a cruzar la calle. Las cartas estaban jugadas, días y días pasaron desde el primer encuentro a la primer palabra, meses y meses pasaron desde la primera palabra al primer beso.
:- ¿Te vas a seguir sentando conmigo?
:- ¿Por qué hacés esa pregunta?- preguntaba porque era raro, porque tardó tanto tiempo que ella tuvo que darle un beso que diga si, me gustas.
:- Mariana, no te pongas pava, soy lento nomás, tarado no- se colgó del brazo dueño de la mano que no jugaba más con el encendedor. Lento, si, muy lento. Pensaba en el después de clases, en la casa de Robertino sola para los dos y en lo que podía suceder. La habían educado bien, no le gustaba la idea de acostarse a la primera aunque todo era muy confuso y el tiempo de espera le servía de justificación. ¿Tantas ganas le tenía? Se olvidó de la cursada, se olvidó de las fotos que tenía que presentar y de la cámara con hongos. Todo era ese brazo, ese pibe que caminaba lento pensando en vayaasaberunaque, el beso en los labios sin lengua que parecía de película.
:- ¿Y vos? ¿vas a venir a casa después?
:- Si- y un beso en el cachete para confirmar que caminaban así, así como si no hubiesen perdido todo ese tiempo desde que se dió cuenta que el chico del piloto curioso caminaba de lunes a viernes por esas calles, a esas horas.

Trabajo II (mentira)

:- ¿Qué querés hacer?
:- ¿Por qué crees que quiero hacer algo?
:- Porque te duchaste, por eso.
La última vez que lo vió limpio fue por trabajo, aunque le duró poco. La anterior por una mujer. No era complicado de entender Robertino, José comprendió eso rapidamente. No sabía si lo quería como amigo o como hermano, pero lo cuidaba como a un hijo. El ritual de los mates había terminado y solo restaba calentar algo más de agua para llenar el termo y seguir a su amigo que estaba pronto a partir. Lo perdió de vista cuando se fue al living, escuchó algunas bolsas crujir y algún que otro cierre relámpago. Algo estaba preparando, seguramente tenía alguna idea en mente para ese día despejado. El equipo de mate siempre listo se enlistaba solo, con un par de bolsitas de bizcochos y alguna vacía para la yerba usada quedaba ferpecto. Incluyó un libro, un escritor latinoamericano un tanto resentido por la dominación europea. También el arma, no le gustaron nunca los villeros. José estaba listo, pronto para seguir al itinerante Robertino, conocedor de plazas y zaguanes.
:- ¿Dónde andás?- no obtuvo respuesta, decidió buscarlo. Robertino estaba llenando de cosas su morral de los años mozos, cabeza gacha y concentrada en la tarea de completar ese escondite de recuerdos.
:- ¿Qué estás metiendo ahí?
:- Un par de libros, tengo ganas de releer algunas cosas.
:- ¿Libros tuyos?- cuando su amigo leía sus cosas era porque le picaba la nostalgia.
:- Si, pero no te preocupes, estoy bien.

Salieron cerca de las dos de la tarde. Ninguno pensó en Pedro, a veces se dedicaba a trabajar como hacen las personas de bien. Robertino iba delante, caminaba tranquilo como siempre. José lo notó más flaco, en mejor forma. Estaban convertidos en dos viejos decentes, él siempre cubría su cuerpo retacón con pilchas "bien" ya que el ex policía del barrio no podía lucir como un pordiosero (guardaba para sus concubinos tal look).
:- Vos seguime, hoy vamos a pasarla bien- de la nada esas palabras que escuchó a la pasada, como si no fuesen para él. No apuró el paso, solo siguió la malla cuadrillé y las ojotas negras con tiras colorinches. Desde atrás su caminar, su candencia, lucía aún más ajena a todos, lo hacía admirable. Miró el sol, miró lo celeste del cielo y las vecinas de nalgas firmes. Ojalá fuese un buen día, ojalá Robertino olvidase a esa chica del vestido floreado.

Jimarson II

Un poco de barro en sus pies pero la cámara a salvo. Jimarson más prolijo, escogió ir detrás de Rober para ver bien donde pisar.
:- A eso de las once cae el remolque, avisame así rajo antes.
:- Yo me voy antes, hoy me toca de pelotari.
:- De pelotudo te toca, mirá como nos vinimos a encajar por esta verga.
Tres cuadras hasta la plaza, no iba a llegar ningún auto por ese camino. El cielo estaba despejado pero el frío era notable, el viento soplaba fresco y constante. Casas bajas y blancas y el bramar constante del mar completaban el paisaje.
:- Sino fuera por la gente este lugar sería hermoso.
:- Qué mañana positiva che.
:- Vos encajaste el auto.
Llegaron a la curvita que les permitiría ver la plaza. Esas tres cuadras eran largas pero las terminaron en veinte minutos. Estaban Flor y Mariana con el sonido.
:- Allá están tus amigas, andá a saludar.
Sin prisa caminó la plaza de una punta a la otra y subío en la improvisada torre de sonido. Luces y colores, los tableros eran impresionantes. El lugar estaba bien preparado, iba a ser una buena inauguración. Las chicas se dieron vuelta al minuto, estaban concentradas terminando algún arreglo para él incomprensible. Flor estaba igual, bonita y con sus abrazos. Mariana lo odiaba un poco, no podía perdonarlo.
:- ¿Cómo va todo?
:- Bien, no compart...
:- Mariana, basta- la mano derecha de Florencia fue directo a la boca de Mariana.
:- ¿Ya sabés lo de María?- el esfuerzo era inútil, ahora la mano luchaba con otra que la quitaba de la boca.
:- Vos no vengas a provocarla.
:- No, yo vine a saludar- los ojos se llenaron de lágrimas y su mano dejó de pelear con la de Florencia, Mariana estaba derrotada.
:- Sos un hijo de puta vos...- lo quería tanto.
:- No te pongas así pava- él también, pero no como ella, que igual dejaba que la abrace para consolarla por no tenerlo.

:- ¿Cómo andás Jim?
:- Bien Flor, ¿vos?
:- Bien, expulsada.
Otra charla de Mariana y Robertino. Habían pasado años desde que se quisieron como pareja por última vez, ella lo había dejado después de volver dos veces y él ya no soportó. Al tiempo Mariana quiso volver pero era tarde, como siempre. Ahora hablaban bien, tomaban unos mates mientras llevaban una charla agradable. María y actualidad fueron los temas. A Mariana le costaba aceptar, habían pasado algunos después de él pero era el único que extrañaba, el único que recibía una puteada cuando aparecía después de más de un año. Encima volvía como si nada, en un evento igual de pelotudo que cualquiera, que cualquiera de esos otros a los que nunca jamás apareció.
:- ¿Y la querés?

:- ¿Ya hablaron?
:- Si, ahí esta, mejor. ¿Ustedes?
:- Le saqué el teléfono- Jimarson ganador, como siempre.
:- Ya lo tenías, tarado- Florencia ganadora, como siempre.
Robertino los abandonó en el centro de la plaza, metros delante de la torre de sonido, que estaba tirada más hacia el fondo del terreno. Se dirigió al escenario, a contemplar la muchedumbre que se iba aglutinando frente a las tablas. Parecía que estaban todos reunidos en la otra plaza de la localidad, a unas cinco cuadras normales para el norte, por el camino de asfalto, el que Jimarson no quiso tomar porque era apenas más largo. Bandas, murgas y teatro, eso era lo seleccionado para el día. También se repartían unos folletos con textos de autores zonales, su amigo conductor había colado unos cuantos de los suyos en tal impreso. Lo desplazaron de su confortable sitio de pacífica contemplación y se dirigió nuevamente a la torre. Ahí se instaló un buen rato, mientras la plaza se colmaba en tan solo unos cuarenta minutos. Pensaba en María, en como estaría durmiendo, en su vuelta y en el pasado. Lo había lastimado, eso pasaba a menudo. La había perdonado, punto. Estaba planificando con ella, muchos de sus actuales esfuerzos la tenían como beneficiaria y se sentía bien cuando se daba cuenta de eso. Revisó la cámara, todo en orden. Cargó la otra con igual paciencia que la anterior. Mariana lo miraba sin hablarle, una tenue sonrisa esbozaba en sus labios y un qué lejos te fuiste se tatuaba en su alma. Levantó la cabeza y la vió viéndolo, sonrió y continúo sus labores.
:- Che, voy a sacar unas fotos y a charlar con la gente, en un rato vengo.
Antes le decía lo mismo pero con un Te Amo al final, un Te Amo grande como una casa. Eso fue lo único que pensó mientras él bajaba esa escalera que sería una tortura, porque tenía vértigo desde chiquito, quizá desde nacimiento. En un costado de la plaza se despedían Flor y Jim, ambos tenían que cumplir labores. Desde la cábina telefónica de la esquina Rober avisó a sus amigos que no iba a llegar al club, estaba retrasado en Santa Clara y aún no había comenzado la cosa. Jim lo vió dentro y corrió a pedirle que atrase el remolque una hora, ahora que estaba bien con Florencia tenía por que quedarse un rato más.
:- Qué tipo pajero que sos, es por Flor, ¿no?

Jimarson I

A tientas le costaba encontrar las zapatillas, pero si prendía la luz se despertaba y se ponía a dar vueltas un rato y después era dormir si o si hasta las tres de la tarde. Desistió pronto de la búsqueda por complicada, entonces se levantó y en la cocina estaba esperándolo un par de alpargatas que asomaba en la pila de ropa sucia. Yogur de frutilla con cereales azucarados, zapping en el tv que entra justito arriba de la heladera. En la pantalla, en rojo, decía mute. Desde la radio sonaba Jimmy Smith y comenzaba a clarear, despacio. Tenía que estar a horario, era el comienzo de la Semana de las Artes en su ciudad, Jimarson iba a pasar a recogerlo a las ocho. Cuando María no lo veía le gustaba sentarse en la mesa y apoyar los pies en las sillas. Enjuagó la taza y pasó un trapo a las sillas, para que no se avive. Fue al baño, hizo lo primero, lo segundo, se cepilló los dientes y se lavó la cara, todo en ese orden. Casi separando los burletes de la puerta con sus dedos, abrió la heladera sin hacer ruido alguno. Agarró la botellita de agua fría, fiambre, tomate, lechuga y otras cosas para hacer sanguches. Cerró la puerta y con un veloz, pero silencioso, movimiento se acercó al placard del pasillo y tomó su arma de pelotari. Le tocaba, turno a las once en punto en el club. Sudar un poco, que lo hagan correr los viejos.
:- Chau, Te Amo- beso en la frente, todo muy suave y despacito.
:- Yo también- en voz muy baja, pero sin parecer dormida.
:- ¿Estabas despierta?
:- Si, te escuché en la heladera.
:- ¿Por qué no me avisaste?- dos o tres besos, en la boca, seguidos.
:- Porque siempre me mandás a la cama- puchero, para que le den más besos, en la boca.
La bocina los interrumpió, Rober ya estaba encima de ella soltándose el cinturón. Le dió mucha bronca, pero era un evento importante y la masticó, como ella le había enseñado sin quererlo. Un beso más largo y a acomodarse la ropa mientras María lo masturbaba por sobre el pantalón, era un momento dificil para coordinar operaciones motrices. Salió apresurado, casi corriendo.
:- Dormí.
Ella en el medio de la cama de dos plazas abre sus piernas y su mano derecha comienza con un recorrido descendente por su cuerpo.

:- Al menos hacete una paja, ¿no?
:- ¿Me das cinco minutos?
:- En la calle no- su brazo derecho indicó el asiento del acompañante, la puerta se abrió lentamente, con tempo de lamento-. Cuando volvés la tenés ahí, no se te va a ir.
Escuchaban la misma radio, solo que Jimarson tomaba café con leche mientras manejaba. Le gustaba hacerlo todo con leche, no usaba agua. Rober podía tomarlo, era bastante tolerable preparado de esta manera incluso para un estómago endeble como el suyo. Estaban lejos del sitio, la presentación era en un pueblo vecino y el viaje les tomaría unos cuarenta minutos. El sol entraba por la ventana derecha, era traicionero, era de siesta. Los asientos cómodos, el pino aromático colgando del retrovisor y la calefacción al mínimo lo invitaban a dormir, pero no podía dejar a su amigo que lo había ido a buscar de onda, sin compañía.
:- Es un lujo andar así.
:- Es cómodo, si- tranquilo ya, en la ruta que acompaña a la playa desde que existe la ciudad.
:- A mi me da gases la vibración del motor- tomándose el vientre mientras parsimonioso observa el mar-. Esos barquitos, debe ser alucinante estar ahí a esta hora.
Abrió su bolsito con calma, sabiendo lo que iba a hacer. Primero las porciones del bizcochuelo de vainilla que parecía esponja: María estaba feliz de que a él le guste tanto. Después cargar el rollo en la cámara, como siempre, con esa calma que lo exenta de errores.
:- No vengas a joder ahora eh.
Sabía que cuando la preparaba era porque iba a sacar, aunque a él no le gustaba tanto que lo anden jodiendo mientras manejaba. Espero a que su amigo termine el ritual, a cada minuto que pasaba sus nervios iban en aumento. Ese era el problema, porque le gustaba que le saquen fotos. Se ponía nervioso, no entendía nunca si le tocaba hacer cara de algo o solo estarse normal. El quinientoscuatro andaba lindo, prefirió pensar en eso y en lo bien que estaba de pintura. Iban a noventa, clavado.
:- ¿Cara de qué?
:- De que vas manejando y son las ocho de la mañana.

:- Pero sin reirte.

Dos fotos y apareció la entrada al pueblo. Richard Holmes fue lo último que escucharon antes de apagar la radio para dar paso al sonido lejano de la prueba de sonido.
:- Ahora como siempre, yo busco cosas interesantes y vos sacás fotos y hablás con los hombres- poniendo segunda porque era una calle de tierra con muchos pozos, mirando siempre hacia delante.
:- ¿Por qué decís eso todavía?
:- La costumbre- puteando al mundo con un colpe al volante, estaban encajados.

jueves, 4 de junio de 2009

Trabajo

Sobre tres cuestiones discurrían los días de Rober: el sexo, la comida y el sueño. El aseo personal era algo más bien ocasional. Por las mañanas (la tarde para los seres normales) le gustaba comer Criollitas con Patè de Foie. Sin duda alguna lo acompañaba su bebida favorita, la chocolatada Zucoa fría. Después de dos horas de llenar su estómago encendía la pc para leer las noticias y escuchar un poco de Progresivo

(Pink Floyd, Yes, etc.).

:- Volviste a copar la computadora.
:- Pedro, no jodas. Andá a jugar a la pelota o a ver si llueve.
:- Me voy a tomar una cerveza al patio, pero cuando vuelva quiero la computadora.
:- Camila no te va a escribir.

La misma discusión y el mismo cruel remate. Así entraba en la recta final de su resumen informativo y se disponía a salir a la calle. Rober escogía sus mejores prendas, sus mallas más decentes y las más pulcras ojotas. Aún guardaba algunos pares de Rigazzio nuevos para ciertas
ocasiones. Ese día era una de esas. El par de Rigazzio y un Le Uthe nuevo fueron determinantes a la hora de tomar una ducha. No podía estrenar tales prendas con esa cantidad de material fecal adherido a sus bajos instintos.

Hora y media a temperatura constante bastó para dejar a ese proyecto de ciruja convertido en una persona presentable. Calzó los jeans en un movimiento y fijó las Rigazzio a sus pies casi a la perfección. Para terminar el look remató con una camperita Adidas que siempre tuvo muy
cuidada. Así salió a buscar trabajo, así se despidió de Pedro y José. Ninguno de los dos entendió mucho el porqué, pero tampoco esto los atormento por demás.

Pasaron dos días casi y volvió Rober. Pelo corto y afeitado, feliz por tener un trabajo decente y prometiendo solvencia económica. Rober estaba renovado, pero sabía (sabían) que no era auténtico.

Fin.

Tomaste un bondi que te dejó a unas cuadras

Salió caminando, casi corriendo. Llegó a la parada del bondi y recibió un mensaje.

"Apurate, en 30 tenés que estar".

Ella escribía bien, desde siempre. Por eso a él le daba vergüenza mostrarle lo que escribía, por la ortografía. Quitando eso era una relación excelente, compartían muchos vicios: se conocieron compartiendo un fasito. Por eso a Rober le fascinó de golpe, porque era una mina que hacía
las cosas sin caretas. Le costó acomodar todo, blanquear su jugada sucia, confesarle que había hecho las cosas mal por ella.

"En 30 estoy, voy de camino".

En veinticinco estaba ahí, esperándola. Ella lo vió y le hizo señas de entrar. El lugar estaba bien, nada del otro mundo pero buena música. Chusmear un poco la carta, mirar las botellas, las marcas. Las pavadas que miramos todos. Después salir los dos caminando a la búsqueda de un
bar. Encontrarlo pronto, por la sed. Uno con poca luz y a sentarse.

:- Yo una Bock, no sé vos.
:- Si, sabés que voy a tomar eso.

Una sonrisa, de ambos. Luego una mesa apartada del resto. Mirarse un poco, mirarse bien.

:- Cómo estás?
:- Bien, extrañándote.
:- Yo no.
:- Si, sé que es algo viejo ya, pero a mi me sigue pasando.

Uno estaba entregado. Siempre este tipo fué un debilucho. Ella lo miraba con lástima casi, era todo muy obvio. Igual siguieron con el circo, tomaron ambos hasta terminar bien bebidos. A la hora del cierre habían estado peligrosamente cerca en un par de ocasiones, así que todo
estaba dicho. De camino a la casa de él, se besaron. No es que ella aceptara, pero él no le dió opción. Entraron, ambos. Se acostaron, ambos.

:- No vamos a volver.
:- Lo sé, dejá que me mienta tranquilo.
:- Robertino, no empieces.

El mismo olor, el mismo puto olor.

Confesión

Temprano a trabajar, hasta cuando hace frío.

:- ¿Qué hora es?
:- Temprano, vamos a dormir.
Se abrazó a ella con fuerza, traía el frío de la calle y solo así podía quitárselo. Disfrutó como pocas veces del calefactor tiro balanceado y la frazada tejida por su bisabuela. La luz gris del nuboso mediodía apenas molestaba más allá de las persianas plásticas. Ellos dormian en paz, en esa cuadra donde no pasan los colectivos. Era un PH lindo, al fondo. Tenía un patio atrás, grande, con un árbol de limones y una parra. A Rober le gustaban el pasto y los árboles, no asi las flores. A eso de las tres de la tarde empezó a llover, se levantó despacio y preparó el desayuno. Los vecinitos jugaban debajo del chaparrón, la mamá los dejaba cuando no hacía tanto tanto frío, pero a Robertino todos los días le parecían fríos. Se tiraban con algo, baldazos de agua de la canilla. Se puteaban también, eran hermanos pero se trataban de hijos de puta, la madre gritaba barbaridades peores que las de sus hijos. El agua a punto, la mesita con los platos y de nuevo a la cama. Se notaba que se había quedado levantada después de que él fue a trabajar, el pasillo estaba reluciente incluso debajo de la bicicleta que ahí descansaba. Por eso dormía tanto, en esos días particulares le gustaba quedarse en la cama hasta las cinco. También había aprendido que tenía que hacer algún comentario sobre el asunto de la casa, de la limpieza puntualmente, para que ella se sienta bien, porque al fin y al cabo si se enroscaba a dejar todo en orden era por él: María nunca fue ordenada.
:- Gracias.
:- A vos.
:- ¿Por?
:- Por la casa- un beso en el cachete, el cachete izquierdo.
Se quedaba un rato sentada, con los ojos cerrados, haciéndose la tonta.
:- Tengo sueño- cabeza en el hombro de él, que mira distraído el resumen de goles de la novena fecha.
A veces se iba un poco, nunca sabía por qué pero su cabeza lo trasladaba lejos y lo volvía incapaz de relacionarse con su entorno. Esto ya no duraba tanto, con María despertándolo el efecto era tan solo de minutos.
:- Tengo sueño dije- beso en el hombro con camisa.
:- Me hubieras esperado para limpiar, pava- ahora el otro canal, el más amarillista.
:- No, porque vos trabajás y yo estoy acá, como una vaga.
:- No, vos sos la depresiva que vino a buscar cariño- manos en la mesita, para evitar que el desayuno vuele por los aires. Ella lo miraba, había dicho algo estúpido.

:- ¿Esa huevada venís a decir?
:- No, pero es lo que pienso cuando intento entender el porque, para no molestarte con preguntas que no querés responder.
:- Yo no dije que no quería responder, no supongas nada, no empecemos.
:- ¿Me vas a explicar entonces?
:- ¿Siempre tenés que saber todo?
:- No me vengas con boludeces, respondé mi pregunta.
No era la primera discusión como las de antes, habían tenido otra por los exes. Se miraban con ganas, como antes. Sin darse cuenta Rober y María estaban acostumbrándose y tenían tan en claro sus roles en la casa como su lugar en la cama. Cada uno contaba con sus llaves y las amigas de María habían cenado con ellos en el living unas cuantas veces. Ella tenía voz y voto en las desiciones, en las compras, en todo. Estaba instalada.
:- ¿Qué querés saber?
:- ¿A qué viniste?
:- ¿Me vas a preguntar esa huevada ahora que tengo llaves de tu casa? Sos un ridículo.
Para discutir se sentaban en la cama. Ahora las de ganar era la poseedora de la mesita. Se puso a los pies del campo de batalla, del nido de amor, del centro de su relación, otro lugar no cabía.
:- Más allá de lo que demostrás, quiero escucharte.
:- Sos un denso a veces…- cuando le decía esas cosas lo lastimaba un poco, entonces lo miraba fijo para ver si seguía sangrando por las mismas heridas.

Silencio siempre después de algún ataque. Ahora María se iba a sentir mal, era lo acostumbrado. Llega el beso en el cachete, después el abrazo. Casi nunca respondía las preguntas pero sabía bien que esta vez era invevitable, sabía que él había llegado lejos por ella. No tuvo mucho que pensar, sabía lo que le pasaba y lo que estaba haciendo ahí, solo se arrepintió de no tener el valor suficiente como para hablar de entrada.
:- Estoy acá porque te quiero, porque quiero estar con vos.
Se levantó parsimonioso, acomodándose el boxer que dejaba escapar todo. Fue directo a levantar la persiana, a darle luz al cuarto húmedo. Volvió a meterse en la cama. Pidió asistencia para quitarse su última prenda y la beso, un rato.
:- Entonces ya podemos.
:- ¿Ya podemos qué?
:- Dormir desnudos.

Infancia

Parte I

I

Robertino Ariel Sánchez vino al mundo de forma natural, con cachetudos 3,600 kilogramos. Sus padres no lo buscaron, como a ninguno de sus hijos, pero tampoco hicieron nada por evitarlo. Conocían el mecanismo de hacer bebés, lo disfrutaban y pagaban las consecuencias. Se habían casado con la idea de vivir independientes de toda criatura hasta los treinta años, pero esa edad los encontraba ya con dos nenes y una nena. Robertino llegó tiempo después, fue el sexto y sus progenitores ya acariciaban los 38. Vino a cerrar una serie de hermanos un tanto exitosa.

Día nublado, fresco y solitario en la ciudad costera, su familia lo esperaba reunida en el café de la clínica ya relajada por tantos partos anteriores. Mario, su papá, asombró a todos cuando decidió repentinamente presenciar el parto, sobreponiendose a su aversión a la sangre. Robertino, cabezón y rubio, obligó al obstetra de toda la vida a realizar un corte en la vagina de su madre para así salir con comodidad. El señor Sánchez aguantó con normalidad, tal era su asombro en el primer parto de su vida. Al cabo de una hora y algo más Betito estaba limpio, siendo llevado a los brazos de su madre.

II

César

:- ¿Viste que a la casa de al lado llegó un nene?
:- Si, lo ví, es medio negro.
Era el único borrego en su barrio. Los siete años le quedaban chicos pero los amigos del barrio lo dejaban de lado en la mayoría de los juegos. Estaba solo, ellos en los doce y él con siete. Su mamá casi que lo forzaba a frecuentar a sus compañeros de colegio pero él se aburria, hacer la tarea y jugar a los videojuegos no lo llenaban en lo mas mínimo. Disfrutaba de su bicicleta, en ella lograba escaparse lejos como casi ningún niño lo había hecho jamás a su edad. Pedaleaba tanto que llegaba a un parque muy al sur, un lugar grande con un lago con cisnes a pedal. Sabía que estaba lejos porque lo veía siempre desde el auto de su papá, cuando iban a la ciudad vecina con todos sus hermanos a visitar a la tía Florencia.
:- No digas así, no queda bien.
:- ¿Marrón?
Le gustaban las tareas del hogar. Ayudaba como podía a su mamá con la cocina, era bueno haciendo bizcochuelos. Se paraba en un taburete para poder batir los huevos en la mesada, creyéndose grande y con autoridad como para retar a sus hermanos que se acercaban a molestar. Al momento de la harina se quitaba esos lentes de grueso marco rojo que fueron motivo de burla cuando los eligió, con esa seguridad que lo marcó de pequeño.
:- Sos pavo eh- No lo podía retar, sabía que entendía bien el humor de los grandes y sus palabras inocentes hacía tiempo que no eran tal cosa. Victoria era rígida e inquebrantable, no hubiera existido otra forma de controlar a sus hijos, pero Robertino despertaba en ella sentimientos que los otros no, notaba en el más chico de su prole algo que lo distinguía. Muchas veces este le exigía explicaciones demasiado argumentadas, en su afán de conocer el por qué Betito se volvía pesado e insoportable. Esta vez no, la estaba buscando, se le notaba en la sonrisa.
:- Se llama César Páez, es el sobrino de Marta.



:- ¿Viste que llegó un nene nuevo al lado?
:- ¿Quién te dijo?
:- Mamá, ¿vamos a verlo?
:- ¿Vos no estabas ayudando a mamá?
:- Si, pero ya terminé, ahora tenemos que esperar un rato y comemos torta.
Eugenia, la cuarta de la camada, lo siguió sin chistar, curiosa. Cruzaron despacio el patio de adelante, mientras los demás jugaban a la pelota y rompían las plantas. Era una casa normal, un lote grande y una construcción casi cuadrada al medio, de cuatro habitaciones pequeñas. El patio de atrás era la envidia del barrio, en el Mario había instalado una parrilla con asador incluído. Aparte de esto solo tenía césped y unos soportes para un techo de lona desmontable que estaba por llegar cualquiera de estos días. El de adelante era diferente, rodeado por plantas florales era el lugar elegido para jugar a cualquier cosa, desde la escondida a la pelota. Victoria tenía que cuidar a los gritos a sus criaturas de pétalos sensibles de las bestias infantiles.
:- Tocá el timbre vos, sos la que más viene a visitar a Marta.
:- No te hagas, vos también venís por el café con leche- se mordía el labio y lo sobraba.
:- No me gusta que me hagas así.
Tocó el timbre. Del otro lado de la puerta estaba el nene nuevo marrón. César, pensaba Robertino, César. Lo iban a invitar a comer torta como habían hecho con Camila, la otra sobrina de Marta.
:- Hola purretes- le gustaba besarlos y abrazarlos. Los quería mucho, eran más que su familia. Ella era del barrio desde pequeña, al igual que los padres de estos dos chicos que ahora llamaban a su puerta. Se había criado junto a Victoria, eran mejores amigas desde las primeras palabras. Marta era música, daba clases de canto y tenía una banda de rock bastante conocida que Mario escuchaba todos los días. El decorado de su casa era extraño, discos y fotos de músicos, cuadros por todos lados, espejos y porta sahumerios. Eugenia estaba fascinada con todo, imitaba a su tía hasta volver este mimetismo algo preocupante.
:- Tengo una sorpresa para ustedes.
:- Ya sabemos- la mirada cómplice.
:- ¿Les dijo mamá?
:- Si, no le tenés que contar porque es una buchona.
:- No le digas así, le voy a contar.
:- ¡Chicos!- Robertino reaccionario, Eugenia la informante. Siempre iguales, Marta se divertía viendo a la señorita y al machito.

Siguieron a la tía bien de cerca, el hombre en la retaguardia porque su hermana siempre pensaba que el cuco estaba cerca. Se escuchaba la tele, un dibujito de esos que daban siempre a las seis de la tarde. Ninguno de los dos era de mirar mucho la caja boba, su papá les había enseñado a no prestarle mucha atención porque podía dejarlos idiotas, además tenían tantos juguetes y tanto pasto que pasar las horas bajo techo aún no era considerada una opción viable. El nene nuevo miraba con atención, un tigre con un tipo arriba peleaban a espadazos contra un cádaver con una capa.
:- César, vinieron dos primos a verte- se dió vuelta al instante, sabía de la existencia de ellos gracias a Camila. Su mamá le contó de sus primos tiempo atrás, antes de la primer visita de su hermana. Ahora Inés, la hermana de Marta, estaba radicada en la ciudad después de luchar mucho tiempo por el traspaso en su trabajo. Vivían a unas diez cuadras, en un chalet de ladrillo a la vista sin patio de adelante.
:- Hola- a Robertino la mano y a Eugenia un beso. Tenía ocho años pero era un señor, se paraba derechito y estaba vestido como para ir a un lugar importante. Los hermanitos Sánchez se presentaron y se sentaron a mirar la tele, mientras Camila iba a comprar unas galletitas.
:- ¿Por qué estás vestido así?
:- Callate Robertino querés- se rieron César y Robertino, uno de ella y el otro de él.
:- Él también se rie, mirá- lo señalaba y más se reían, Eugenia intentó mantenerse seria pero largó una carcajada peor que la de ellos. Poco a poco se fueron silenciando con miradas, el primero en retomar la palabra fue César.
:- Mi mamá me mandó así a lo de la tía, no sé por qué.
:- Parece que te van a embautizar.
:- Bautizar, bruto.
:- Pensé que era...
:- No, me viste así para ir a lugares importantes.
:- ¿Acá es importante?
:- No sé.
:- No sé, mamá nos viste así para ir a los lugares paquetes.
:- ¿El supermercado?
:- No, ahí no nos lleva así, ¿para qué preguntás si sabés?
César se divertía con la discusión, Eugenia se molestaba con las preguntas tontas de su hermanito. Victoria siempre le pedía paciencia, todos en la casa entendían que Robertino era de preguntar mucho las cosas aunque las entendiese a la primera, él creía que todo tenía una pata más. Se cansaron rápido y el tigre volvió de los comerciales. El feo de la capa era malo, eso era algo indudable. Robertino lo cuestionaba, decía que el otro le pegaba igual, no diferenciaba por qué uno era malo y el otro bueno. Otra discusión, César esta vez tomó partido por su primo. Pasaban los minutos y los pobres y feos malos cobraban de lo lindo frente al tigre y el señor del pelo rubio. Marta entró con galletitas de chocolate y chocolatada fresca. Como siempre acercó la mesita de patas cortas con los individuales de animales salvajes. Los vasos de vidrio con bichitos de la suerte eran menos conocidos, se ve que era una situación importante. Robertino entendió el asunto y aceptó la ropa de César como natural. Ahora la adulta se acercaba al tv y cambiaba el canal. Noticias.
:- Si pongo algo aburrido dejan de mirar y charlan.
:- ¿Nos vas a obligar?
:- No, se obligan solos.
:- Ahmmmmm- Eugenia se mordía el labio y la sobraba.
:- ¿Cuándo yo no estube no hablaron?- Ahí le contaron de la discusión y los varones defendieron al esqueleto. Marta también, para decepción de Eugenia, dijo que ella tampoco entendía por qué los buenos eran buenos si terminaban pegando igual que los malos. Les explicó que en el mundo pasaba lo mismo, que los buenos mataban gente porque decían ser buenos pero terminaban siendo como los malos. Después los llevó a la imposición de un sistema sobre otro y demás cuestiones que solo a uno de los niños interesaban.
:- ¿Y Camila?- preguntó por su amiga para no escuchar más el discurso de su tía traidora, que le había dejado sola en la batalla contra los hombres. César le explicó que estaba un poco enferma, gripe o alguna cosa que da mocos.

domingo, 10 de mayo de 2009

Bolas pringosas.

Usar boxer tiene sus ventajas, pero a veces las bolas se pegan al tronco y los pelitos tiran. Era una mañana de eso, una mañana de bolas pegadas y pelitos que dan tirones. También notó que le faltaba una media. Muy de a poco sus pies comenzaron a buscar entre las sábanas a la fugitiva, a esa media azul con el elástico estirado que andaba sin su pie por la cama desordenada. La encontró rápido y sus manos la volvieron a su lugar, las mismas manos que despegaban esas bolas pringosas.
:- ¿Vas a salir de la cama?
Era José desde la puerta, como tantas mañanas. Lo esperaba como siempre, amargo en la derecha y la pava colgando desde la izquierda. Su boca (la de Robertino), acostumbrada al aire caliente de las horas de la noche, respiró el fresco matutino y respondió con un "si" tímido, una afirmación que daba a su amigo la sapiencia de un estado de ánimo decadente.
:- Qué viejo de mierda que sos.
Era José desde la puerta, como tantas mañanas. Lo esperaba como siempre, amargo en la derecha y la pava colgando desde la izquierda. Ya no necesitaba acostumbrarse al fresco matinal, ahora asomó una mano con un fuck you mientras la otra jugaba con la pringosidad de sus bolas. En su cabeza seguía la chica con el vestido floreado y la impotencia de sus cincuenta y pico.
:- ¿Querés un mate?
La respuesta era la misma de todos los días, de todos esos días. José sabía de las depresiones de Robertino y Robertino sabía que José sabía de sus depresiones, entonces se debaja ayudar sin prisa. El mate llegaba a su mano, tibio y en silencio. El cebador se retiraba a la cocina, ahí aguardaba. El mate volvía con su amigo, siempre lo lograba sin importar lo mala que haya sido la noche.

:- ¿No tenés pantalones?
:- No- tomando el segundo mate del día, mirando la mesa que luce un mantel plástico nuevo, con frutillas chiquititas.
:- No seas pelotudo.

Los ajenos a ese mundo no entendieron jamás como Rober pasaba sus primeras horas en soledad. Tomaba esos mates en silencio, las piernas abiertas para ventilar sus partes y los pies en las pantuflas. Era un viejo depresivo como casi todos, musculosa blanca para dormir, boxer y pantuflas. Mates, amargos, amigo ex policía. En su cabeza estaban las flores, las bicicletas de la juventud y todas esas revoluciones posibles. Quizá en esto último radicaba la diferencia, quizá por eso era un casi y no un como. En su cabeza vivía la libertad adolescente, contestataria y rebelde. Era un tipo que se arrimaba a los sesenta con las ganas de vivir de un pibe de veinte. José lo dejaba amasar el plan del día tranquilo, mientras le pasaba los mates mirándolo sin chistar hasta que Robertino se levantaba y emprendía su aventura pasiva, su camino de tres metros.

:- Hoy tengo que hacer algo, ¿te parece?
:- ¿Eh?
:- Sos un lerdo vos- se levantó acomodando el calzón que se empecinaba en mostrar su nalga derecha y enfiló para el baño. Una ducha, eso era hacer algo para él. Buscó la toalla más peluda y quitó del picaporte el calzoncillo que ahí se secaba para dejarlo a mano, sabía que encontrar otro era casi imposible. Su casa tenía una ducha envidiable, era ese lugar el más cuidado por los tres. Se quitó las prendas algo sucias y se animó a la calidez de un chorro amigo. El agua en la frente, como siempre que necesitaba pensar. Repetía religiosamente todos esos clichés cinematográficos que tanto lo habían aburrido, ahora sabía que frente a otras personas estos le daban un cierto aire de misterio. Sus recuerdos lo llevaron a un conductor televisivo, a una afirmación idiota y al recuerdo de una ex. Se masturbó, le gustaba hacerlo al principio para disimular los restos con el jabón y el shampoo. Diez minutos bastaron para cerrar el paso de agua y pararse frente al espejo como un ser renovado, estaba feliz con el resultado de ese baño matinal. El día comenzaba igual a tantos otros, pensaba en la plaza y las pulseras, las mujeres y los vestidos, las flores y el odio.

martes, 24 de marzo de 2009

:- ¿Cuántas horas trabajás por día?
:- Pocas.
Porque siempre la agarraba durmiendo, era inevitable. No era dificil tampoco, nunca pudo levantarse antes de las dos de la tarde. Rober llegaba y se metía en la cama, quitándole la almohada con cuidado. Ella lo abrazaba y le besaba el hombro y se quedaban así un rato, media hora. Después se levantaba a llevarle la comida, "María abrí los ojos".
:- Bueno...-puchero- ¿vos también comés?.
:- Si dale, pico algo.
Se sentó despacio, contra las almohadas, y abrió los ojos. El tele, canal local, el noticiero del mediodía. Ades helado y el noticiero. Él ya estaba contra ella escuchando atento las últimas novedades, mano derecha en control, mano izquierda en las Criollitas. Dedo gordo en botón rojo, silencio.
:- Nada nuevo.
Prendió el equipo, radio reggae.
:- ¿Estás bien vos?
:- Si pavo- con un beso en la cabeza rubia.

Desde que se pelearon la primera vez él se impuso una regla de confianza. Le costaba no repreguntar, pero sabía que a veces no iba a conseguir una respuesta diferente.

lunes, 23 de marzo de 2009

Vereda de vainillas.

No sé a que hora vuelve. Tengo que ir temprano.
Salió rápido, sin saber a donde ir. Afuera esperaba la vereda de vainillas y un sol de diez de la mañana.
:- Señora, disculpe ¿donde hay un almacén?- a la vecina que cuidaba a un nenito muy rubio y muy chiquito, en un triciclo. Debía ser la abuela.
:- Seguí hasta aquella, que es San Martín, y doblá para allá, es ahí nomás- a la vecina nueva, que no había visto aún pero que si había escuchado por las noches.
:- Muchas gracias.
:- De nada- es educadita, debe ser la novia.

Caminó pensando en algo rico para comer. Los autos eran escasos y lentos en ese séctor de la urbe. Árboles de tilo, chicos y perros. Está un poco fresco pero igual andá con un top y el sol le da en los hombros. Lleva el carrito de los mandados, el que él heredó de su abuela. Completan una pollera de jean y alpargatas con dibujitos, blancas con bichitos de la suerte. A veces dejaba lo rudo de lado, solo llevaba su brazo.

La despensa era chiquita, con una heladera exhibidora y un par de estantes en las paredes. Entraban unas 5 personas, a lo sumo. Estaba sola, nadie más que ella se enfrentaban a los míopes ojos de la señora de la despensa. El lugar era sucio, la variedad de productos escasa.
:- Hola, buen día.
:- Buen día señorita, ¿qué va a llevar?- cara inmutable, la misma para todos menos para las señoras del barrio.
:- Cien gramos de jamón cocido, un paquete de fideos y una cabeza de ajo.
Esperó pacientemente a que termine de cortar el fiambre y haga la cuenta en un papelito. Nueve pesos con cincuenta, el vuelto un chocolate. Volvió con el sol en la cara y también algo de su pelo. La vecina la miró con aprobación cuando comprobó el contenido de la bolsa y no dudó en sonreir cuando María se agachó a saludar al nene. Entró rápido, se despidió con una sonrisa de ambos vecinos, le gustó esa primera incursión por el barrio.
:- No me fijé si eran adoquines.
Guardó las cosas y dejó una notita en la mesa: "si lees esto es porque estoy dormida, despertame así comemos, no prepares nada". Primero el baño, ahora que él estaba más limpio se podía ir tranquila, y hasta tenía revistas. Después una ducha rápida y a la cama, a abrazarle su almohada y dormir hasta que llegue, no sabía a que hora.

Cuando despertó estaba la mesita y los fideos, y el ajo y el jamón, más crema de leche y ades, y cerveza.

domingo, 22 de marzo de 2009

Cucharita

:- ¿Qué se te dió por revestir las paredes?

:- Me gustan así- se abrazaba a la almohada y quedaba en posición fetal, siempre. Dormir en esta postura le traía unos dolores de espalda a veces insoportables. La cama estaba cómoda, el olor a ella y las sábanas limpias le daban suavidad. Se quedaba dormido, era inevitable. Colaborando con esto María apagó la luz y dejó el velador que estaba de su lado de la cama, con el foco de 25. Amarillo, todo. Las cortinas y las sábanas, y ellos. Del costado de Rober, en el piso, estaba la jarra con agua.

:- ¿Me pasás el agua?- silencio- ¿el agua?.

Vió como se abrazaba más fuerte a la almohada.

:- Vos querés dormir.

:- No.

:- Entonces dame el agua.

:- Primero abrazame un poco.

Se quedaron así, cucharita. La tele estaba apagada, solo el minicomponente con Black Magic Woman y el velador. Le estaba rascando atrás de la oreja, no iba a aguantar mucho tiempo despierto. Se pego más a el y lo abrazó fuerte. La tomó del brazo con que ella lo abrazaba y cerró los ojos.

:- Dormí.

:- ¿No querés agua?

:- Cht, dormí.

Darle besos en el hombro ayudaba, era más fácil que un chico. La besó un poco en los brazos hasta que sintió que no le quedaban fuerzas ni para eso y se durmió. Estaba lindo él, con la barba prolija y un trabajo. No es que el trabajo importase, pero se notaba cuando comía mejor. El departamento lo mantenía bien, le ponía ganas como si se tratase de su casa.

:- Te Quiero bobo, aunque siempre me salgas con lo mismo.

No funcionaba lo de ellos, nunca podía funcionar. No saben por qué, pero no llegaban a quererse lo suficiente, o faltaba algo más. Así desde los 19 años de él y los 16 de ella.

:- Necesito estar con vos.

Vivieron tres años juntos, se mudaron dos meses después de que Rober cumpla 24. Habían pasado seis años ya desde la fallida experiencia pero ninguno había hecho nada con su vida, estaban moderadamente bien, ambos. María tenía un novio, un tipo importante de una productora de un barrio bien de la ciudad más bien de este país. Era un novio y ya, la hacía feliz como todos los novios hacen felices a las novias felices. Trabajaba con él, en la productora. Rober tuvo un par de errores, solo eso.

A la mañana el desayuno con la mesita. Café con leche y cuatro tostados. También el vaso de exprimido de naranja. Estaba a una hora de salir para el trabajo cuando la despertó. Un beso.

:- Hola- lo miraba con cara de culpa.

:- No hagas cara de nada, hoy te dejo las llaves. ¿Estás bien?

:- Si- dormida.

:- Bueno, dejame ponerte las almohadas atrás de la cabeza... a ver...

:- Gracias- brazos en jarra atrás del cuello, beso.

Se puso cómoda en el sillón de almohadas y él se recostó en su hombro, con la cámara colgándole del cuello. Control remoto, Cinecanal. Belleza Americana a las 8 de la mañana. Cerró los ojos.

:- ¿Te vas a quedar dormido?

:- No, estoy cómodo.

:- Para estar así no te levantés una hora antes a prepararme el desayuno.

:- A vos te gusta.

:- Si.

:- ¿Entonces?

:- Es que me da culpa, ja- sonríe.

:- Naba- con un beso en el cachete.

:- Gracias.

:- ¿Por?- dormido.

:- Por el desayuno, pavo.

sábado, 21 de marzo de 2009

Get back

:- ¿Para qué me traes acá?

:- Porque me gusta.

:- No me vengas con boludeces, no es eso hoy.

El puestito paraguayo. Siempre a las dos o tres de la madrugada, pidiendo licuado para él cerveza para ella. Era ruda, jamás hubiese tomado licuado. Se sentaban cerca del tele, miraban un rato mientras esperaban la hamburguesa cortada a la mitad. La segunda venía después, pero una para cada uno de entrada era mucho, se enfriaban.

:- ¿Qué le ponés?

:- Como vos tarado, mostaza.

Gitanes, eso fumaba. Tuvieron que ir afuera porque se le antojó fumar entre bocado y bocado. No le gustaba mucho que ella lo haga pero ya no eran nada. Los taxis frenaban junto al cordón, las charlas eran como las de antes aunque solo ellos estaban callados, mirándose como tontos. En frente esa universidad privada con tantas luces.

:- Sigue todo igual.

:- Si, menos tu tatuaje.

:- ¿Qué tiene?

:- Le falta color.

:- Como a vos.

Robertino abusaba del azul. Jean y sueter con zapatillas a tono. Por ahí el jean estaba un tanto gastado y parecía celeste, pero igual era demasiado. Durante un rato mantuvieron el rito de beber mirándose, diciéndose que se tenían ganas y lamentaban saber de antemano que no iba a funcionar. Para cuando terminaron todo ese diálogo idiota María había empezado la segunda cerveza y Robertino estaba rolando un porro.

:- ¿Caminamos?

:- No, vamos a tu casa, quiero dormir.

:- Pero hoy no llueve.

:- ¿Y qué me importa?

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De noche ni un colectivo, nada. Solo el tránsito acostumbrado sobre la autopista y nada más. La calle se dibujaba ondulada hacia el horizonte, flanqueada por esas fachadas de hoteluchos de mala muerte. Así era el barrio, puro asfalto y olor a viejo. Las veredas de vainillas invadidas por hojas que caen durante las cuatro estaciones y algún borracho durmiendo en un recoveco, todo eso era su barrio. Y más lo era esa noche de mierda.

:- ¿Y que se te dió por lo de los paraguayos?

:- Porque me gustaba ir con vos.

Caminar lento, lo bastante cerca como para buscar la otra mano. Dejar colgando el brazo, que se mueva al compás de los pies. Los dedos son los primeros que se rozan. Después uno de los dos decidirá con prisa un movimiento brusco que pronto pasará al olvido.

:- Cuando fuíste la última vez a casa quedamos en que ya no iba a pasar nada.

:- Siempre decís lo mismo.

Ya estaba un poco cansada de las mismas viejas preguntas, de los mismos enfermizos recursos para intentar conseguir respuestas satisfactorias a sus oídos que nunca escucharon.

:- Si siempre digo lo mismo, si siempre soy tan facil, hoy duermo abajo.

:- No seas pavo- y se cuelga del brazo.

:- ¿Pavo?- y le besa la frente.

:- Si, porque sabés que vamos a terminar durmiendo en la de arriba- y se acurruca contra él mientras camina.

:- Pero la cucheta está rota.

Entraron a la casa y repitieron el mismo ritual que él repetía con todas. La dejó descansar mientras preparaba cada una de las pavadas que siempre le sirvió. Ya sabía que aguardaba en la cama, con el control remoto en la derecha y cara de nena caprichosa. Estaba grande para eso, aunque hoy a él le tocaba cuidarla.

:- ¿Qué te pasa que andás así?

:- ¿Así como?

Le pasó el té y unas tostadas, sin nada.